13 Momentos escolares que demuestran que educar también es una lección para los adultos

Historias
hace 3 días

La escuela es un mundo aparte. Un mundo lleno de conocimientos y oportunidades para los niños. Pero también es un entorno de trabajo diario, y muchas veces complicado, para docentes y padres. Organizar y asistir a reuniones, participar en chats, recaudar fondos, hacer seguimiento al rendimiento académico... esto es solo una parte del esfuerzo que hacen mamás, papás y maestros. Y por supuesto, de ahí surgen muchas anécdotas curiosas.

  • Hace unos 10 años, cuando mi hija mayor estaba en la escuela, las colectas no se acababan nunca: que si para materiales extra, que si para cuadernos de cuadros y de rayas, gruesos y delgados, que si para regalos de todos los maestros en cada festividad, que si para arreglar el salón. ¡Hasta para poner parquet en el auditorio llegamos a juntar dinero! A todos nos molestaba, pero nadie decía nada... hasta que un papá explotó en una reunión. Dijo que su hijo iba a la escuela a estudiar, no a disfrutar del piso del auditorio. Pidió que se contara cuánto era para útiles escolares y entregó el dinero exacto. Ni un centavo de más. Hasta revisó sus bolsillos para dar la cantidad justa.
  • En la primera junta del primer año de mi hijo, la maestra dijo sin pelos en la lengua: “No voy a ayudar a sus hijos a vestirse después de la clase de educación física, que ellos mismos se abrochen sus propios botones. Yo no pienso hacerlo, tengo una buena manicura”. Cambiamos al niño de clase. Con esta “señora” no había nada que hablar. © Evguenia B / Dzen
  • Mi hijo iba en primaria y la maestra insistía en que tanto la mamá como el papá debían estar en el grupo de WhatsApp de padres. Mi esposo aguantó dos días y se salió. La maestra volvió a agregarlo y le llamó la atención por actuar por su cuenta. Esta vez duró una semana. Se volvió a salir y otra vez lo regresaron con regaño incluido. Esa misma noche, después de leer cientos de mensajes, escribió en el grupo que ahora trabajaba para una organización secreta y tenía prohibido estar en chats. A la semana, el 90% de los niños tenían papás en la misma situación. © Juzha Lapteva / Dzen
  • Trabajo en una escuela. ¡No soporto más el grupo de WhatsApp de maestros y administración! Desactivé las notificaciones y sonidos, pero no para de llenarse. Está bien entre semana, ¡pero también escriben los fines! Y lo peor: me reclaman por no responder en días festivos o por la noche. Ahí nos avisan de los reemplazos de maestros enfermos. ¿Cómo esperan que llegue a las 8 a la escuela si el mensaje me lo mandan a las 11 de la noche, cuando ya estoy dormida pensando que entro hasta la quinta clase? Pero no, a las 8 me despiertan con una llamada y los gritos de la subdirectora. O como esa vez que me fui a pasear por el bosque un domingo, sin señal ni internet. Apenas regresé a la ciudad, el teléfono explotó de llamadas: “¿Por qué no contesta?” —"Es mi día libre, estoy descansando, no pegada al celular“. Y me contestan: “¡No sea grosera! ¡Tiene obligaciones laborales!”. Y ni hablar de los mensajes entre clases. Tengo 10 minutos para terminar la clase, borrar el pizarrón, cerrar ventanas, llevar con llave, pedir la del otro salón en otro edificio, caminar hasta allá con una montaña de cuadernos... ¡y todavía querer ir al baño a cambiarme el tampón! ¿De verdad creen que tengo tiempo o ganas de revisar el celular por si alguien escribió? ¡Ni siquiera me da tiempo de llegar a la subdirección! Me encanta la tecnología, los celulares y el internet, pero a veces quisiera volver a la era del teléfono de disco... ¡cuando ni siquiera todos tenían uno! Por ahora, soy una maestra amargada que, antes de que empiece el curso, ya está harta de los grupos. © Oído por ahí / Ideer
  • Mi esposo cuida de mis nervios. Así que él se encarga de todas las reuniones y asuntos escolares. A mí me bastaron dos meses en el grupo de padres. Cada día había una nueva colecta para algo del salón o la escuela. Pero eso era lo de menos. El grupo se convirtió en un nido de spam. Compartían recetas, discutían sobre la próxima excursión, y hasta se peleaban por los papeles de las obras escolares. Me salí del grupo y ahora solo él está. También va a las reuniones y luego me cuenta lo importante. Lo amo. © Mamdarinka / VK
