Historias impactantes de cómo las palabras y acciones de los padres pueden marcar a sus hijos de por vida

Historias
hace 3 horas

Dejar a los hijos mayores el cuidado de los pequeños, consentir a los preferidos, criticar sin parar al resto y crear complejos desde la infancia... Muchos padres parecen expertos en estas prácticas. Esta historia trata de cómo esas actitudes impactan a sus hijos cuando crecen.

  • Cuando era joven, me hicieron un vestido para mi graduación con una tela de chifón semitransparente. Pero no me compraron un sostén para usarlo. Si mencionaba algo al respecto, mi mamá se molestaba, porque para ella era un tema “impropio”. Yo ya era una chica con curvas y no quería ir sin sostén. Recordé cómo mi madre siempre decía: “Cuida de ti misma”, así que me las arreglé. Tomé uno de sus sostenes viejos, de esos que solo se usan en casa, y por las noches, escondiéndolo bajo mi almohada, lo modifiqué con mis torpes manos para que me quedara.
  • Mi hermano menor y yo tenemos 18 años de diferencia. Ahora yo tengo 20 y él, dos. Hace unos meses, mis padres me dijeron que estaban demasiado mayores para cuidar a un niño tan pequeño (mi papá tiene 60 y mi mamá, 42) y decidieron que mi hermano viviría conmigo, al menos durante cinco años, hasta que ellos “pudieran” hacerse cargo de nuevo. Estaba en shock, no solo porque me estaban pidiendo que sustituyera a sus padres, sino por cómo pueden simplemente “entregar” a su propio hijo. Hace dos meses se fueron de vacaciones y dejaron al pequeño conmigo. Él lloraba llamando a su mamá, pero ella se fue sin mirar atrás. Reflexioné y decidí que voy a criar a mi hermano como a un hijo, pero no se lo devolveré. Los convencí para que firmaran una renuncia de la patria potestad, y ¿saben qué? Lo hicieron sin preguntas.
  • Cuando me divorcié de mi exesposo, mi madre decía que él solo se había casado conmigo por el departamento, porque yo no tenía “ningún atractivo especial”. Pero en mi juventud, a los 19 años, era delgada, con cabello largo y para nada “un desastre”. A los 27, ya madre soltera de dos hijos, me compré una cama nueva y mi mamá dijo: “¿Para qué una cama matrimonial? Mejor compra una individual, total, no tendrás a nadie con esos ’extras’ que tienes”. Han pasado siete años desde que mi madre falleció, yo tengo 56 ahora, pero esa amargura aún no se va.
  • Veo a mis padres raramente, pero ayer fui a visitarlos para un asado. Apenas estacioné el coche, escuché a mi papá suspirar con desaprobación. Lo había aparcado mal, y él, molesto, se fue directo al asador. Intenté entablar conversación:
    — ¿Cómo están las cosas?
    — Bien.
    — ¿Te duele la espalda?
    — No.
    Todo en ese tono. Me frustré y lo dejé solo. Mi mamá me llamó después diciendo que el asado estaba listo, así que fui a sentarme con ella. Mi papá llegó, dejó la comida en la mesa de golpe y se fue al garaje. Cuando era niña, habría tenido que disculparme, soportar sus sermones y mendigar su perdón. Pero ahora sabe que soy independiente, y me llama solo cuando se le pasa el enojo.
  • Mis padres siempre decían: “Sonríe y aguanta”, cada vez que me enfermaba, porque no querían lidiar con ello. Durante años oculté cualquier herida o problema de salud. Ahora estoy casada y mi esposo está más que dispuesto a ayudarme, pero aún me siento incómoda. Gracias a mis padres, siento que nadie más que yo debería manejar mi dolor. © KadenzaKat98 / Reddit
  • De niño, mi padre me presionaba por todo. Decía que yo era su único heredero y que debía estar a la altura. Aunque estudiaba bien, trabajaba duro y lo ayudaba, nunca estaba satisfecho. Me decía: “No basta con ser campeón de la ciudad en boxeo, debes ser campeón nacional. No es suficiente el segundo lugar, siempre tiene que ser el primero”. Hasta los 14 años me afectaron esas palabras, pero luego me di cuenta de que ser su heredero no significaba nada. Al final, lo único que heredé fue un coche viejo sin motor, dos créditos y deudas de 10 años por servicios públicos.
  • Mi madre olvida los cumpleaños de mis hijos. Y el mío también. Sin felicitaciones, nada. Cada vez me sorprende. Le conté a mi esposo lo molesta que estaba, diciéndole que los abuelos suelen amar a sus nietos tanto como a sus hijos. Él respondió: “Claro, los ama igual que a ti. Es decir, no los ama”. Me quedé en silencio, comprendiendo que tenía razón. Lo que hace con mis hijos es lo mismo que hizo conmigo. © anewstartforu / Reddit
