18 Experiencias que demuestran que confiar en la primera impresión podría salirte caro

Historias
hace 3 días

A veces la primera impresión puede ser engañosa. A veces la apariencia no nos dice nada sobre el nivel de riqueza o la profesión de una persona. Por eso, quienes juzgan por la ropa suelen encontrarse en situaciones incómodas.

  • Un día, una pareja de ancianos vestidos con ropa del mercado entró en la tienda donde trabajaba mi hermana. Una asesora los ignoró, pero mi hermana se acercó. Ella respondió a todas sus preguntas y ellos anotaron en un cuaderno los modelos que querían. Una semana después llegó un joven, llamó a mi hermana y le pidió que vendiera todos los artículos de la lista. Se gastó un montón de dinero. Pero eso no es todo. Un mes después el hombre le pidió una cita a mi hermana, un año después se casaron, ahora tienen tres hijos. Resultó ser un gran hombre de negocios, y sus padres poseen varios centros médicos. © Mishka Fancy / Dzen
  • Yo trabajaba en una empresa de construcción. Me llamó un hombre y empezó a preguntarme por departamentos: metros, plantas, distribuciones. Le expliqué todo con detalle y prometió venir. Vino, en tranvía. Iba vestido muy modestamente, eligió cinco departamentos. Redactamos los contratos y pagó en efectivo. Toda la oficina se quedó en shock. © Veronika Bondarenko / Dzen
  • Me senté en mis lentes nuevos y caros y se les cayó una patilla. En la óptica, un joven me dirigió una mirada arrogante y se ofreció a encargarme unos nuevos. Al salir, volví a mirarlos de cerca, compré pegamento, volví a casa, les pegué la patilla y ahora los llevo puestas. © Nina R. / Dzen
  • Siempre consideré estos relatos como fantasías. A nuestro pequeño pueblo del sur llegó una familia de la región central o del norte para pasar las vacaciones. Fueron al mercado de autos (es el más grande de esta región) y compraron un coche de una marca buena. Contrataron a un conductor —un chico que conozco— para que los llevara a todas partes durante un par de semanas. Al irse, le regalaron ese coche. Después de eso, comencé a creer en historias increíbles. La vida es más interesante que las películas. © Varvara / Dzen
  • En la vejez gané un poco de peso, y aparecieron problemas en la espalda y las piernas. Ahora solo uso calzado cómodo y desgastado. Un día, después del trabajo, con un aspecto nada presentable, entré a una joyería para comprarle una cucharita de plata a mi nieta mayor. Al verme, nadie se acercó. Al final, le compré la cuchara a mi nieta y, para mí, un anillo con un diamante. © L-A / Dzen
  • Trabajaba en un banco con personas jurídicas. Un día vino un hombre con un abrigo desgastado, un sombrero viejo y un maletín aún más viejo. Sonreía, era algo extraño. Entró rápidamente a la oficina de la dirección, luego paseó por el banco y charló con los empleados. Más tarde supe que era la persona más rica de nuestra pequeña ciudad. Un mecenas que todos conocían y respetaban. Ayudó a muchos, pero vivía de manera muy modesta. © Anna Bystrova / Dzen
  • En verano, contratamos como secretaria a una chica de unos dieciséis años. Era discreta, cumplidora, vestía de manera sencilla, sin marcas conocidas. A veces daba la impresión de que no tenía dinero para ropa de calidad, porque todo parecía deslucido, desgastado, poco atractivo. Más tarde nos enteramos de que era hija del dueño de la empresa. Se vestía así porque le resultaba cómodo. © Arishissa / Dzen
