Eso es lo que pasa si una mujer decide volverse realmente una interesada
El otro día me escribió un hombre que creía mi amigo y que murió. Me escribió: “Considérame muerto para ti”. Yo quería hacer alarde de mis conocimientos de matemáticas y contestarle: “Lo que está muerto no puede morir”. Pero no pude: estaba ya en la lista negra.
El motivo de este amistoso autoexterminio fue que me negué a resolver gratis los problemas de su novia. Quería que editara su tesis. Le coticé un precio, y ahí empezó todo. En fin, soy una zorra desagradecida y mercenaria que una vez recibió un helado. Por una tesis, probablemente me darían una barra de chocolate.
Un hombre que coquetea un poco conmigo preguntó: “Elena, ¿qué quieres?”. Le contesté con absoluta sinceridad, sin vacilar, que quería unos lentes, normales y corriente, para ver mejor. Como respuesta recibí un mensaje de cuatro páginas en el que me decía que yo era una interesada mercantilista, como todas las mujeres que están dispuestas a hacer cualquier cosa por unos centavos, pero no están dispuestas a amar sinceramente a un buen hombre, a hacerlo todo por él, y por ello las amarán a cambio y les comprarán de todo: lentes, departamentos, billetes de tranvía. Quería escribirle que no estaba a la moda y que no se pagaba unos centavos, sino un buen monto, pero me dio pereza.
No soy pretenciosa, no sé ligar en absoluto. Pregunto a mis amigas qué he hecho mal. ¿De verdad podía pensar un hombre que le estaba pidiendo que me comprara unos lentes? Se ríen, diciendo que debería haberle escrito que quería correr hacia él por la noche, atrapar copos de nieve con la lengua, pasear con él por un río frío y citar a Cervantes, y luego besarlo larga y desinteresadamente en el parque, en un banco.
Una amiga me cuenta que ha conocido a un hombre. Le pide una cita. Ella le escribe: “Termino de trabajar a las 19:00, tomemos un café en algún sitio”. Y él le dice: “¿Por qué una mujer de 50 años tiene esa arrogancia? Para conseguir que él la invite a tomar un café, primero hay que conocerse, dar un paseo. No pasa nada que la calle esté fría y húmeda, que ella haya trabajado todo el día (es cirujana y casi toda su jornada laboral la pasa de pie), que en la ciudad oscurezca a las 17:30. Primero hay que ganarse el derecho al café. Si no, eres una vividora.
Le hago un favor a un conocido. Me envía una tarjeta electrónica con una flor a cambio. Le pregunto directamente: “¿No tienes dinero?”. No oculto mi dirección, mi número de teléfono es conocido, se le puede transferir dinero con el comentario: “Elena, esto es para que te compres una rosa”. Pero a la persona no se le ocurre.
Como cualquiera de mis amigas, puedo pagar mi café y el tuyo, el almuerzo, los taxis, comprarme 150 rosas y una caja de bombones. Podemos pagar nuestro propio alquiler, nuestros billetes de avión y nuestros vestidos, zapatos y lentes. No es necesario que alguien más pague por nosotras. Ninguna de nosotras necesita que la mantengan. Pero sabemos que el dinero nunca es solo cuestión de dinero, siempre es una cuestión de autoestima.
El mercantilismo no es poner precio a tus servicios. El mercantilismo es pensar que todo debería ser gratis para ti. Llevo pagando yo misma mis cuentas desde que tenía 18 años, y no tengo nada que hacer cerca de gente que piensa que eso es algo heroico.
Está bien pagar por los servicios. Pagar por conocimientos está bien. Ir de visita con bolsas de comida también es normal. Agasajar a tus amigos es normal. Dar flores y regalos también es normal. La gratitud, la atención, el interés, el amor... la forma más fácil de expresarlo todo es a través de cosas materiales. En este caso, una rosa no es solo una rosa, es un “gracias”. Un café no es solo un café, es un “estoy dispuesto a cuidarte”. Un billete bancario no son simplemente 20 euros, es un “agradezco tu tiempo y tus conocimientos”.
Eso es todo lo que quería decirles hoy. Abrazos.
Genial.guru publica este texto con el permiso de la autora, la psicóloga y bloguera Elena Pasternak.
He aquí algunas historias más sobre cómo la cuestión del dinero cambia a la gente
- Encargué un vestido de novia a una buena costurera que conozco. Compré tela por valor de casi 300 dólares y esperé a la primera prueba. Pero quince días más tarde me informa de que no podrá confeccionar el vestido, porque su hijo ha manchado mi tela con pintura. Le pido que me devuelva el dinero de los metros estropeados de telas caras, y se sorprende: “¿Cómo es eso? No he sido yo quien ha derramado la pintura, sino el niño, ¡él no lo entiende!”. También me echó encima a su marido, diciendo que yo estaba chantajeándola.
- Cuando me fui de baja por maternidad, fue como si hubieran sustituido a mi esposo: se volvió muy tacaño y me hacía rendir cuentas de cada pañal. Una vez le pedí dinero para unas botas nuevas: no me lo dio, tuve que llevar las viejas a un zapatero. No pude soportarlo y le dije que no podía sobrevivir solo con la ayuda por maternidad. Entonces me exigió seriamente una prueba de paternidad. Como prueba de que mantenía a un hijo suyo. Me callé, y unos días más tarde, le llevé una prueba de ADN positiva. Y una petición de divorcio. Ese mismo día me fui a casa de mis padres. Y ahora mi ex está pagando una pensión alimenticia legal varias veces superior a la que me asignó en el matrimonio.
- Tengo un conocido que salió con una chica durante más de cinco años y cuando le preguntaron por el matrimonio, contestó que ni siquiera ese tiempo era suficiente para hacer un paso tan importante, aunque era guapa, educada y buena persona en general. Al final la chica no pudo soportarlo y lo dejó. La actitud de este hombre hacia el matrimonio cambió radicalmente cuando conoció a una mujer de una ciudad grande, cuyo departamento estaba en pleno centro. Al fin y al cabo, le propuso matrimonio dos meses después de haberla conocido. Y después dicen que las mujeres son interesadas.
A veces la codicia de la gente va demasiado lejos, como en la historia de los parientes de esta chica.