14 Momentos en los que estar en el lugar correcto en el momento exacto lo fue todo

Curiosidades
hace 4 días

A veces, incluso un transeúnte o un vecino cualquiera, pueden ayudarnos a salir de la peor situación. Estas historias nos hacen creer en la suerte y en las buenas personas que estuvieron en el lugar y momento adecuados.

  • Ayer iba en moto a casa de mi novia. A unos 8 kilómetros de mi destino, un perno de la moto se soltó, haciendo que la rueda trasera se estrellara contra el cuadro y se bloqueara. Logré detenerme y orillarme, pero quedé atrapado en una carretera donde los autos pasaban a toda velocidad. Así que tuve que empujar la moto por un estrecho tramo al costado del camino.
    Después de unos minutos, un joven en una camioneta de reparto se detuvo, bajó la ventanilla y me gritó que metiera la moto en su furgoneta. Abrí la puerta e intenté subirla, pero pesaba mucho, así que él salió y me ayudó. Luego me llevó hasta la casa de mi novia.
    Al bajar la moto, se negó a aceptar cualquier tipo de pago, así que solo le di las gracias por toda su ayuda y le di un abrazo. Este desconocido me ayudó desinteresadamente, solo por bondad, y convirtió un día terrible en uno mucho mejor. © Dry_Bicycle / Reddit
  • Iba en un autobús lleno de gente. De pronto, un chico muy guapo puso su mano sobre la mía. Me quedé ahí, confundida por un segundo, hasta que el conductor frenó bruscamente. Todos comenzaron a caerse, y sentí un dolor agudo en la mano.
    Resultó que el chico me apretó la mano tan fuerte que tuvimos que ir al hospital. A causa de eso, me perdí una clase importante, me fracturé dos dedos, pero ahora estoy sentada con este chico guapo, conversando con él. ¡Fue un buen día! © Caramel / VK
  • El tren se retrasó unos 20 minutos y todos en el andén estaban molestos y congelados por el frío. Todos querían llegar a casa después del trabajo. Nadie anunciaba la hora de llegada. Finalmente, llegó, y todos subieron de mala gana, se sentaron con el ceño fruncido y esperaron a que partiera.
    Entonces, un chico pelirrojo entró corriendo al vagón, con un pastel atado con un lazo, y gritó por teléfono: “¿¡Puedes creerlo!? ¡Hoy es el día más fantástico de mi vida! ¡Corría desesperado, llegué terriblemente tarde! ¡Y ahí estaba, esperándome! ¡Ya voy! ¡Voy a llegar a tiempo! ¡Genial, ¿verdad?!”. Todos en el vagón comenzaron a sonreír, se relajaron, como si todos hubiéramos estado esperando en el andén a propósito, solo para que él pudiera llegar a tiempo con su pastel. © StrogiyNik / Pikabu
  • Parece que toda una serie de acontecimientos en mi vida me llevaron justo a ese momento. Pasaron muchas cosas para que terminara viviendo en otro país a mis treinta. Fue ahí, de la nada, cuando sentí el impulso de levantarme temprano y salir a caminar por el parque, algo que no suelo hacer. Al final, rescaté un gatito, le encontré un hogar y regresé a mi país. © Overheard / Ideer
  • Cuando era estudiante, dependía del autobús urbano para moverme por la ciudad. Por eso, sé muy bien lo frustrante que es perderlo, especialmente después de correr tras él y que el conductor, aunque te vea, igual se marche (lo entiendo, tienen un horario que seguir). Hace años me prometí que, si alguna vez veía a alguien en esa situación, lo ayudaría: lo llevaría en mi coche hasta alcanzar el autobús y lo dejaría en la siguiente parada.
    Hoy me desperté con antojo de preparar una salsa roja picante para pasta, pero me di cuenta de que me faltaba un ingrediente, así que fui al supermercado Publix del vecindario. Al salir del estacionamiento, vi a un tipo corriendo por el paso peatonal y agitando los brazos. Yo solo pensaba en mi salsa, pero al mirar hacia la derecha, noté que el autobús urbano se alejaba y el hombre seguía haciendo señas desesperadamente.
    Una voz en mi cabeza me dijo: “Este es el momento para el que te has estado preparando”. Así que, sin pensarlo, giré a la derecha con el semáforo aún en rojo, me acerqué a la parada, bajé la ventanilla y le dije: “Súbete, amigo, vamos a alcanzarlo”. El tipo se echó a reír y preguntó: “¿En serio?” A lo que respondí: “Claro que sí, súbete”.
    Tardamos unas 15 cuadras en adelantar al autobús y dejarlo en una parada más adelante. Todo el camino fuimos riendo. Al despedirnos, le di la mano y le deseé un “Feliz Año Nuevo”. Y eso fue todo. © birdie_sparrows / Reddit