  • Cuando tenía 13 o 14 años y comencé a crecer, dejando atrás las muñecas y empezando a interesarme por la ropa, la música y los chicos, intenté compartir mis pensamientos y sentimientos con mi mamá. Sin embargo, ella me interrumpía constantemente, quejándose de que era demasiado informal y que la trataba como a una amiga. Incluso llegó a decir que debería dirigirme a ella con respeto, usando “usted”, recordándome que en otros tiempos las madres eran veneradas, ¡incluso se les besaba la mano! Ahora, 20 años después, me pone como ejemplo a la esposa de mi hermano, que es muy cercana a su madre. Hablan varias veces al día y tienen una relación de amigas. Mi mamá envidia esa relación y, por supuesto, culpa a mi actitud por la falta de comunicación entre nosotras.
  • Cuando éramos niños, si mi hermana y yo nos sentábamos en el sofá, mi papá nos preguntaba de inmediato: “¿Qué hacen ahí sentados? ¿No tienen nada que hacer?” Estaba obsesionado con la limpieza. Siempre había algo que limpiar, frotar o arreglar. Cuando llegaba del trabajo, fingíamos que estábamos recogiendo pequeñas migajas del suelo para que no nos regañara. Detesto limpiar.
  • Si mi mamá llegaba del trabajo por la noche y encontraba aunque sea un plato sucio en el fregadero, me despertaba (tenía entre 7 y 10 años) para que lo lavara. También solía castigarme si no había terminado de limpiar la casa antes de que ella volviera, por ejemplo, si me distraía jugando con amigas. Supuestamente, me estaba enseñando a ser ordenada. No sé si mi comportamiento actual se debe a sus métodos, pero ahora no sé descansar. Mi esposo siempre me lo dice: si tengo un día libre, siento que debo hacer algo, limpiar, lavar, ordenar. Mi trabajo ya es agotador, pero aun así me agoto en casa.
  • Cuando tenía 12 años, mis padres me preguntaron qué instrumentos musicales me gustaban. Respondí que el piano, el violonchelo y la guitarra. Tiempo después, me inscribieron en clases de acordeón. Según ellos, no encontraron nada de violonchelo y el piano y la guitarra les parecieron “muy comunes”. Y, para responder a la pregunta inevitable: no, no sé tocar el acordeón. Ahora tengo 29 años y todavía lo detesto.
  • Mi mamá suele quejarse de que mi hermana y yo nunca la llamamos para saber cómo está. Y tiene razón, no lo hacemos. Un día entendí por qué. Durante nuestra infancia, no se podía estar sin hacer algo. Si nos acercábamos a mi mamá en un momento libre, terminábamos con alguna tarea nueva o con un regaño: “¡No molestes!” Su interés por nuestras noticias escolares se limitaba al boletín de notas, y por nuestras actividades extracurriculares, al resultado de limpiar el piso. Yo leía mucho, pero nunca hablábamos de eso. Entiendo que eran tiempos difíciles, con mucho trabajo y poco dinero, pero no entiendo cómo nunca tuvo tiempo para preguntarnos cómo estábamos.
  • A los 14 años empecé a trabajar como repartidora. Cuando mi mamá se enteró de que ganaba dinero real, se emocionó mucho y sugirió que le diera mis ganancias, prometiéndome que al final del año me devolvería una buena cantidad. Acepté. Cuando llegó el momento de pedirle el dinero, me miró sorprendida y dijo: “¡Ah, ya recuerdo! Lo usé para comprar un armario hace tiempo.”
  • Toda mi vida en casa me dijeron que era gorda, torpe, desgarbada y fea. Recuerdo que, al ver las fotos de mi graduación, una mamá de un compañero dijo frente a todos que yo era una de las tres chicas más guapas de la clase. Me quedé impactada. Luego, más adelante en la vida, otras personas también me dijeron cosas similares. No me considero una belleza, pero tampoco era ese “desastre” que me hicieron creer. ¡Qué complejos tuve en mi infancia y juventud!
  • Mi mamá sueña con que vuelva con mi ex. Dice que Víctor era como un hijo para ella y que no me aguantó porque soy una “desastre”. Me atormenta con este tema todos los días, queriendo que volvamos. Pero ayer cruzó todos los límites: mientras dormía, tomó mi teléfono, entró a mi cuenta personal y le escribió un mensaje a Víctor como si fuera yo: “Perdóname, fui una tonta. Te amo. Regresa.” No sé quién se sorprendió más, si yo al despertar o Víctor al leerlo.

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