¿Por qué los humanos no tienen cola? Un nuevo estudio tiene una respuesta

Curiosidades
hace 8 meses

Al igual que nosotros movemos los brazos al caminar, algunos dinosaurios movían la cola de un lado a otro, en sentido contrario, con cada paso. Así mantenían el equilibrio y conservaban la energía. Los monos y las ardillas las usan para agarrarse a una rama. Los caimanes tienen colas muy largas que les ayudan a nadar más rápido. Los perros mueven la cola para comunicarse, por ejemplo, cuando están contentos. Los cocodrilos o los canguros la usan para protegerse si algún animal va tras ellos. Las aves, los reptiles, los mamíferos e incluso los peces poseen una.

Para los mamíferos, es una gran ayuda para el equilibrio. Pero los humanos caminamos sobre dos piernas, y así es como mantenemos el balance. Tener una cola podría ralentizarnos y dificultar el andar. Las colas evolucionaron hace más de 500 millones de años. Nuestros antepasados de esa época la usaban para nadar, como los peces. Los primates la necesitaban para equilibrarse cuando trepaban a los árboles. Pero hace 25 millones de años, los simios perdieron la cola porque se separaron de los monos. Cuando caminan a cuatro patas, los animales necesitan mucha energía para cada paso que dan. Pero andar erguidos sobre dos patas requiere menos energía porque la gravedad hace parte del trabajo. Cuando das un paso, esta te empuja un poco hacia adelante. Así es como los humanos ahorramos un 25 % de energía, porque caminamos a dos patas.

Los humanos tampoco necesitan la cola para mantener el equilibrio. Tu cabeza está encima del cuerpo cuando caminas, no adelante. Tenerla también significa tener una extremidad extra que requiere energía para crecer y mantenerse. La evolución se ha asegurado de que no perdamos energía adicional. En la naturaleza, perder un poco más de energía de la necesaria significa que te pueden comer rápidamente. Hay genes encargados de desarrollar la cola. Los científicos creen que mutaciones alteraron al azar a algunos simios hace 20 millones de años y les hicieron crecer un muñón de cola o nada en absoluto. Más tarde, esa mutación se convirtió en una norma en humanos y simios.

Primero, los simios eran mucho más grandes que los monos, y eso les facilitaba caerse al trepar a los árboles. Pero, de alguna manera, su mutación se convirtió en una ventaja porque siguieron desarrollándose y evolucionando, haciéndose más fuertes y equilibrados sin esta. Los humanos son más bajos, más ligeros y tienen huesos más pequeños en comparación con nuestros antepasados de hace 100 000 años. La disminución ha sido gradual, pero se ha hecho más notable en los últimos 10 000 años. El medioambiente, la genética y las prácticas de estilo de vida, como el uso de la tecnología y la dieta, afectan a nuestro tamaño.

Hace 40 000 años, los hombres europeos medían un promedio de 183 cm de alto. Eran cazadores y recolectores, y vivían en condiciones duras y difíciles. Tenían un estilo de vida físicamente muy exigente, por lo que necesitaban cuerpos más grandes para sobrevivir. Hace 10 000 años, los hombres europeos medían 163 cm. Muchos científicos creen que se debe a los cambios climáticos y a la adaptación a la agricultura

Hoy en día, los hombres europeos miden 175 cm. En los últimos doscientos años se ha producido un aumento de la estatura debido a la mejora de la atención sanitaria y la dieta. Además, los humanos tienen mandíbulas y dientes más pequeños. Desde que empezamos a cocinar, los alimentos son más blandos y no necesitamos unos dientes y una mandíbula tan fuertes para masticarlos. A medida que envejecemos, nuestra cara se vuelve cada vez más asimétrica. Nuestros huesos no crecen después de la pubertad, pero el cartílago sí. Por eso la nariz y las orejas crecen y cambian con la edad. Algunas cosas que afectan a la cara no suceden en ambos lados. Si la piel empieza a caerse en el lado derecho de la cara, no significa que vaya a ocurrir lo mismo en el lado izquierdo.

No puedes llorar en el espacio. Las lágrimas pueden formarse, pero no pueden caer porque no hay gravedad, y no pueden fluir. El agua que se acumula en el rabillo de los ojos se quedará ahí como una burbuja hasta que la lágrima sea tan grande que se mueva a otra parte de la cara o la elimines. Una gran parte del polvo que ves en tu casa son partículas de piel vieja. Perdemos de 30 a 40 mil de estas células cada minuto porque nuestra piel se regenera. La piel vieja genera mil millones de toneladas de polvo en la atmósfera. La piel es el órgano más grande que tenemos. Supone el 15 % de nuestro peso corporal total. Hay más organismos vivos en esta que personas en nuestro planeta. Es un pequeño ecosistema con más de 1,5 billones de bacterias.

