Les envió un audio de rutina a sus padres, pero ellos quedaron desconcertados con lo que oyeron

Cuando vamos a comer a un café o esperamos el almuerzo a bordo de un avión, generalmente solo queremos una cosa: comer bien y luego seguir con nuestras actividades. Pero la vida a menudo nos sorprende y, junto con el pedido esperado, puede traernos una avalancha de impresiones y emociones tan intensas que nos dejan boquiabiertos.
Un minuto después, la azafata regresa con la bandeja del copiloto. Y allí hay camarones, pescado rojo, pastelitos. Miro mi bandeja. En mi gelatina marrón flotan pedazos de pollo con patas.
Resulta que las azafatas chinas sirven al capitán lo que consideran más delicioso. Aunque a veces embarcan comida que nos resulta familiar, piensan que no es sabrosa y se la dejan al copiloto. Al final, el capitán come una gelatina marrón apestosa con cabezas de pollo, mientras que el copiloto come dumplings, camarones y pasteles.
El camarero comenzó amablemente a hablarme sobre el "Ra-de-vo". De nuevo, en palabras normales, pero en un idioma que no entendía. De lo que entendí, era alguna glándula de ternera con apio y perlas de algún tubérculo desconocido para mí, y algas marinas. Se sirve con una salsa de estragón.
El camarero se va, y yo ya con miedo me imagino ahogándome con vísceras de vaca, mezcladas con una bebida verde, y teniendo que pagar dos mil por esto.
Con el primer bocado me quemé. Pero junto con la quemadura, me sorprendí de lo increíblemente delicioso que era. La glándula de ternera resultó ser un trozo de carne tiernísimo. Me pareció similar a la parte grasa del lomo de cerdo, pero aún más suave. La salsa recordaba la mejor versión del jugo de carne de mi madre, pero ligeramente endulzada con cebolla caramelizada.
Las perlas de brócoli eran un acompañamiento espectacular, similar a un puré de papas con notas vegetales. El apio finamente cortado estaba en el fondo del plato y también resultó más que comestible. Las perlas del tubérculo parecían algo insípidas, pero no afectaban negativamente al plato.
Hoy me dice que quiere comer rana. Bueno, hay restaurantes de ranas, y yo también como ranas, suelen ser de las que se crían para carne. Pero pidió algo que nunca imaginé. El plato parecía normal, hasta que supe que era vísceras de rana del noreste, hervidas, con papaya, crema y azúcar. Buen provecho.
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