Corrí a mis amigos de mi casa después del berrinche que hizo su hija

Compartir es uno de los valores fundamentales para la convivencia humana. Sin embargo, no siempre es fácil de practicar, especialmente cuando se trata de vivir en un espacio con otras personas. En la siguiente historia, veremos un ejemplo en el que convivir puede generar conflictos cuando, de alguna manera, no se respetan los límites de un compañero con algo tan importante como la comida.
Actualmente, comparto una casa alquilada con una madre soltera y su hijo de 6 años. No tengo ningún problema en convivir con ellos, ya que somos respetuosos y cada uno lleva su vida. Además, paso mucho tiempo fuera de casa, ya sea en el trabajo o en casa de mi novio. Apenas coincidimos con nuestros horarios de trabajo, pero cuando nos vemos nos llevamos bien. Sé que ella tiene dificultades económicas, pero no creo que eso justifique algunas cosas. Yo tampoco gano mucho dinero, pero intento ser responsable.
Observando sus hábitos alimenticios, me di cuenta de que los dos detestan las verduras. Todo lo que tuviera un toque de verde era ignorado. El pollo a la naranja desaparecía, pero el pollo con brócoli quedaba intacto. Así que se me ocurrió una idea: poner verduras en todo lo que cocinaba. A mí me encantan las verduras y creo que son muy saludables. Además, sabía que ellos no las tocarían, así que podía comerlas tranquila. Empecé a añadir pimientos, ejotes, brócoli y otras verduras a todos mis platos. Incluso a las sobras de puré de papas o de papas fritas con queso y tocino les ponía verduras y las mezclaba.
Un día, hice una olla de macarrones con queso, que es la comida preferida del niño, y le agregué coles de Bruselas asadas. A mí me parecía una delicia, pero a ellos no les gustó nada. Mi compañera de casa me vio echar las coles en la olla y se enfadó. Me acusó de ser egoísta y molesta. Yo solo le dije que me gustaban las coles de Bruselas y que era MI comida. Ella se quejó de que tenían hambre y yo le sugerí que fuera a comprarse algo para comer. O que dejara de gastar su dinero en cosas preenvasadas. No sé por qué se tomó tan mal mi decisión. Yo solo quiero comer mi comida sin que me la roben.
Para evitar que mi compañera de casa y su hijo se coman mi comida, tuve que recurrir a este truco: ponerle verduras a todo lo que preparo, pues sé que a ellos no les gustan. He añadido verduras a cosas que nunca se me habrían ocurrido, como lasaña, pizza o pasta. Mi compañera me ha insultado y amenazado varias veces, pero no ha admitido que se come mi comida. Solo me mira con cara de asco cuando me ve echarle apio y pimientos a la lasaña. A lo único que no puedo ponerle verduras son los aperitivos, como las papas fritas, o los postres, como los brownies o las galletas. Pero eso tiene fácil solución: los guardo en un recipiente y los llevo a mi habitación. Así nadie puede tocarlos.
Cuando esta usuaria compartió su historia, muchos opinaron al respecto. La mayoría estuvo de acuerdo con ella y la forma en que resolvió el conflicto, diciéndole que la alimentación de su compañera e hijo no eran su responsabilidad, que no debería sentirse culpable por no compartir su comida. Incluso, mencionaron la mala enseñanza que esta madre le está dando a su pequeño al robar alimentos ajenos. Hasta hubo quien sugirió que se buscara otra compañera o se mudara de casa, ya que la actitud de la joven madre revela su verdadero carácter. ¿Qué tips pueden ayudarla para resolver este problema sin llegar a extremos?