  • Conocí a una chica en Rumanía. Ambos viajábamos solos, así que pasamos bastante tiempo juntos. Al despedirnos, como es habitual, dijimos: “Hasta pronto”. El fin de semana pasado fui a París por trabajo, y me llevé una gran sorpresa al verla en el ascensor. Grité emocionado, pero ella no me reconoció. Pensó que era un desconocido tratando de entablar conversación. Por un momento dudé de mi memoria, bajé el entusiasmo y le pregunté con calma: “¿Alguna vez estuviste en Rumanía?” Ella respondió enseguida: “¿Eres de Alemania?” (en esa época yo vivía allí). De alguna manera logré decir que sí, y al verme tan nervioso, soltó una sonrisa y dijo: “¡Soy su hermana gemela!” ¡Qué pequeño es el mundo! © Gaurav Deshmukh / Quora
  • Estoy dando una clase extra de biología en la preparatoria, en la que vemos temas algo complejos. Noté que una alumna, que normalmente tiene un desempeño regular, estaba resolviendo tareas usando términos bastante técnicos. Me acerqué a su pupitre con la sospecha de que estaba buscando las respuestas en su celular. Miré debajo de la mesa y me quedé sin palabras: en lugar de un teléfono, tenía en el regazo un cuaderno que me resultaba familiar. ¡Era mi antiguo cuaderno de apuntes! Ese cuaderno, lleno de notas sobre fisiología vegetal, se lo había prestado a un amigo de un curso anterior cuando yo todavía era estudiante. Aparentemente, él lo conservó, y cuando se enteró de que su sobrina iba a presentar un examen de biología, se lo dio. Ella no tenía idea de que era mío, porque el nombre en la portada era mi apellido de soltera. Las coincidencias, a veces, son simplemente maravillosas. © NaginiSnake / Pikabu
  • Estaba investigando mi árbol genealógico en Irlanda. Durante varios días recorrí una región bastante amplia en busca de parientes o alguna conexión con mi pasado, pero no encontraba nada. Finalmente, la última tarde, mientras conducía un auto rentado, pasé junto a una anciana de casi noventa años que caminaba por la carretera al anochecer. Me detuve y le ofrecí llevarla a su casa. Durante el trayecto le conté mi historia y, casi por impulso, le pregunté si alguien en su familia se había ahogado alguna vez. Su expresión cambió de inmediato y me dijo que tenía que mostrarme algo. Al llegar a su casa, nos sentamos en la cocina y sacó un árbol genealógico impreso con unos cincuenta nombres. Al final de la hoja estaba el nombre de un hombre que se había ahogado en Australia en la década de 1840... el mismo que aparecía al inicio del árbol que yo llevaba conmigo. Las dos piezas encajaban perfectamente, como en una escena sacada de Indiana Jones. Nos quedamos en silencio, sorprendidos. Ella nunca supo qué había pasado con la parte de su familia que emigró a Australia, y nosotros nunca supimos de dónde venían nuestros antepasados irlandeses. Resultó que ella seguía viviendo en lo que fue la casa familiar original. Hoy, compartimos un árbol genealógico con más de 1200 personas. © Unknown_athor / Reddit
  • Estábamos de vacaciones en la playa, alojados en una cabaña en el segundo piso. Una noche, a eso de las 11, mi hermana y yo salimos al balcón para disfrutar de la vista. Estábamos ahí, tranquilas, cuando de repente mi hermana miró hacia el techo y se estremeció, como si hubiera visto un fantasma. Pero era algo peor: ¡tarántulas! No eran las típicas arañitas inofensivas, sino enormes y peludas. Ambas sufrimos fobia a las arañas, así que entramos en pánico y bajamos corriendo las escaleras como pudimos. Intentábamos no hacer ruido porque había niños dormidos, pero el miedo es difícil de contener. Nuestro vecino nos escuchó y salió a ver qué pasaba. Mi hermana le señaló las arañas y le explicó que no hacíamos escándalo por gusto, sino por terror. Sin decir nada, el hombre volvió a su habitación. Un minuto después, salió con una mesa, una silla y una escoba. Se subió, y sin dudarlo, barrió una por una las tarántulas. Puede parecer un gesto simple, pero si lo piensas bien, no cualquiera sale en plena noche a ayudar a dos desconocidas con algo que a muchos también les daría miedo. © Caramel / VK
