15 Historias reales de fracasos épicos que te harán sentir mejor si estás teniendo un mal día

Historias
hace 3 años

En la vida de todos a veces pasan situaciones que no podríamos ni haber imaginado. Todo va según un guion muy extraño y termina de una manera tan inusual que solo nos queda tratar de salir del estupor y decir “sí que no me esperaba esto”.

Genial.guru ha revisado las publicaciones de las comunidades “Pikabu”, “Oído por ah픓La habitación Nº 6” y ha encontrado algunas historias interesantes sobre los extraños giros de la vida que son difíciles de creer.

  • Después de una semana de trabajo duro, me gusta salir a pasear con mi hija el fin de semana. Casi dejo escapar una lágrima de emoción cuando mi bebé dijo: “Mami, estás muy cansada. Siéntate en el columpio. Yo te columpiaré”. Toda mi ternura por la tan repentina preocupación se esfumó cuando, después de eso, ella misma se sentó en el columpio con las palabras: “Qué bueno, ya está seco”.
  • Hace poco iba en un autobús. Era temprano, no había mucha gente, pero no había lugares libres. En una de las paradas, subió una anciana de unos 80 años. Todos los hombres se levantaron para ofrecerle el asiento, pero la anciana, con notable disgusto dijo: “Siéntense, ¡yo no viajo así!”.
    Bueno, todos se encogieron de hombros y seguimos el viaje. La anciana de pie. Después de tres paradas, una joven sentada justo al lado de esa abuela se levantó, aparentemente para bajar. La anciana, creyendo que están tratando de cederle el asiento otra vez, declaró en voz bien alta: “¡Pero quédate ahí! Pasé 30 años sentada en una celda, ahora mejor me quedo de pie”.
  • Esta noche, muy cansada después un día clases, salí del metro y caminé revisando el teléfono. Un chico de unos 14 o 15 años comenzó a seguirme. Caminó detrás mío, viendo la pantalla de mi teléfono, hasta que me detuve y lo miré inquisitivamente. Entonces me miró a los ojos y, como un verdadero macho, dijo: “Hola, ¿cómo te llamas?”. Yo estaba confundida, así que respondí algo así como: “Igual no recordarás mi nombre a la primera”. Él decidió no seguir averiguando la información sobre el nombre, pensó un poco y, después de una pausa, hizo la siguiente pregunta: “¿Cuántos años tienes?”. A lo que sinceramente respondí: “18”. Estaba muy sorprendido, me preguntó si no estaba mintiendo y luego se fue corriendo al grito de: “¡Chicos! ¡Es vieja!”. Probablemente sea así cómo a uno le llega la vejez... La abuela Laura, de 18 años.

"Pedimos una pizza con una porción extra de pepperoni, pero no esperábamos esto".

  • En el primer año de la universidad, decidimos felicitar a un compañero de clases por su cumpleaños durante una lección en una de las aulas. Le regalamos en broma unos calzoncillos con corazones, champaña y dólares falsos. Inmediatamente se puso los calzoncillos por encima de los pantalones y, bajo una lluvia de champaña, lo rociamos con los billetes. Yo, de espaldas a la puerta, en ese momento dije: “Lo importante es que el profesor no se entere de nada, que mañana tenemos examen”. Y entonces escuché atrás: “Está bien, no le diré nada”. Durante todo ese tiempo, nuestro profesor permaneció en silencio detrás de mi espalda en la puerta.
  • Esto pasó en el primer año de la universidad, cuando yo vivía con una amiga. Un día, mi madre trajo una bolsa llena de víveres y se fue sin mucha explicación. Después de examinar la bolsa, encontramos un montón de comida y un paquete de plástico con polvo blanco. Unos días más tarde, esperábamos la visita de nuestros antiguos compañeros de la escuela, y decidí hornear un pastel de manzana. En el proceso del amasado, el mezclador se negó a seguir funcionando: toda la masa se volvió muy dura y apenas se podía aplastar. Pero logramos meter ese milagro de la creatividad en el horno, y nos fuimos a recibir a nuestros amigos. El pastel tenía un sabor terriblemente amargo y, habiendo sacado algunas manzanas, lo tiramos. Los chicos hasta masticaron algo. Cuando, durante el fin de semana siguiente, conté esta historia en mi casa, a mi madre se le cambió la cara al instante y gritó horrorizada: “¡No era harina! ¡Era pegamento en polvo para que pegaras el papel tapiz!”.
  • El último día de vacaciones, fuimos con todas nuestras cosas en autobús a la estación de trenes. Subimos al camarote y la controladora que pasaba junto a mí, por alguna razón, hace un gesto brusco con la mano, ¡y me mete el dedo en la boca! Todavía recuerdo la sensación del dedo tibio de otra persona en mi boca, y la mujer siguió caminando tranquilamente, como si no hubiera pasado nada fuera de lo común. Mi amiga, que fue testigo de esa escena, todavía se ríe de mí, diciendo que chupo los dedos de los controladores al despedirme de ellos.

