Compitió en las Olimpiadas sin saber nadar y le dio una lección a quienes lo criticaron

Historias
hace 10 meses

Hay momentos en la vida que quedan marcados para siempre en nuestra memoria. Son aquellos en los que nos convertimos en los héroes de nuestra historia y sabemos que solo tuvimos que hacer algo para lograrlo: decidirnos. Sin embargo, a veces nuestras decisiones son capaces de romper las barreras personales e inspirar a millones, como Eric Moussambani que, con un poco de ayuda del destino, se convirtió en héroe de los Juegos Olímpicos.

ROB GRIFFITH / ASSOCIATED PRESS/East News

Era el año 2000 y los Juego Olímpicos de Sídney estaban a punto de comenzar. Grandes atletas de todo el mundo llevaban años y años entrenando para el gran encuentro deportivo. Sin embargo, desde Guinea Ecuatorial, un joven de veintidós años, y con poca preparación deportiva, estaba destinado a dejar una honda huella en aquella justa de titanes.

El sueño de Eric Moussambani fue, desde siempre, competir en encuentros deportivos, y cuando se enteró de que su país podría participar en unos Olímpicos sin la necesidad de tiempos clasificatorios, gracias a un programa de “comodines” para incentivar el deporte, no lo dudó y decidió inscribirse. Solo tuvo ocho meses para entrenar, pero no tuvo un equipo, ni un entrenador, ni siquiera una piscina decente para nadar.

En un hotel encontró una alberca para entrenar, medía aproximadamente trece metros y se la prestaban tres horas a la semana. A veces iba al río a nadar y un pescador le decía como mover sus pies. Que no se hundiera, no significaba que supiera nadar. Si llegó a los Olímpicos fue porque el destino lo quiso, no porque contara realmente con las habilidades físicas para hacerlo.

Nunca había escuchado hablar de Sídney o de Australia, no había salido nunca de su país, era un joven tímido y ahora iba rumbo a enfrentar su mayor desafío. Al llegar a la villa Olímpica se sintió aterrado, había mucha gente y el lugar era inmenso. Pero su mayor temor lo sintió cuando conoció la piscina. Nunca se imaginó que fuera tan grande y menos que sería capaz de nadarla dos veces.

Al momento de entrenar con los otros nadadores, Eric se concentró en observarlos, como movían sus piernas, sus brazos, quería a prender por observación, pero en los deportes los entrenamientos son fundamentales y ya no había tiempo. De alguna forma este nadador africano era una especie de Rocky Balboa que venía a enfrentarse a campeones.

Pero, como si los dioses de la Atlántida hubieran conspirado a su favor, Eric debía competir con otros dos nadadores “comodines”, para clasificar a la final y luchar por alguna medalla. Allí estaba, Moussambani se veía nervioso, él y sus compañeros estaban listos para partir, sonó la señal para saltar al agua, pero sorpresivamente, Eric seguía en su la línea de partida. Mientras tanto, se anunciaba que sus contrincantes habían sido descalificados por salir antes de la señal.

© Olympics / YouTube, ROB GRIFFITH / ASSOCIATED PRESS/East News

La responsabilidad ahora era mayor; tendría que nadar solo, más de diecisiete mil personas tendrían sus ojos puestos en él, dentro de la Villa, millones desde sus hogares. Tenía miedo de cometer algún error y que la gente se burlara.

Llegó la hora, saltó al agua, los primeros cincuenta metros los nadó con todas sus fuerzas, luego cada vez le era más complicado nadar, parecía que se fuera a ahogar, su cuerpo no respondía, pero el público comenzó a animarlo. Sin importar cuánto le costara, él llegaría al final. Luego de más de un minuto y cincuenta segundos terminó los cien metros estilo libre. Un minuto más lento de lo que lo haría un nadador profesional.

Eric había impuesto un nuevo récord: eran los cien metros más lentos de la historia de los Olímpicos. Sin embargo, lejos de los reproches o burlas, Moussambani se convirtió en el héroe de Sídney 2000. Dio más de cien entrevistas, tuvo patrocinadores, la gente quería su autógrafo y todo, sin obtener alguna medalla.

Esta historia está lejos de ser la de una competencia deportiva. Es la historia de un hombre que alguna vez tomó una decisión, se arriesgó, perdió y cambió su vida para siempre. Ahora Eric entrena, treinta horas a la semana, al equipo de natación de Guinea Ecuatorial, pero nos dejó una gran enseñanza de perseverancia, tesón y humildad, que aún perdura en el tiempo.

Imagen de portada Olympics / YouTube

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