  • Trabajaba en una agencia de viajes. Una abuelita vino y estuvo una semana entera escogiendo el balneario más barato. Mi compañero y yo quedamos exhaustos con sus exigencias. Al final, le reservamos un paquete con descuento. Medio año después, regresó y, nada más llegar, reservó dos semanas en un lujoso y carísimo resort. © Lynx / Dzen
  • Trabajé en una conocida cadena hotelera. Teníamos un cliente habitual que llegaba con ropa gastada, reservaba la suite más cara y la pagaba por un mes entero, aunque a veces ni siquiera se hospedaba. Desde el inicio, nos enseñaron a no juzgar a las personas por su apariencia y, mucho menos, a mostrar desprecio. Una vez escuché cómo la encargada de recursos humanos devolvía la carpeta laboral a un candidato. Resultó que había rechazado a una mujer porque, según él, vestía de manera humilde. Ella le explicó que, aunque hoy no tuviera un saco de dinero, mañana podría tenerlo. Me recordó la película Mujer bonita. Si trabajas en el sector de servicios, haz el favor de ser amable. © Jena . / Dzen
  • Hacíamos una remodelación en el baño. Podíamos contratar a un buen equipo con un diseñador y no complicarnos, pero a mi esposo se le metió una idea en la cabeza. Decidió que lo haría todo él mismo. Al final, prácticamente reconstruyó el baño y le dio un enorme placer, algo que me sorprendió mucho. Durante el proceso, eligió personalmente hasta el más mínimo detalle. Por eso iba al almacén de materiales varias veces al día. En una de esas ocasiones, vestido como un vagabundo, salió del almacén y se cruzó con una pareja que acababa de bajar de un coche destartalado. Mi esposo contó después que nunca había visto miradas tan despectivas y desdeñosas como las de esa pareja. Y cuál fue su sorpresa cuando él desactivó la alarma y se subió a un coche de lujo. Aún hay mucha gente que juzga por las apariencias, y mi esposo suele aprovecharlo. © Tatiana / Dzen
  • Mi amiga y yo somos fieles clientas de una tienda desde hace décadas. Ella siempre está al tanto de las nuevas colecciones y con frecuencia lleva su ropa. Un día entramos a ver qué novedades había llegado, y una dependienta, desde la entrada, nos soltó: "Aquí todo es caro". A mí me dio risa, mi amiga se enfureció, y la situación quedó como para un chiste. © Relax / Dzen
  • El dueño del holding donde trabajaba mi esposo tenía un abrigo viejo con el que cerró su primer negocio. Se lo ponía para reuniones importantes, aunque estaba desgastado y le quedaba pequeño. En una exposición, el gerente de una de las empresas del jefe, que nunca lo había visto en persona, le habló de forma muy despectiva toda la noche. Él no reaccionó, pero, claro, después despidieron al hombre. © Olga Savina / Dzen
  • Estaba de vacaciones en el mar, completamente en mi papel de dama elegante: con sombrero turquesa, guantes y sentada bajo una sombrilla en el paseo marítimo. De repente, se me acerca un hombre con aspecto de persona sin hogar y un olor que lo confirmaba. Justo cuando estaba a punto de irme, me pidió que le diera algo de comer. Al observarlo con más atención, noté que era terriblemente guapo. Sentí lástima y lo llevé a un café. Mientras estábamos allí, conversamos, y no dejaba de sorprenderme: ¿cómo podía tener esa apariencia y al mismo tiempo esos modales y ser tan interesante?