  • Un amigo decidió viajar solo a Marruecos a finales de sus veintes. Quería vivir una experiencia auténtica, así que dejó atrás las zonas turísticas y se adentró a pie en las zonas rurales, donde vivían los lugareños. Pero cuando empezó a oscurecer, se dio cuenta de que estaba completamente perdido y que nadie hablaba inglés. Vagó durante un buen rato hasta que cayó la noche. Mientras caminaba por un callejón oscuro y angosto, chocó de frente con alguien. En ese instante, mil ideas le cruzaron por la cabeza: era de noche, estaba solo, perdido, en un lugar desconocido… Instintivamente, dijo: “¡Disculpe!”. A lo que una voz femenina respondió desde la oscuridad: “Oh, está bien”. Sorprendido, preguntó: “¿Hablas inglés?”. Y ella contestó: “Sí. Me perdí un poco. ¿Sabes cómo volver al pueblo?”. “No… yo también estoy perdido”. Decidieron seguir caminando juntos, y con algo de suerte, lograron encontrar el camino de regreso. Al llegar a una zona más iluminada, se miraron bien... ¡y se reconocieron! Habían estado en la misma clase en la preparatoria y se conocían bastante bien. © Marcia Wilcox / Quora
  • Iba corriendo hacia una entrevista de trabajo muy importante cuando, de repente, se me rompió el tacón. El tiempo se me venía encima y no sabía qué hacer. Estaba desesperada, hasta que una señora mayor que pasaba por ahí se me acercó y se ofreció a ayudarme. Resultó que llevaba en su bolso un par de zapatos de repuesto para su nieta... ¡y eran de mi talla! Le agradecí como pude y salí corriendo a la entrevista. Cuando terminé, decidí regresar para buscarla y devolverle los zapatos. Para mi sorpresa, ¡seguía en el mismo lugar! Solo me sonrió y me dijo: “Siempre que puedas hacer el bien, hazlo”. Me conmovió profundamente. Desde entonces, me prometí seguir ese principio. Y sí, conseguí el trabajo que tanto quería. © Not everyone will understand / VK
  • Anoche fui caminando a la tienda y, ya de regreso en casa, me di cuenta de que no encontraba mi tarjeta de débito. Revisé todo el departamento: los bolsillos de mis jeans, mi cartera, hasta llamé a la tienda por si alguien la había entregado, pero fue en vano. Volví a recorrer el mismo camino con la esperanza de encontrarla tirada, pero no tuve suerte. Me sentía frustrada, especialmente porque tengo que pagar la renta en unos días y sé que una tarjeta nueva tarda bastante en llegar. Apenas unos minutos después, tocaron a mi puerta. Pensé: “¿Quién llama a esta hora? Son las 11 de la noche…”. Vivo sola en la ciudad, así que suelo ser muy cautelosa con esas cosas. Para mi sorpresa, ¡era mi vecino con mi tarjeta en la mano! La había encontrado afuera e intentó devolvérmela antes, pero justo coincidió con el momento en que yo había salido a buscarla. Un gesto sencillo que, en ese momento, me devolvió el alma al cuerpo. © beavisandboothead / Reddit
  • Cuando me mudé a otra ciudad por trabajo, mi enfermedad crónica empeoró y tuve que ser hospitalizada. Fueron dos semanas realmente duras. No conocía a nadie en la ciudad, y mis padres estaban lejos. Me dijeron que ya era adulta, que debía arreglármelas sola. Compartía habitación con una chica de mi edad. Su mamá venía casi todos los días: le traía libros, ropa, comida… Era hermoso ver ese cuidado, aunque me dolía no tener a nadie a mi lado. Con el paso de los días, la chica y yo empezamos a llevarnos bien, y su mamá comenzó a incluirme en sus visitas. Me traía comida casera, y nos sentábamos las tres a platicar. Su comida era deliciosa, y su calidez me hacía sentir acompañada. Esa mujer, una completa desconocida, me dio el cariño y apoyo que tanto necesitaba. En medio de una situación tan difícil, fue mi salvación. Le estaré agradecida por siempre. © Ward 6 / VK
  • Mi esposo y yo caminábamos de noche cerca de la estación del tren cuando vimos a un hombre mayor, de barba canosa, cargando una bolsa grande. Su ropa estaba limpia, pero muy gastada. Se le veía perdido. La gente lo esquivaba, seguramente pensando que era un indigente. Nos acercamos para preguntarle si necesitaba ayuda. Resultó ser un sacerdote de una iglesia rural. Había venido a la ciudad para visitar a unos conocidos, pero no lograba contactarlos ni encontrarlos. Tampoco tenía dinero para hospedarse. No podíamos dejarlo ahí, solo y confundido, así que le ofrecimos quedarse en nuestra casa esa noche. A la mañana siguiente, logramos localizar a sus conocidos, vinieron por él y se despidió con mucho cariño. Seis meses después, recibimos una noticia que jamás olvidaremos: estaba embarazada de dos meses. Llevábamos diez años juntos sin poder tener hijos por problemas médicos. Ya habíamos perdido la esperanza y entonces ocurrió el milagro. Hagan el bien. Tarde o temprano, la vida se encarga de devolverlo. © Chamber 6 / VK

Y aquí hay historias de personas que, de repente, tuvieron mucha suerte.


Imagen de portada Caramel / VK

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