12 Historias que demuestran que el bien siempre triunfa, aun si ya has perdido la esperanza

Historias
hace 5 años

El bien siempre triunfa sobre el mal. Desafortunadamente, con cada año que sumamos a nuestra vida, la fe en este postulado se desvanece cada vez más y más. Y para revertir este proceso, te contaremos historias llenas de bondad de los usuarios de comunidades en las redes sociales.

Genial.guru desea que haya más historias como éstas en el mundo, así que si tienes alguna que compartir, cuéntanos sobre ella en los comentarios.

  • Trabajo en un hotel. Una vez, se hospedó una joven de otro país, de unos 25 años. Todos los días se iba temprano y llegaba tarde, pero siempre sonreía. Y un día vino y se puso a llorar: había viajado para encontrar a su madre, que los había dejado a su padre y a ella cuando tenía 3 años y había volado a nuestra ciudad. A la policía no le importaba, a nadie le importaba, su traductor se había negado a seguir trabajando: se había cansado de dar tantas vueltas. Se fue sin haberla encontrado, y 2 días más tarde vino su abuela, nos pidió que le diéramos el teléfono. Una compañera nuestra, que hablaba el idioma de la chica, tradujo su conversación. Inundamos todo de lágrimas durante esa escena.
  • Mi papá fue a hacer un trabajo a un hotel rural. Lo terminó, salió y vio unas ardillas en el parque.
    Su conversación con el guardia de seguridad:
    — ¿Puedo volver a en unas semanas solo porque sí? Quiero mostrarle las ardillas a mi hija.
    — Sí, claro, vengan cuando quieran. ¿Cuántos años tiene su hija?
    — Veintidós.
    Es bueno saber que incluso en otra ciudad, casada y con dos empleos, sigo siendo la hijita a la que hay que mostrarle las ardillas.