    Al día siguiente, él me invitó a bailar. Me reí con desdén y me fui. En un par de días, ya me había olvidado del incidente. Estaba en casa cocinando y, como necesitaba comprar algunas cosas, salí tal cual estaba: en playera, con el cabello sucio y oliendo a fritura. De repente, alguien me detuvo. Era mi conocido reciente, pero esta vez estaba impecable, con un traje blanco y un aire deslumbrante. Se rio de mi asombro y dijo: "Te he estado esperando aquí todos estos días". Me quedé paralizada, avergonzada. Tomó mis bolsas y me llevó a un lugar donde sonaba música. Nunca antes había sentido tanta vergüenza. Él parecía un rey, y yo iba en una playera sudada y hawaianas. © Alla Boyko / Dzen
  • Tenía un pariente que era un empresario exitoso. Para trabajar o asistir a reuniones, siempre iba impecable, pero en su vida cotidiana era todo lo contrario. Una vez fuimos juntos al supermercado para comprar todo lo necesario para recibir invitados. Había estado haciendo algo en el jardín y llegó al supermercado con zuecos de goma y ropa de camuflaje. Tomó un carrito y empezó a llenarlo con todo tipo de productos caros: caviar, delicias, etc. Los guardias de seguridad se tensaron y nos siguieron hasta la caja registradora. Nos reíamos de la situación, aunque era comprensible. Al fin y al cabo, ahí estaba este hombre desaliñado con zuecos, llenando un carrito con artículos caros y sin parecer alguien que pudiera pagarlos. © Olga Chizhova / Dzen
  • Una vez me enfrenté a prejuicios. Dondequiera que viva, siempre planto flores en el patio. Un día, mientras estaba plantando, una mujer comenzó a darme instrucciones en un tono autoritario sobre cómo debía hacerlo. Le extendí una pala y le dije: "¿Por qué no me ayuda?". Se molestó y fue a quejarse al comité vecinal. Salió de allí roja de ira. Al parecer, le dijeron que yo no era jardinera y que ese trabajo no era mi responsabilidad. © Galina Dolgikh / ADME
  • Un amigo me contó que hace 30 años trabajaba como vendedor en un concesionario. Un día, entró una joven de unos 18 años con una caja de cartón de una tostadora en las manos. Caminaba por el salón, mirando los coches. Como mi amigo era el más joven del equipo, lo enviaron a atenderla, pensando que sería una buena práctica para él. La chica le contó que acababa de obtener su licencia de conducir el día anterior y quería comprar un automóvil. Mi amigo comenzó a mostrarle modelos económicos, pero ella eligió uno de los más caros. Al final, lo compró y pagó una suma considerable. Resultó que la caja que llevaba estaba llena de dinero en efectivo. © Vladimir Grigoriev / Dzen
  • Construí mi casa durante tres años, viviendo allí con mi perro, mientras mi esposa y mi hijo vivían en un departamento alquilado. Finalmente llegó el momento de equipar la casa con electrodomésticos para mudarnos como familia en condiciones cómodas. Aunque no tenía un vestuario especial para la obra, mis prendas siempre estaban limpias y decentes. Mi única debilidad eran los zapatos: me encantan los de buena calidad, hechos de cuero natural.
    Venimos con mi esposa a un gran centro comercial, había un montón de vendedores allí. Queríamos comprar absolutamente todo para la casa: cinco televisores, equipo para planchar, dos lavadoras, secadora, dos frigoríficos de dos puertas y otros electrodomésticos. Entramos en una cadena popular. Los asesores me miraban y se daban la vuelta. Y si hablaban, lo hacía a regañadientes. Entonces, fui a la tienda de enfrente y compré todo allí. Tendrían que haber visto las caras de esos "asesores" cuando sus competidores cargaban mis compras en un camión delante de sus ojos. Y todo porque no había que fijarse en mi jeans y la camisa, sino en mis zapatos. © Vladimir Tolmasov / Dzen
  • Una amiga trabajaba en el departamento de joyería de unos grandes almacenes. Por la tarde, entra una anciana con un bolso de paja. Mira el escaparate: "Chica, ¿no tienes algo mejor?". Mi amiga saca de la caja fuerte una pulsera muy cara. La anciana la examina, dice: "Buena cosa", devuelve la pulsera y se va. La noche siguiente, 20 minutos antes de la hora de cierre, la anciana vuelve a entrar. Saca de su bolso una cantidad de dinero con la que se podrían comprar dos coches en ese momento, y pide esa misma pulsera. Toda la tienda se emocionó, pero ya era demasiado tarde para contactar con el servicio de transporte de fondos. Y la anciana se fue a casa con su bolso tan tranquila. © Nadezhda Dorofeeva / Dzen

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