"Federación de la región de Perm de lanzamiento de ravioles".

  • Vivo sola. Una vez, tenía tantas cosas por hacer que salí corriendo de casa por un rato, y cuando regresé me di cuenta de que había olvidado cerrar el agua de la bañera y de que mi departamento se había inundado. Inmediatamente entré en pánico y, llorando a viva voz, llamé a un amigo y le grité por teléfono que yo era una completa idiota, que recién había terminado de refaccionar el departamento y me había quedado sin dinero. 15 minutos más tarde sonó el timbre, y allí estaba mi amigo, envuelto en una sábana, como Poseidón, con un trapeador en lugar de un tridente en las manos, y hasta con una barba pegada. Inmediatamente dejé de llorar y comencé a reír, y él pasó orgullosamente junto a mí, se sentó en un charco y soltó un barco de papel, que había escondido en su bolsillo. Y ya no me quedaba ni una gota de tristeza. Comenzamos a limpiar juntos, y luego él bajó, vestido de esa forma, a hablar con los vecinos, les explicó todo y les prometió un reembolso. Y, saben qué, creo que entendí a quién quiero ver en el papel de mi esposo y padre de mis hijos.
  • Una amiga tenía en el trabajo una colega: una mujer de unos 50 años, que siempre tenía un peinado hermoso y perfecto. En esa oficina trabajaban varias personas y había un perchero de suelo. Un día, esa mujer fue al trabajo, muy pensativa, se quitó el abrigo y el sombrero, los colgó en el perchero, luego se quitó la peluca y también la colgó en el perchero. Debajo de la peluca había cabello finito debajo de una malla. La mujer se sentó a la mesa, comenzó a trabajar y luego dijo: “Hace frío en la oficina hoy”, y solo entonces descubrió que no tenía la peluca en la cabeza.
  • Los labios se me secan constantemente, así que el bálsamo labial humectante es un producto de primera necesidad, siempre está en todas mis carteras. Un día, estaba sola en el cine y decidí humedecerme los labios. Siempre me pongo bastante bálsamo, más allá del contorno de los labios, en capa bien gruesa. Bueno, después del cine pasé por la panadería, y luego por una tienda que hay cerca de mi casa. Ojalá hubiera sabido que, en la sala oscura, había sacado un lápiz labial rosa brillante en lugar del bálsamo para los labios.
  • Conocí a un chico por Internet, nos encontramos en un parque y dábamos un paseo. Vimos a un vendedor de algodón de azúcar, él chico me preguntó: “¿Quieres uno?”. Asentí. Entonces dijo: “Bueno, cómprame a mí también”, y hasta tomó mi cartera para liberar mis manos para el algodón. Mientras yo estaba comprando, el vio en mi cartera un aerosol de pimienta y con la frase: “¿Acaso apestas, que llevas un desodorante en la cartera?”, comenzó a rociarse de pies a cabeza. Con el vendedor de algodón quedamos estupefactos viendo al sujeto correr en círculos y gritar insultos. Fue una cita muy corta.
  • Tuve una compañera de clase cuyo nombre era Silvia Silva. No sé quiénes eran sus padres y por qué la llamaron tan cómicamente, pero a ella le daba mucha vergüenza su nombre. Y siempre fue objeto de burlas. Hace poco, fui a una reunión de ex alumnos, Silvia también fue. Y nos contó que a la edad de 18 años se cambió el nombre por el de Elsa, para que fuera menos consonante con el apellido. Y que estaba comprometida con un hombre que se llamaba Osvaldo Pato. Así que pronto se convertiría en la señora Elsa Pato.
  • Cuando estaba haciendo las refacciones de nuestro primer departamento, decidí sacar de los marcos de madera la pintura vieja: no quería invertir, habíamos planeado vivir en ese lugar solo tres años, y al final vivíamos ocho.
    Iba quitando la pintura cuando vi que en el borde superior del marco, en la madera, apareció la palabra “pecado”, hmm... Quité la pintura de todos los marcos. En cada parte, debajo de la pintura, aparecía la inscripción “Pecado”. No es que le tuviera mucho miedo al pecado o fuera muy supersticioso, pero me sentí un tanto incómodo.
    Por supuesto que borré las inscripciones. Pero todavía sigo pensando en ellas: tal vez solo era el apodo del carpintero.