Si te pican más mosquitos que a tu amigo, puede haber un par de razones. Emitimos dióxido de carbono al exhalar, y lo producimos más cuando nuestro cuerpo está más activo, por ejemplo, durante un entrenamiento. Los mosquitos pueden detectar los cambios de dióxido de carbono en su entorno. Y más CO2 significa que hay un huésped potencial cerca, así que se moverán hacia ti. La piel de algunas personas también tiene un olor específico que los atrae más, y eso es una combinación de genética y bacterias en nuestra piel. Los mosquitos evitan a las personas cuya piel alberga muchos microbios diferentes. Se sentirán más atraídos por ti si vistes de negro. El zumbido que oyes en tus oídos cuando estos insectos están cerca es solo un efecto secundario del batir de sus alas.

Cuando un mosquito te pica, te perfora la piel y usa una parte especial de su cuerpo para extraer tu sangre. Mientras lo hace, inyecta algo de saliva en tu piel. Tu cuerpo luego reacciona, y el resultado es esa desagradable sensación y un bulto. El cerebro humano solo representa el 2 % de nuestro peso corporal total, pero es el órgano que más energía quema. Cuando descansamos, lo que significa que no realizamos ninguna actividad en particular, solo las básicas como respirar, mantenernos calientes o hacer la digestión, el cerebro sigue usando hasta el 25 por ciento de la cantidad total de energía que tiene nuestro cuerpo. Eso supone entre 350 y 450 calorías al día.

La mayor parte de esa energía se destina a permitir que las neuronas o células cerebrales se comuniquen entre sí. Lo hacen a través de unas estructuras llamadas sinapsis, y este proceso es uno de los que más energía consume en el cerebro. Pasarás un tercio de tu vida durmiendo, y una buena parte de eso consistirá en soñar. La mayoría de las veces no recordarás ninguno de esos sueños cuando te despiertes. Incluso cuando lo hagas, es muy probable que se desvanezcan en el aire un par de minutos después de despertarse. Los científicos tienen una teoría de por qué ocurre esto. Cuando nos dormimos, algunas partes de nuestro cerebro se “desconectan”, pero no todas al mismo tiempo. El hipocampo es una estructura del interior del cerebro cuyo trabajo principal es transferir la información de la memoria a corto plazo a la de largo plazo. Sí, se encarga de aprender cosas nuevas.

El hipocampo es una de las últimas zonas en dormirse. Esto significa que también puede ser la última que se despierte. Entrenar dragones, hacer el examen de matemáticas para el que no habías estudiado, intentar correr mientras tus piernas no se mueven... puedes tener tus últimos sueños en la memoria a corto plazo, pero como el hipocampo no está del todo despierto, tu cerebro no conservará ninguno de ellos. Esto no significa que no esté activo en absoluto durante la noche. En realidad, está ocupado almacenando nuestros recuerdos existentes, así que no trabaja con los de corto plazo, como los sueños. Nos cansamos más cuando hace calor en el exterior. Cuando pasas algún tiempo al sol, tu cuerpo tiene que trabajar duro para mantener una temperatura normal y constante.

Dilata los vasos sanguíneos, lo que significa que puede fluir más sangre cerca de la superficie de la piel. La sangre caliente puede enfriarse y liberar calor al acercarse a la piel. Al aumentar el flujo sanguíneo, es posible que te veas más rojo cuando sientas calor. Tu cuerpo secretará sudor, que se evapora y enfría la piel cuando hace mucho calor. Pero, para realizar ese trabajo extra, tanto tu tasa metabólica (que es el número de calorías que necesitas para funcionar con normalidad) como tu ritmo cardíaco aumentan. Esto hace que te sientas somnoliento.

Acércate a un espejo y exhala por la nariz. La superficie del espejo se empañará. Habrá dos marcas de vapor de agua. Pero una es más grande que la otra porque la mayor parte del tiempo respiramos por una fosa nasal a la vez. De hecho, el 75 % de nuestra respiración es por una, mientras que el 25 % es por la otra. La fosa nasal dominante cambia a lo largo del día, en promedio, cada dos horas. Algunos creen que esto ocurre para acumular humedad en ambos lados, de modo que ninguno de ellos se reseque demasiado.

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