Un texto sobre el hecho de que a veces ser “egoísta” no es tan malo como suena

Psicología
hace 1 año

El debate sobre si se debe enseñar a los niños a compartir tiene la misma carga emocional que el debate entre los partidarios de la lactancia materna y los de la alimentación complementaria. Por un lado, los padres no quieren que su hijo sea considerado un tacaño, pero por otro, es angustiante ver a tu niño disgustado cuando se queda sin sus juguetes favoritos. ¿Cuál es la mejor manera de comportarse en una situación de este tipo? Cada padre lo decide por sí mismo.

¿Les enseñas a tus hijos a compartir, o es una habilidad innecesaria en el mundo actual?

Muchos de nosotros crecimos en una época en la que compartir con los demás era la norma, y las palabras “posesivo” o “egoísta” sonaban como un insulto. Entonces todo era sencillo y claro. Si tenías caramelos, los compartías con todos; si te regalaban una bicicleta, la prestabas para que otros niños la usaran; si comprabas lápices de colores, todo el patio dibujaba con ellos.

Y nadie jugaba con los niños avaros, como uno llamado Pablo. Jamás le prestaba su Tetris a nadie. Se sentaba con su juego absolutamente solo mientras nosotros jugábamos al escondite y corríamos por el patio.

galitskaya / Depositphotos

Todo lo que los niños sacaban de su casa al patio del edificio era automáticamente “compartido”: no estaba bien visto jugar solo. Esta regla, aunque no estuviera escrita, se cumplía a rajatabla; yo nunca la rompía, y por eso me consideraba una chica no avara. Hasta que ocurrió un incidente.

Un día vino a visitarnos la hermana de mi madre con su hija. Yo tenía siete años y Vicky tenía cinco. La nena se sintió inmediatamente atraída por mi muñeca favorita, una novia con un vestido increíble. Con el corazón oprimido, dejé que mi prima jugara con ella. Y cuando los invitados estaban a punto de marcharse, Vicky se aferró a mi muñeca y gritó: “¡Es mía!”. Quise arrancar mi muñeca de sus manos por la fuerza, pero entonces mi madre me tomó firmemente por los hombros y le dijo a Vicky: “¡Llévatela! María ya es mayor, dentro de un mes irá al colegio, ¡no tendrá tiempo para muñecas!”. ¡Oh, Dios, cómo lloré! Y en vez de consolarme, mi madre se limitó a decirme con enojo: “¡No pensé que fueras tan avara!”.

He recordado a esa muñeca durante 30 años, y todavía me siento mal por mi yo pequeña. Ahora yo también soy madre y no puedo ni imaginarme quitarle algo querido a mi propio hijo para dárselo a otra persona. Estas situaciones solían ocurrir en muchas familias, e incluso ahora algunos abuelos (y a veces padres) no ven nada de malo en ello. Las diversas historias de las redes sociales lo confirman una vez más.

  • Mi hija y sus abuelos estaban de paseo en un barco. La pequeña se llevó una muñeca que le habían comprado el día anterior. En el barco, una niña señalaba con el dedo y gritaba que le dieran la muñeca para jugar. La abuela le quitó la muñeca a su nieta y se la dio a la otra niña para que jugara con ella. La niña la arrastró por todas partes, jugó con ella, le tiró la ropa y luego la abandonó. Resultado: un zapatito se perdió, mi hija se quedó llorando y la otra nena, contenta. © DeviMC / Pikabu
  • Cuántas cosas rotas y arruinadas he tenido en mi vida por eso de “tienes que compartir”. Tenía unas raquetas de tenis de madera preciosas cuando tenía unos 9 años. La primera chica con la que las compartí acabó rompiéndolas. Me regaló un juego barato de plástico que tiré a la basura. Ella envolvió mis raquetas con cinta adhesiva y las siguió usando. La historia es de hace 15 años, pero aún recuerdo ese rencor animal que sentía. Y mi madre me regañó porque lloraba por “tonterías”. © banka.varenya / Pikabu
  • Recuerdo muy bien cómo mi abuela insistentemente me enseñaba a compartir. A no ser codiciosa. Y si me regalaban algo, debía saltar de alegría. Como resultado, no sé cómo defender lo que es mío. Tampoco me siento cómoda cuando me regalan algo. Siempre me parece que tengo que dar urgentemente algo a cambio. Y con interés: ¡tanto por el regalo como por la atención! © jknastasi / Pikabu

