Me mudé de Venezuela a Argentina, y así fue cómo cambió mi vida

Historias
hace 4 años

Hola, me llamo Rose. Nací y crecí en Venezuela, y desde que tengo uso de razón, he querido viajar y conocer otras culturas. Sabía que el mundo exterior era muy diferente a lo que veía todos los días y por eso tomé la decisión de emigrar y buscar nuevas oportunidades en mi ciudad preferida: Buenos Aires.

Comparto mi experiencia personal con los lectores de Genial.guru para que puedan ver lo que aprendí a un año de vivir en el exterior.

1. Me volví más ahorrativa

Perder la estructura de todo lo conocido implica pensar con más frecuencia en el futuro, ya que, aunque tengas todos tus papeles en regla, no sabes cómo te afectarán las decisiones políticas o económicas del país al que migraste. En mi caso, también tuve que aprender a administrar recursos como el agua, el gas y la electricidad, ya que un exceso de consumo se podría convertir en un gasto imposible de cubrir.

Afortunadamente, como muchas ciudades del mundo, esta ofrece montones de opciones para entretenerse de forma gratuita o a muy bajo costo, por lo cual estar sin dinero no es una excusa para quedarse en casa. Ah, y, por supuesto, comprar en liquidación es una buena forma de surtirse de ropa para todo el año.

2. Me dediqué a cosas inesperadas

Cuando vivía en mi país, era una profesional con muchos logros en mi área, pero pronto eso dejó de importarme porque no llevaba la vida que deseaba. Al emigrar, tuve que desapegarme de ese rol, pues no es fácil insertarse laboralmente en este país. Decidí enfocarme en mis otras habilidades y fortalecer aquellas que podrían darme más oportunidades.

El comienzo fue duro, pero, después de un año, puedo decir que logré darle la vuelta a mi carrera y descubrir que hay otras cosas que disfruto muchísimo hacer, aunque no me las haya planteado desde el principio. Lo más importante es estar dispuesto a reinventarse y tener mucha paciencia para labrarse un camino profesional en un nuevo país, o tener la creatividad para crear un proyecto desde cero.

3. Tuve que aprender un “idioma” nuevo

El español es una de las lenguas más ricas... y difíciles. Cada país de Latinoamérica tiene su variante, así que no importa si hablan tu mismo idioma: tienes que aprender nuevas expresiones o neutralizar las tuyas al máximo para hacerte entender. En un año, mi acento sigue intacto, pero he incorporado palabras que, muchas veces, han sustituido a las que traía de casa.

Sin embargo, otras veces hay expresiones de mi país que son imposibles de traducir a la idiosincrasia local, lo cual se hace frustrante y divertido a partes iguales.

4. Entendí que todos los documentos son importantes

Lo que parecía insignificante en mi país se convirtió en mi talón de Aquiles en Argentina. La situación me tomó por sorpresa y los trámites para legalizar y apostillar los documentos que dejé en mi país de origen se volvieron una pesadilla. Para evitar estrés innecesario, prepara todo con anticipación: diplomas, documentos civiles, exámenes médicos, etc.

5. Aprendí otra vez a hacer amigos

Cuando llegué a este país, solo tenía un par de personas que había conocido en la vida real; los demás eran contactos telefónicos de emergencia que algún familiar compartió conmigo al saber que venía. Esas personas, y luego muchas en el camino, se han convertido en amistades increíbles y en una nueva familia, así como en la ayuda que necesité para entender las costumbres de mi nuevo hogar.

6. Me hice más independiente

El querer cumplir las expectativas de una sociedad o de la misma familia puede retrasar los proyectos personales hasta el punto de anularse a uno mismo. Al llegar aquí me di la oportunidad de vivir a mi propio ritmo, de hacer las cosas que nunca me hubiera atrevido en casa, pero también tuve que dedicarme a mantener un hogar, mi salud y mis finanzas en orden para que todo lo demás funcionara.

