Mis vecinos y yo nos ayudamos en todo lo que necesitemos
15+ Pruebas de que no todas las grandes acciones son mostradas en las noticias
“Quien quiere ser útil, incluso con las manos atadas puede hacer mucho bien”, creía Fiódor Dostoyevski, y nos adherimos a cada palabra. No es necesario ser un gran filántropo o voluntario día y noche, ya que, a veces, para ayudar es suficiente con prestarle el hombro a otro, incluso a un extraño, en el momento en que más lo necesita, sin esperar algo a cambio.
En Genial.guru esperamos que nuestra selección de historias te devuelva tu fe en las personas y te inspire a hacer cosas buenas.
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Fue hace casi 30 años. Mis amigas y yo teníamos 13, y estábamos caminando por la calle. Frente a nosotros había una hermosa chica con una minifalda roja y pantimedias negras (estaban especialmente de moda entonces), y detrás de su rodilla, ¡las medias tenían un enorme agujero! Al principio nos reímos, pero luego nos apiadamos de ella, la alcanzamos y le contamos sobre el hoyo. La chica, avergonzada, se agarró de la cabeza y nos pidió ayuda. Resultó que estaba yendo a una cita. Fuimos con ella al patio de juegos más cercano, la escondimos detrás de nuestras espaldas, y una de nosotras tomó dinero y corrió por unas pantimedias nuevas. Pero las negras estaban de moda y, por lo tanto, eran una rareza. En resumen, estuvimos allí por muuuucho tiempo. Al final, ¡mi amiga regresó y trajo medias negras! (No sé dónde las encontró, pero dijo que se había llevado el último par). En pocas palabras, la chica nos agradeció mucho. Incluso nos ofreció dinero para una barra de chocolate, pero nos negamos y nos fuimos, muy orgullosas de nosotras mismas. © Evgeniya Vitushko / Facebook
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Estaba viajando en el último autobús a casa. De repente sentí muchas ganas de ir al baño, así que le pedí al conductor que se detuviera y me metí en unos arbustos. Cuando salí, vi que el bus seguía allí. El conductor estaba esperándome, y los pasajeros también estaban en silencio. Él dijo: “Entra, ya es de noche, y todavía queda un largo camino por recorrer”. Y ya en mi parada agregó: “Tengo dos hijas como tú en casa”. © Vitoria Buchko / Facebook
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Yo no hablaré sobre mí. Doy clases y cursos, así que paso todo el día de pie. Los descansos entre los grupos son pequeños, y a veces ni siquiera tengo tiempo para tomar un té, porque siempre hay preguntas y solicitudes de ayuda. Así que, a menudo, mis estudiantes me invitan a comer algo de fruta o me traen un bollo de la cafetería más cercana... ¡Es tan agradable! Y ellos también dicen sentirse así. © Alexandra Lapenkova / Facebook
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En los lejanos tiempos “precelular móvil” terminé viajando de noche de Alemania a Bruselas. Todavía no había navegadores, el mapa no decía qué calle era de una mano y cuál era bidireccional, y yo tenía 20 años (aunque a esa edad me veía, como mucho, de 15). La misión: llegar en coche a la estación central y esperar allí hasta las 6 a. m. En resumen... Primero, cuando ya estaba casi llorando, la policía me sacó de las vías de un tranvía (¡en auto!). En lugar de hacerme una multa, los agentes me escoltaron hasta a la estación y se fueron. Estacioné mi auto y fui a esperar a la estación. Pero resulta que la cerraban por la noche, y había unos individuos marginales deambulando cerca. Sin embargo, la puerta del lugar se abrió y unos chicos un poco mayores que yo saltaron al grito de a dónde me había metido en medio de la noche. Cuando se dieron cuenta de que era una alemana ingenua, me llevaron a su estación, me sirvieron café y me tuvieron allí hasta el otro día. A la mañana siguiente resultó que había innumerables estacionamientos alrededor de la estación, y no podía reconocer el mío a la luz del día... Y nuevamente me llevaron por una hora en un auto de policía alrededor del lugar en busca de mi coche. En fin, a pesar de que pasé por mucho estrés en ese entonces, los recuerdos que me quedaron son agradables. © Elena Gilman / Facebook