Cuando mi hijo Manuel iba mucho al parque infantil, solíamos llevar una bolsa entera de juguetes para que no se aburriera. Al principio no quería compartir con nadie, y yo u otras madres intentábamos “hacerlo entrar en razón”, como “¡dale el coche a Emma, que está llorando!”, o “Juan te dijo ’por favor’, déjalo jugar con el camión”. Mi hijo se rebelaba, y yo me avergonzaba. Entonces me pregunté: ¿por qué debería un niño darle sus cosas a alguien solo porque se lo piden? ¡Los adultos no hacen eso!
Después, mi hijo empezó a interesarse también por los juguetes de los demás y le enseñé a intercambiar cosas. ¿Quieres jugar con la excavadora de ese chico? Ofrécele tu tractor o tu jeep. ¿Dijo que sí? ¡Genial! ¿No lo quiere? Bueno, está en su derecho. Juega con lo que trajiste. De alguna manera, mi hijo se acostumbró rápidamente a esta regla y aprendió a soportar el rechazo. A la edad de 2-3 años, ya sabía con certeza que no se puede tomar el juguete de otro sin pedírselo, y que la mejor manera de conseguir el codiciado juguete es ofrecer otra cosa divertida a cambio.

Este esquema me parecía ideal, pero ni siquiera eso me salvaba de las situaciones conflictivas. Por desgracia, muchos padres no les explican a sus hijos que, antes de agarrar las cosas de otra persona, hay que pedir permiso, y que hay que tomarse las negativas con calma. Creen que su hijo es el centro del mundo y que los demás niños simplemente tienen que darle lo que quiera, sin condiciones.

Recuerdo que mi hijo tenía 3 años, estábamos paseando por el parque infantil y dejamos una bolsa con juguetes en el banco. Manuel estaba en el tobogán y de repente vio a un niño jugando con su tractor. Corrió hacia él a buscar su juguete, pero el niño no quiso devolvérselo. Para colmo, la madre del nene empezó a empujar a mi hijo con la mano, como diciéndole “vete de aquí”. No pude aguantar más y solté: “¡Devuélvanos ese coche, por favor! ¿Con qué derecho agarraron nuestra bolsa con juguetes?”. La señora me respondió con voz estupefacta: “¿Cuál es el problema? Mi hijo quería jugar, ¿acaso no aprendieron a compartir?”.

Aparentemente, meterse en la bolsa de otra persona es algo normal para ella. Por lo tanto, la educación de los hijos, por supuesto, comienza con la educación de los padres.

Hoy en día se habla cada vez más de que el niño es una persona, de la importancia de escuchar sus opiniones y de no violar sus límites. Y eso es lo que hay que hacer. Pero también tiene sus matices.

Un día mi hijo fue invitado a una fiesta de cumpleaños. Mila cumplía 6 años, sus padres alquilaron una sala infantil y llamaron a una animadora. Al principio, Mila hizo un berrinche y pataleó porque la animadora disfrazada de princesa estaba jugando con todos los niños, no solo con ella. Era extremadamente difícil hacer todo tipo de divertidos concursos, aunque la pobre muchacha se esforzaba al máximo. Luego, sacaron un lujoso pastel de unicornio, y entonces Mila gritó a todo pulmón: “¡No dejaré que nadie lo corte, es mío!”. Los padres de la cumpleañera se limitaron a encogerse de hombros: “¡Bueno, ella es así!”, y los invitados se fueron a casa sin probar el pastel de cumpleaños. No volvimos a ir a casa de Mila.

Y así resulta que, por un lado, los padres de Mila tienen razón al no obligar a su hija a compartir con todo el mundo cuando ella no quiere. Por otra parte, si has invitado a alguien, debes tratarlo con respeto y tener en cuenta sus deseos. Este caso me ha demostrado una vez más que cualquier extremo está mal: todo necesita la justa medida.

Entonces le enseño esto a mi hijo: “No tienes que compartir tus cosas con nadie. Si no te apetece, simplemente di que no. Pero prepárate para el hecho de que nadie compartirá sus cosas contigo, porque nadie te debe nada tampoco”. A los 8 años, funciona. Luego ya veremos.

Imagen de portada DeviMC / Pikabu

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