7. Cada pequeño logro es una celebración

Cosas que en mi país hubiesen sido intrascendentes adquirieron una nueva dimensión en mi nuevo hogar: lograr una entrevista de trabajo (aunque no me dieran el empleo), comprar nuevos muebles o hasta obtener un ansiado documento se han vuelto motivos especiales que van construyendo mi historia como inmigrante. Aunque suene cliché, me volví más agradecida por las pequeñas cosas.

8. Ahora miro el reporte del clima

Acostumbrarse a un nuevo clima suele ser parte de la experiencia migratoria. Salí de una ciudad con clima estable y temperatura perfecta a una con cambios impredecibles. Antes de salir, debo mirar al cielo, ver el reporte y rezar por que la naturaleza no haya decidido burlarse de los meteorólogos ese día. También aprendí a vestirme por capas en caso de que estos cambios me tomen por sorpresa en la calle.

9. Viajo ligera

Cuando me fui de mi país, solo pude traer una mochila, una maleta de mano y una grande. Toda mi vida debía entrar ahí, así que tuve que manejarme con la ropa que traje e ir comprando algunas prendas en el camino para cubrir todo lo que no pude incluir en ese equipaje. Sin embargo, las prioridades han cambiado con el tiempo y prefiero pedir prestadas algunas cosas que comprarlas para usarlas una sola vez y luego cargar con ellas.

10. Descubrí la resiliencia que tenía

Por más planificado que esté el viaje, siempre pueden surgir imprevistos en el camino que podrían interrumpir el proceso de migración. Cualquier cambio se ve magnificado por el hecho de estar en territorio desconocido y en condición de vulnerabilidad. Fueron estos momentos difíciles los que me obligaron a improvisar nuevas estrategias y ser más flexible con la situación, cosa que tal vez no hubiera hecho en la comodidad de mi hogar.

11. Incorporé nuevas costumbres

Quería insertarme en mi nuevo país lo más rápido posible y se me hizo natural cambiar las arepas por facturas y participar en rituales como el del mate. Llegar puntual a las fiestas (y no dos horas después como en mi país), cantar el cumpleaños de forma diferente (y mucho más corta), pasar más tiempo al aire libre y caminar mucho más que en casa son algunas de las cosas que hice parte de mi vida aquí.

12. Valoro más mi propia cultura

Hallacas: el platillo principal de la Navidad venezolana

Un inmigrante se vuelve una persona híbrida: es imposible ser totalmente de un lugar o de otro. Pasé de renegar de mis raíces al principio a preparar el platillo típico navideño de Venezuela para sentir un poco de calor de hogar, y también para compartir algo de mis tradiciones con mis nuevos amigos. Creo que es normal que lo primero sea intentar encajar para adaptarse y luego vayan saliendo a flote los detalles que añoramos de nuestro país de origen.

Es un regalo encontrar golosinas de mi país en el exterior

Hay características de mi gentilicio que puedo apreciar ahora que estoy a la distancia y que agradezco que hayan sido parte de mi formación. También es lindo escuchar una canción conocida y, quizás, tener la oportunidad de volver a probar algunas golosinas de mi infancia. Pero, de todas maneras, siempre es bueno tener la mente abierta y aceptar con agradecimiento la forma de vida del país que nos ha recibido.

Emigrar es un constante aprendizaje, pero no tiene que ser un sufrimiento. Mi experiencia fue muy positiva y creo que vivir en otro país me ha dado una nueva perspectiva del mundo y de mí misma. ¿Has pasado por algo similar? ¿Se te hizo difícil? Cuéntanos en los comentarios.

Imagen de portada rosedupouy / Instagram

Comentarios

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Parece que me describe a mí cuando me fui a Londres una temporada

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Todos los que hemos migrado nos sentimos identificados con algunas de estas experiencias

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Creo que todo el mundo debería vivir esta experiencia, aunque sea por un tiempo solo

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