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Los trabajadores del transporte estaban en huelga en nuestra ciudad. Entonces, los automovilistas se acercaban a las paradas y te llevaban a donde fuera necesario de forma gratuita. Yo estaba llegando tarde al tren y tenía muchas cosas encima, pero un chico me llevó a la estación. Incluso rechazó el dinero que le ofrecí. ¿Cómo no alegrarnos de tener a esta clase de personas en la ciudad? © Tanya Ruppel / Facebook
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Era verano. En una tienda había 3 niños: 2 que aparentaban ser de tercer grado y un pequeño de kínder. Estaban parados cerca de un refrigerador con helado y contaban centavos. No tenían suficiente para 3 unidades, aunque ya habían elegido el postre más barato. Les di dinero para que compraran el que quisieran para los tres. Fue muy agradable que no dejaran al pequeño sin helado, ya que contaban para llevarse exactamente 3 unidades. © Tanya Aryukhovskaya / Facebook
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A eso de las 2 de la madrugada, me dieron muchas ganas de comer fideos con kétchup y mayonesa. Teníamos la pasta, pero no había salsas. Mi esposo salió a buscarlas, pero las tiendas ya estaban cerradas. Finalmente, él logró encontrarlas en una cafetería y las trajo en unos vasos de plástico. Se las sirvieron así, se pusieron en sus zapatos. Lo mismo sucedió con helado y con cerezas: constantemente salía a buscar cosas para mí por las noches. © Ekaterina Ulu / Facebook
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Hace unos años, mi esposo y yo estábamos viajando por Hungría. Y nos perdimos. Subimos a un autobús en algún lugar y bajamos a algún otro, ya que nos dieron mal una indicación. Como resultado, terminamos en una parada de autobús casi en el campo abierto, a unos 15 kilómetros de Budapest, y sin saber a dónde ir a continuación. De repente, un automóvil se detuvo. Una joven madre con un niño nos preguntó en perfecto inglés si estábamos perdidos y a dónde podía llevarnos. Nuestra felicidad no tenía límites. Nos llevó hasta la ciudad, aunque no estaba de camino para ella, y no aceptó ni un centavo. Desde entonces he estado llevando a todas las ancianas que me he cruzado, que iban o volvían de las casas de campo, incluso si no tenía mucho espacio. Estoy regresando el favor. © Smolyanka / AdMe
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Una conocida de mi amiga no podía encontrar un hombre adecuado para el matrimonio. Se vestía maravillosamente, usaba un perfume elegante y regularmente iba a la esteticista. Cansada de esperar, decidió ir como voluntaria a un país africano (no recuerdo exactamente cuál), porque ¡hay que hacer buenas acciones en la vida! Una vez, estaba llevando unos útiles escolares a una ciudad remota cuando su auto se descompuso. Estaba oscureciendo, y ella estaba a punto de llorar. Un hombre blanco que pasaba por ahí se detuvo y le habló en inglés. Ella dejó caer accidentalmente una llave inglesa sobre su pie, ¡y él de repente dijo la “palabra popular” en su idioma! Entonces quedó claro que ambos eran del mismo país... Así fue como conoció a la persona que había estado buscando durante tanto tiempo. Ahora están casados y felices. © Lubov Suhowa / AdMe
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Hace mucho tiempo (yo tenía entre 8 y 9 años, más o menos), mi padre y yo estábamos trabajando en la calle frente a nuestra casa cuando vimos a una niña de 5 años que caminaba, se ponía a llorar y luego se calmaba. En resumen, mi padre me dijo: “Ve y averigua dónde están sus padres y por qué está sola”.
Resultó que sus padres se habían ido a trabajar y ella se había quedado con su abuela. Al parecer, la mujer la había regañado por una travesura. Y en pocas palabras, la niña se ofendió y se escapó. No sabía dónde vivía y tampoco conocía los nombres de los adultos de su familia. Mi padre me dijo: “Lleva a la niña a casa, dale de comer y déjala descansar. Por la noche, la llevaré a un canal de televisión, daré un anuncio y averiguaremos quiénes son sus padres”.
Le presenté a todos los parientes que estaban en casa, incluido mi hermano gemelo. Jugamos hasta las 8 de la noche, pero estaba un poco cansado, así que me quedé dormido. Mi padre fue con esta niña a la televisión, hizo un anuncio y los padres fueron encontrados. Resulta que no vivían muy lejos, a unas 5 o 6 cuadras de nosotros.
