15 Pruebas de que el ingenio de los niños puede llegar hasta el infinito y más allá
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Desde que tengo memoria, nuestra familia ha tenido un verdadero culto por la limpieza. Mi abuela limpiaba todos los días la estufa de la cocina y los sanitarios, y los suelos estaban tan brillantes que se podía comer sobre ellos. El problema fue que decidieron educarme para ser la “ama de casa perfecta”, en cuya casa a nadie le daría vergüenza entrar.
Les contaré a los lectores de Genial.guru por qué es probable que los experimentos de este tipo con los niños estén condenados al fracaso. Y al leer el bono del artículo quedará claro: cuanta más gente haya, más opiniones habrá.
Para empezar, mis parientes daban por sentado que la habilidad de limpiar platos y fregar los pisos se obtenía literalmente al nacer. Naturalmente, a la edad de 6 o 7 años, dejaba marcas pegajosas en las tazas y no limpiaba bien el polvo de los rincones.
Pero en lugar de explicarme cómo ordenar correctamente o simplemente ayudarme al principio, los adultos me informaron algo así como: “Solo estás siendo perezosa, lo que significa que tendrás que hacer cada tarea durante al menos una hora. Para que por fin puedas aprender y recordar”.
Así que me inventé un juego para entretenerme durante esos momentos: hablar con cada tenedor, verter agua de vaso en vaso, tapar el desagüe del fregadero y dejar que los platos flotaran libremente. Y si me obligaban a lavar las puertas, primero limpiaba la suciedad (siempre que hubiera algo de suciedad) y el resto del tiempo dibujaba patrones húmedos en las superficies con un trapo.
Como puedes imaginar, esto no aumentó mi amor por la limpieza.
No puedo decir que haya crecido como una niña perezosa. Al principio, estaba incluso entusiasmada: claro, ¡iba a hacer las tareas domésticas de verdad como una adulta! Pero en realidad resultó que me trataban de convertir no solo en una ayudante, sino literalmente en una pequeña sirvienta, haciendo recaer sobre mis hombros casi todas las tareas domésticas. Los adultos asumieron un papel exclusivamente de supervisión, y yo solo debía hacer esto, hacer lo otro, hacer de todo.
Recuerdo bien cómo mi abuela se paseaba por la casa con un trapo blanco y comprobaba si había quitado bien el polvo. Y mi madre, cuando cumplí 12 años, dijo que a partir de ahora su trabajo era solo ganar dinero y que todas las tareas domésticas serían responsabilidad de su “hija adulta”. Pero al mismo tiempo, se suponía que tenía que ser una estudiante perfecta y traer a casa solo buenas calificaciones.
No entendía por qué mi madre podía limitarse a trabajar, mientras que yo tenía que desempeñar las funciones de estudiante y de ama de casa.
Uno de los principales problemas a los que me enfrenté de adulta fue una incapacidad crónica para descansar. Tenía que demostrarle constantemente a alguien (probablemente a mí misma en primer lugar) que no era una perezosa. Incluso en unas vacaciones merecidas, empezaba a acelerarme y a programar las actividades de toda la familia para la semana: hoy iremos de excursión, mañana iremos a un museo, pasado mañana veremos otros lugares de interés.
Pasar el rato en una tumbona junto a la piscina estaba descartado.
Como resultado, empecé a asignar deliberadamente tiempo para el descanso y literalmente obligaba a mi cuerpo a estar sin hacer nada. Al principio, no mucho tiempo, 5-10 minutos con una taza de té o viendo algún vídeo en Internet. Ahora, sinceramente, puedo quedarme en la cama hasta las 11 de la mañana del domingo sin sentir remordimientos. En mi caso, esto es un gran avance.
Cuando mi hijo entró en la adolescencia y adquirió la capacidad de estar tirado en la cama durante horas con un libro o una tablet, me di cuenta de que quería hacerlo levantar de alguna manera. Por ejemplo, con frases del tipo, “¿No tienes nada mejor que hacer? Ve a lavar los platos”.
Y en ese momento me daba cuenta de que eran las voces de mis parientes mayores, que siempre se estremecían de rabia cuando veían a un “holgazán”. Por alguna razón, se creía que un niño debía estar ocupado cada segundo. Y no con cualquier tontería, sino con algo útil. De lo contrario, crecería como un perezoso, un oportunista y un miembro inútil de la sociedad.
Creo que esto también ha tenido un efecto en nuestra generación. Hoy en día, muchas de las madres que crecieron en los años 80 y 90 no vuelcan todas sus responsabilidades del hogar sobre sus hijos. Pero, por otro lado, consiguen que los niños no descansen de otra forma: inscribiéndolos en un millón de actividades.
Sin embargo, incluso los psicólogos dicen que el niño debe tener tiempo libre durante el cual nadie lo moleste ni lo abrume con todo tipo de cosas.
Sí, todavía tengo una actitud fría hacia la limpieza y no me gusta recordar mi infancia como una pequeña Cenicienta. Sin embargo, entiendo que cada uno de nosotros tiene que hacer un esfuerzo para no hundirse en la suciedad.
En mi familia actual, hay una regla sencilla: todos vivimos en este departamento, lo que significa que todos tenemos que participar en la medida de nuestras posibilidades en el mantenimiento del orden y la comodidad. Creo que eso es mucho más honesto que hacer recaer todas las tareas del hogar sobre el niño, justificándolo con el argumento de “Bueno, yo gano el dinero”.
¿Obligas a tu hijo a ayudar en casa o crees que habrá tiempo para enseñarle más adelante?