  • Sucedió hace unos 5 años. Siendo una estudiante de 9º grado que necesitaba dinero para los regalos de Navidad, decidí repartir folletos en la calle, con una helada de 30 grados bajo cero. Estaba ahí, saltando, alguien agarraba los folletos, alguien, no. Ya no sentía mis pies, pero no podía irme: tenía que trabajar. Y de pronto, un chico me agarra del brazo. Listo, me dije, es el fin, no podía gritar: estaba congelada, y de hacer movimientos bruscos, ni hablar. El chico me llevó a la cafetería más cercana, tomó mis folletos, los puso en su mochila, me compró té caliente, me dijo que me quedara ahí calentándome, y se fue. Media hora más tarde volvió sin los folletos: había repartido el resto por mí. Dijo que me entendía y que había decidido ayudar. Sin beneficios, solo por amabilidad.
  • Tengo mucho miedo de hablar en público. No puedo hablar delante de más de una persona. Y soy vocalista. Solo cantaba delante de una amiga que me decía que me salía bien e intentaba enviarme a concursos. Pero en cuanto me subía a un escenario, las manos comenzaban a temblarme y perdía la voz. Hace poco, mi amiga me invitó a una velada creativa en una cafetería. Todo estaba bien, disfrutábamos de la buena música y del delicioso café. Y, de pronto, el presentador dijo: “Y ahora esta hermosa joven cantará para nosotros”, y me señaló a mí. Sentí que me golpeaba un rayo. En resumen, prácticamente me empujaron arriba del pequeño escenario, donde había un piano. Intenté bajar, pero no pude, porque todo el mundo me estaba mirando. Entonces me senté frente al piano y comencé a cantar. Simplemente me relajé, me fundí con la música. Y cuando terminé, la gente comenzó a aplaudir ruidosamente. Pidieron que les cantara algo más. Después me propusieron que siempre cantara en ese café. Y el miedo desapareció. Todo gracias a mi amiga, que me había anotado en la lista de participantes de esa noche.
  • ¿Qué se puede llamar un paraíso para cualquier mujer? Es cuando afuera de la ventana es otoño, estás cansada en el trabajo, y de repente te traen un montón de distinta ropa y carteras nuevas. Y te dejan probarte todo y llevarte lo que quieras, ¡absolutamente gratis! Y lo más importante: ¡casi todas las cosas son de tu talla! Todo eso fue arreglado por nuestra directora, simplemente porque cree que hay que hacer cosas buenas. Por la mañana de ese mismo día, habíamos ayudado colectivamente a los necesitados en una fundación caritativa, el “boomerang del bien” regresó hacía nosotros muy rápido.
  • En una casa de campo abandonada, una perra había dado a luz a cinco cachorros. Tomó dos con los dientes y se fue (según nos contó el cuidador del lugar). Encontramos a tres cachorros abandonados por ella, ya tenían los ojos abiertos, eran muy pequeños, estaban hambrientos, todos llenos de pulgas, lloriqueaban, chillaban... Al principio, papá nos prohibió a mí y a mi hermana salvarlos, dijo algo sobre “la selección natural”. Pero al final, él mismo nos ayudó con el rescate. Los bañamos, los curamos, les dimos de comer, pusimos un anuncio. Todos encontraron hogar.
  • Una vez, una vecina tocó a mi puerta y me pidió que le prestara media caja de bicarbonato de sodio y medio litro de aceite. Siempre tengo bastante de los dos, así que se los di sin pensarlo dos veces.
    Pasaron unos 10 días. Me atrasaron mucho el sueldo, casi no tenía nada, excepto aceite y soda, para comer. Pensé en llamar a mis colegas, pero un día escuché un golpe en la puerta. Allí estaba la anciana con pan, salchichas y un paquete de fideos. Quise rechazarlos por cortesía, pero la vecina insistió.
  • Cuando estaba en tercer año de la universidad, trabajé como cajera en un local de comida rápida. Cada tanto, los clientes olvidaban algo: gorros, bufandas, lentes, llaves, etc. Nuestro equipo era unido y honesto, por lo que todas las cosas encontradas se guardaban en una caja fuerte especial, y más tarde los dueños se las llevaban con palabras de agradecimiento.
    Una vez encontré una billetera y luego se la devolví a una mujer que, con ojos asustados, irrumpió en el local justo antes del cierre. Me estuvo agradeciendo durante mucho tiempo antes de irse. Y fue increíblemente agradable cuando, al día siguiente, regresó con un pastel grande e increíblemente sabroso para expresar su gratitud a todo el equipo por haberle guardado su billetera. ¡El bien siempre regresa!
  • Fui a estudiar a otra ciudad. Alquilé una habitación en un departamento de dos monoambientes del mismo piso conectados. Es decir, había dos salidas, dos cocinas, dos baños, dos dormitorios y una puerta entre las dos unidades. Sabía que al lado vivía un chico, pero nunca lo había visto: usaba su parte del departamento sin intentar entablar contacto. Muchas veces lo oía rodar algo, por lo que pensaba que tenía un sofá plegable. Una noche, oí un fuerte ruido en su parte del departamento y fui a ver qué había pasado. Resultó que el chico usaba una silla de ruedas, esa vez se había caído de la cama mientras dormía. Así nos conocimos, luego nos hicimos amigos. Más tarde, nos enamoramos. Él no había intentado entrar en contacto antes debido a sus complejos, pero ahora floreció, se volvió más suelto. Estamos felices juntos.
  • Siempre viví con la certeza de que el bien no regresa. Pero igual ayudaba a la gente: no para que regresara, sino para ayudar a la persona. Un día, en mi departamento se encendió el cableado eléctrico. No fue un gran incendio, pero había alcanzado como para no poder vivir en el departamento sin hacer una refacción. Entonces, todos los vecinos juntaron dinero para pagar las reparaciones, unos me dejaron quedarme con ellos por un tiempo, todos los hombres ayudaron en el proceso de la reparación. Traté de negarme, pero recordaron mis buenas acciones y prácticamente me obligaron a aceptar.
  • Comencé a ahorrar para comprarme un automóvil a los 17 años, apartando el dinero ganado en los trabajos de medio tiempo. A los 23 años compré un auto usado con el dinero que había logrado juntar: estaba estudiado a tiempo completo, así que ya no podía trabajar mucho. Cuidaba mucho mi auto, lo lavaba, corría a llevarlo bajo techo si caía granizo, pero un día, en verano, salí y vi que alguien le había rallado un dibujo con un destornillador. Escribí un anuncio en la entrada de mi edificio, pero por supuesto que nadie confesó...
    Dos años más tarde, una niña de unos 16 años me esperó junto a mi auto y me confesó que lo había hecho ella, y que se había asustado, pero que la estaba torturando la conciencia. Durante todo el verano ayudó a mi madre con su huerta para pagar los daños, se ofreció sola para hacerlo. Volví a creer en la bondad.
  • Me da miedo volar, y cuando veo un avión en el cielo, siempre pienso que hay alguien allí que está igual de aterrado, y mentalmente deseo que el avión llegue bien a su destino. Gente en los aviones, ahora mismo, en la tierra, ¡alguien les desea lo mejor!

Estimado lector, tú eres interesante, ¡háblanos de ti! Quizás fuiste voluntario en un asilo de ancianos, viviste en Bangladés, trabajaste en un restaurante con estrellas Michelin en París, o simplemente quieres contarle al mundo por qué es tan importante recibir a los seres queridos en el aeropuerto. Escribe sobre ello a redaccion@genial.guru, con un asunto que diga “Mi historia”.

Imagen de portada overhear

Comentarios

Recibir notificaciones
Aún no hay comentarios. ¡Puedes ser el primero!