Cuando la niña se iba (esto me lo contó mi madre), se acercó a mi hermano y a mí y nos besó, nos cubrió con una manta y dijo: “Quiero unos hermanos así”. Luego, muchos años después, descubrí que ella tuvo 7 hermanos. Nunca volví a verla, y muchas cosas han cambiado en mi vida. Una vez le pregunté a mi madre: “¿Qué habrías hecho si no hubieras encontrado a sus padres ni a nadie que la conociera?”. Mi mamá respondió que la hubiera criado como a su hija. Crió a 6 niños, ¿por qué no criar a una séptima? © Neil Caffrey / AdMe
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Quedé atrapada en un aguacero. Me empapé al instante, pero seguí caminando. De repente, un auto disminuyó la velocidad frente a mí, la puerta se abrió, un hombre saltó afuera con un enorme trozo de celofán, me envolvió con él y literalmente me arrojó al coche. Y arrancó. No solo me asusté, ¡sino que estaba completamente en shock! El hombre se echó a reír y dijo: “Cálmate y dime a dónde te llevo. Estás toda mojada, y si nos poníamos a convencerte de que subieras, terminarías por mojarte completamente. Y te envolví en el celofán para que el asiento no se mojara”. Así que fue una especie de salvación forzosa. En el camino me dijeron por qué decidieron ayudarme: me parecía demasiado a un gatito sin hogar que vagaba bajo la lluvia a ninguna parte. © Liebre salvaje / AdMe
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Con mi hermana íbamos a ir a un monasterio que estaba fuera de la ciudad. Era invierno, pero había deshielo y aguanieve en el camino. Yo iba conduciendo. De repente, la rueda trasera izquierda cayó en un agujero, y el automóvil fue lanzado hacia el otro lado del camino. Gracias a Dios que no lastimamos a nadie, aunque a esa hora esa carretera tiene bastante movimiento. Nos incrustamos en un montón de nieve en el lado opuesto del camino, y nos quedamos sentadas, congeladas por el susto. Dos chicos bajaron de un auto de alta gama, se acercaron y nos preguntaron: “¿Tienen una pala?”, para desenterrarnos. Mi hermana y yo nos pusimos a reír como locas, probablemente por el shock. Ellos nos miraron: todo claro con ustedes. Fueron a buscar palas, nos desenterraron, nos sacaron de la nieve, nos preguntaron si estábamos bien y si necesitábamos que llamaran a una ambulancia. Nosotras seguíamos riéndonos, no podíamos parar. Luego nos calmamos y continuamos nuestro viaje. ¡Gracias, chicos! © Marina Serova / AdMe
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Estaba caminando por la ciudad cuando me torcí muy mal el tobillo. Sentía mucho dolor, creía que estaba por desmayarme allí mismo. Rengué hasta un cartel publicitario que estaba cerca y me senté en su base. Definitivamente no iba a llegar hasta el autobús, así que llamé a un taxi. Allí, por supuesto, me pidieron la dirección, pero yo solo podía nombrar la calle. La despachadora comenzó a enojarse: “Bueno, mira a tu alrededor, ¿no ves los números en las casas?”. Yo ya estaba llorando: “No puedo levantarme, hay una tienda cerca (le dije el nombre)”. La despachadora, ya en un tono más suave: “Espera allí”. Después de un rato llegó un taxi. La conductora (una mujer) salió y me ayudó a llegar al automóvil. Tan pronto como nos sentamos, me tendió una botella de agua: “La despachadora dijo que estabas realmente mal. Tal vez sea mejor que te lleve a un hospital, no a tu casa”. Me llevó y hasta trató de acompañarme hasta mi departamento. © Ekaterina / AdMe
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Vivimos en Israel. Una vez fui al mercado con mi madre, quien está en una silla de ruedas. Dejé la silla en la calle y me alejé un par de metros hasta un mostrador para comprar fruta. Entonces vi que un chico se acercó a mi madre y comenzó a decirle algo. Él tenía rastas en la cabeza y unos jeans rotos que le caían hasta la mitad del trasero, ¡hasta se le veían los calzones! Me acerqué y lo escuché preguntarle a mi madre en hebreo qué estaba haciendo allí, por qué estaba sola y si sabía su dirección, tal vez él podía llevarla a casa. O quizá tenía hambre o sed: ¡que se lo dijera y él le compraría algo!
Mi mamá no sabe hebreo, pero le di las gracias al chico y le dije que todo estaba bien, que ella estaba conmigo. Le pedí que transmitiera mi gratitud a sus padres por la buena crianza que le dieron a su hijo. © Elena Akodus / Facebook
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Una vez, un vecino me pidió que le prestara mi camión, y le dije: “Mejor no, las ruedas no están en condiciones, es peligroso”. Al día siguiente me llamó y me dijo que estaba a punto de cambiar las suyas y que podía darme las viejas. Solo necesitaba ir hasta el cambiador de neumáticos. Fui, y los hombres me pusieron ruedas completamente nuevas. Les pregunté: “¿A dónde fueron las viejas?”, y dijeron: “Nunca existieron”. Resultó que era un engaño para llevarme hasta allí. Mi vecino pagó por un nuevo set para mí. © jorcam / Reddit
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Una vez tuve que ir en la hora pico de la mañana en tren hasta la ciudad. ¡Había tanta gente enojada que no podía entrar al vagón! Hasta me asusté, para ser honesta. Luego salió el conductor, y yo, sin pensarlo dos veces, le pregunté si podía viajar con él. Y él me llevó. Me trajo hasta la capital y me dejó ir desapercibidamente junto con los demás. ¡Gracias, buen hombre! © “Oídoporahí” / Ideer
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Comentarios
Acciones así hacen mucha falta
Siempre que puedo ayudo a quien lo necesite
Si me pasa lo de la chica atrapada en el aguacero me muero de miedo
Tengo una compañera de trabajo que cada vez que tengo un mal día me trae algo dulce :)