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Comentarios sobre el artículo «16 Historias de vida que demuestran que no todos los vecinos son unos monstruos con un taladro»

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Vivía en una habitación alquilada dentro de un apartamento familiar pero en las noches hacía mucho frío y varias veces usaba una toalla para arroparme porque no tenía más cobijas. Al no poder dormir por los pies fríos, en varias ocasiones conectaba la sanduchera, dejaba que se calentara, la desconectada y la ponía en vuelta una toalla a los pies de la cama. Volvía a calentarla y volvía a ponerla, esta vez, en la espalda, por último la volvía a calentar la desconectada y la dejaba a mis pies, así me dormía rápido. Cierto día se me hizo muy tarde para salir a trabajar y no arreglé la cama. Al llegar en la noche, la dueña de casa había arreglado mi cama, añadido una cobija y conectado un calentador de ambiente. Sentí el amor de madre.
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El primer año de vivir aquí, mi marido se dejó las llaves en casa: había ido a recoger a las niñas al colegio, llovía y yo seguía en el trabajo. Mi vecina se quedó con las niñas mientras su marido acercó al mío a por mis llaves. Creo que son esos detalles los que hacen que estemos bien en sociedad. Cuando nos confinaron por la covid, de las primeras cosas que hice fue preguntarle si necesitaban que les hiciéramos la compra, que no salieran para protegerse, que son mayores.
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