  • ¿Quién me mandó a hacerle una sugerencia al comité de padres? ¡Se armó la de Dios es grande! De inmediato: “¡Ingratos! ¡Renuncio a mis funciones! ¡A ver, háganlo ustedes si saben tanto!”. Y yo solo propuse que compráramos el material escolar con un proveedor mayorista, no en una tienda carísima. © Oído por ahí / Ideer
  • Cuando mi hijo entró a la escuela por primera vez, yo tenía muchas expectativas. Es muy listo y curioso, y estaba segura de que destacaría. Pero en la primera junta me dijeron que era muy tímido y no hacía preguntas en clase. Al principio me preocupé, pero luego entendí que era una oportunidad para enseñarle algo valioso. Empezamos a trabajar juntos en su confianza, animándolo a ser más valiente y a expresar sus dudas. Después de unos meses, la maestra me dijo que se había convertido en uno de los alumnos más participativos del grupo. No solo fue un logro para él, también fue una victoria para mí, como mamá que supo guiarlo y apoyarlo. © Mamdarinka / VK
  • Soy una mamá con lentes que prefiere vestir ropa clásica: pantalones, camisas, vestidos formales. Tal vez por eso en todas las escuelas y jardines de niños quieren meterme a fuerza en los comités de padres. Lucho hasta el final, pero a veces la presión gana. Entonces termino yendo a reuniones, organizando excursiones raras y celebraciones escolares. Pero en realidad, soy una mamá relajada. Mis hijos comen dulces y chocolates, no le tenemos miedo al gluten, y me da absolutamente igual de qué color sean las cortinas del salón. Sueño con dejar de parecer tan seria. Tal vez me pinte el cabello de azul y me tatúe todo el cuerpo. A lo mejor, así dejan de meterme en cada comité que se les ocurre. © Mamdarinka / VK
  • La primera vez que fui a una reunión escolar estaba nerviosa: primer grado, nuevos papás. Salí con sentimientos encontrados. La maestra contó que mi hijo, durante el recreo, reunió a todos sus compañeros, se subió a un escritorio y se puso a cantar y bailar. Por un lado, había que llamarle la atención, pero, por otro, le elogiaron su voz. © Oído por ahí / Ideer
  • Mi hijo necesitaba mejorar en geografía y química. En una junta, la maestra me lo mencionó. La verdad, yo nunca fui buena en esas materias, pero me propuse aprender para poder explicárselas. Al principio fue realmente difícil. Luego vi algunos videos en internet que me ayudaron a entender, y después ya con el libro me bastaba. Y puedo decir que me volví una experta. Mi hijo estaba encantado con lo bien que le explicaba, y eso lo motivó mucho a esforzarse más. © Mamdarinka / VK
  • Doy clases de inglés en primaria. Tengo un alumno cuyo rendimiento oscila entre el “suficiente” y el “notable”. No es un caso perdido; al contrario, tiene mucho potencial. Lo que me llamó la atención es que su mamá es traductora profesional, lo cual me generó aún más dudas sobre por qué su desempeño no era mejor. Le pedí que viniera a platicar. Durante la conversación, me preguntó sobre algunas fórmulas de geometría, física y química, y, sinceramente, me quedé en blanco. Entonces me dijo algo que me hizo reflexionar: que cada maestro cree que su materia es la más importante, pero que, en realidad, ni siquiera podía explicarle lo básico de otras asignaturas. Aun así, eso no me impedía vivir. Por eso, añadió, no pensaba presionar a su hijo solo para mejorar unas estadísticas escolares. © Oído por ahí / Ideer
  • Me divorcié cuando mi hija tenía menos de tres años. Pero siempre he estado presente en su vida: conozco a sus amigos, voy a la escuela y a sus clases extracurriculares. Un día, la maestra preguntó en clase qué habían hecho el fin de semana. Mi hija dijo: “¡Fuimos a un concierto!”. Y cuando le preguntaron: “¿Quiénes fueron?”, sin pensarlo, respondió: “Mi papá, su novia y yo”. © Yaroslav Lebedev / Dzen
  • A mi esposo y a mí nos agregaron al grupo de WhatsApp de padres. Él primero desactivó las notificaciones, pero al poco tiempo no aguantó más y se salió del grupo. Justo eran vacaciones. Al terminar, nuestro hijo regresó a clases y nos contó: “Todos se sorprendieron de que viniera, porque creían que ustedes se habían divorciado y que yo me había mudado a otra ciudad con mi mamá”. Obviamente esa idea vino de los adultos, lo preocupante es cómo alguien puede inventar eso... ¡y decírselo a los niños! © Natalia / Dzen

Los hombres siempre nos regalan historias divertidas. Aquí va una muestra de hasta dónde puede llegar la solidaridad masculina.

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