“¡Para los vecinos del edificio!

Les pedimos encarecidamente no abrir el agua después de las 23:00 hs. Eso genera mucho ruido en los departamentos vecinos. En caso de no cumplir con esta solicitud, se tomarán medidas”.

  • Me di cuenta de que era hora de tomarme unas vacaciones cuando, al salir de una tienda, puse la leche en el suelo con las palabras: “Corre un poco”, habiéndola confundido con un perro.

  • Una vez, en el trabajo, le escribí una carta muy furiosa al departamento de al lado. Tardé media hora en redactarla, los había devastado. Describí punto por punto dónde se habían equivocado y expliqué exactamente por qué deberían avergonzarse de ello. ¡Era una obra maestra! Absolutamente orgullosa de mí misma, releí la carta después de haberla enviado y entendí que era un completo fracaso. Mi furioso mensaje comenzaba con las palabras “Estimadas coletas”.

  • Una vez, mientras estaba de vacaciones en uno de los países del Medio Oriente, contraté a un guía local para que me mostrara los valores culturales e históricos del país. Acordamos un precio. El lugar al que íbamos quedaba lejos, y fuimos en su minibús. El hombre giraba el volante y mantenía una conversación casual conmigo, charlando sobre todo un poco: sobre el clima, sobre la cocina, sobre la familia...
    Me preguntó:
    — ¿Tienes hijos?
    — Sí, — respondí, — una hija. Tiene 20 años.
    — ¿En serio? — exclamó el hombre en inglés con acento árabe. — ¿Y tú cuántos años tienes entonces?
    — 42.
    -¡Imposible! ¡No te daría más de 25! ¡Qué joven pareces!
    No me sorprendió una adulación tan franca: el hombre claramente contaba con recibir una buena propina. Le agradecí educadamente. Entonces él se volvió hacia mí y, entusiasmado, me dijo:
    — Bueno, ahora tú: adivina, ¿cuántos años tengo?
    Pensé que debía responder con la misma cortesía que él y evalué la apariencia de mi acompañante: cara hinchada, bolsas debajo de los ojos, piel porosa, manchas de calva, cabello gris. Mentalmente quité una docena de años a la edad que había calculado y dije con tono seguro:
    — ¿40?
    No me respondió de inmediato. Durante medio minuto miró el camino con tristeza y sin parpadear, y luego dijo:
    — 27...
    El resto del camino transcurrió en silencio. La conversación ya no fluía bien. Los dos nos quedamos pensando en algo propio.

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