Vaya madre la que la inculcaba a su hija de que era fea
15+ Lectores de Genial contaron qué acciones de sus padres les duelen hasta el día de hoy
Algunos piensan que las ofensas de la infancia deben simplemente dejarse ir y que hay que finalmente perdonar a los seres queridos. Después de todo, pudieron haberte herido tan profundamente por casualidad y sin absolutamente ninguna malicia. Pero incluso con todo el deseo del mundo, lograr ese perdón es una tarea muy difícil. Especialmente cuando tú, siendo un pequeño niño vulnerable, fuiste castigado inmerecidamente por aquellos a quienes considerabas los más queridos del mundo.
Genial.guru se emocionó con cientos de historias de nuestros lectores. Y esperamos que nos ayuden a aprender de los errores de otras personas y a convertirnos en mejores padres o madres para nuestros hijos.
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Mis padres me regalaron para mi cumpleaños una preciosa muñeca alemana. Lujosa, largo cabello castaño, ojos azules, blusa blanca, chaleco rojo, falda marrón, medias blancas hasta la rodilla y zapatitos blancos. Y no estaba hecha de un terrible plástico frío, sino de algún tipo de material suave y agradable al tacto. Todas las chicas me envidiaban. Y yo simplemente adoraba a esa muñeca y la cuidaba mucho.
Cuando estaba en 5.º grado, llegó la hermana de mi madre con su hija, que era 3 años menor que yo. A ella le gustó mucho mi muñeca y mis padres me convencieron de que se la regalara, diciendo que yo ya era grande. Acepté de mala gana. Y un año después, visitando a mi tía, vi en lo que se había convertido mi muñeca: cabello despeinado y enredado, ropa rasgada y la cara pintada con marcadores permanentes (intentos torpes de maquillar a la muñeca). Ya tengo más de 50 años y todavía recuerdo ese sentimiento. © Marina Dobrodeeva / Facebook -
No me compraron el vestido de mis sueños, se lo dieron a mi prima, era el último de la tienda. Todavía no soy indiferente a los vestidos a cuadros, ¡y ya tengo 40 años! Hace poco se lo dije a mi madre y ella estaba impactada, me preguntó por qué yo no había dicho nada. Así que no puedes adivinar dónde infligirás ese trauma moral a un niño. © Tatiana Shleinova / Facebook
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Desde pequeña, mi madre me inculcó que yo era fea, no me permitía mirarme mucho al espejo. Sí, no era una belleza, pero era sociable, ingeniosa y erudita (por lo que recibí el apodo de “Enciclopedia andante” en la escuela). Pero cualquier manifestación de atención especial hacia mí por parte de los chicos al final era percibida como una burla. Por supuesto que desarrollé un complejo de inferioridad. A pesar de todo eso, mi vida ha transcurrido bien: llevo 45 años de casada, 2 hijos, 3 nietos. Pero a menudo lamento la ausencia de romance en mi vida y no entiendo las prohibiciones de mi madre. © Irina Mikitas / Facebook
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Yo era un niño difícil, así que en algún momento decidieron instalar una cámara de vigilancia en mi habitación. Al enterarme de eso, no me indigné en lo más mínimo, aunque mis padres estaban decididos e incluso fueron de compras en busca de una opción asequible, pero cada vez volvían sin nada. ¡Gracias a Dios que no teníamos dinero! © “Habitación № 6” / VK
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Mi papá me regaló unos aretes de rubíes, los primeros aretes de mi vida, y mi mamá se los regaló a la esposa de su hermano. Recordé toda mi vida lo doloroso que fue. Y los hubiera cuidado de la misma manera que llevo cuidando desde hace muchos años un joyero de madera tallada, un regalo de mi papá para mis 4 años. © Tinatin Musina / Facebook
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El padre de una sobrina de 9 años de mi esposo le robó su alcancía y gastó todo lo que había allí. Ella llevaba ahorrando dinero durante todo un año y también le habían regalado dinero para su cumpleaños, había como 200 USD allí. © Irina Dolina / Facebook
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De niña, por las mañanas, cuando mi madre nos preparaba para la escuela, nos hacía unos sándwiches con mantequilla, que por alguna razón siempre guardaba en el congelador. Así que mi madre cortaba un trozo de mantequilla congelada con un cuchillo y lo tiraba sobre el pan. A mi pedido de esperar a que se derritiera para poder untarla sobre el pan como hace todo el mundo, ella respondía que no había tiempo. Crecí y entendí que realmente no había tiempo: mi madre se despertaba a las 6 de la mañana, preparaba a mi padre para que se fuera a trabajar y le hacía el desayuno, luego nos despertaba a mí y a mi hermana (a mí muchas veces con un escándalo, porque me gustaba dormir más por la mañana), hacía nuestras trenzas, planchaba los uniformes escolares, nos daba de comer, nos enviaba a la escuela y luego se iba a trabajar ella misma. Pero cada vez que veo mantequilla, recuerdo esos horribles sándwiches y el sabor de la mantequilla helada. En pocas palabras, no como mantequilla.
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A mi madre le daban de comer en el trabajo, venía una camioneta del comedor. Pero un día esa camioneta llegó tarde. Ese día volví a casa de la escuela, y mi madre me llamó diciendo que no les habían dado de comer en el trabajo, y que le lleváramos el almuerzo. ¿Para qué llamó? ¡Si sabía que no había ni una migaja de comida en casa! ¿Para lucirse delante de sus compañeros?
Bueno, como no había nada para comer, mi hermana y yo hicimos una ensalada. Ni siquiera comimos nosotras mismas, metimos la olla en una bolsa y fuimos para allá. Llegamos y resulta que ya les habían llevado la comida. Había unas señoras gordas y bien alimentadas, que estaban sentadas, frotándose la barriga. Mamá sacó la ensalada, y esas señoras se la comieron, y una hasta se quejó diciendo que le faltaba acidez, que le habría quedado muy bien un poco de chucrut (y solo tenía pepinos).
Y nosotras terminamos pasando hambre todo el día. Y mi madre ni siquiera nos preguntó si habíamos comido. © Tatiana Dyachenko / Facebook
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Tenía entre 6 y 7 años y le conté a mi madre un secreto que era muy importante para mí en ese momento (no lo recuerdo ahora). Incluso hice que mi madre me jurara que no se lo diría a nadie. Unos días después, la escuché contando mi secreto entre risas a su amiga. Fue entonces cuando me prometí que nunca más compartiría nada con mi madre. Y cumplí mi palabra. © Lyudmila Volkova / Facebook
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Mi tío me contó que cuando tenía 15 años, trabajó durante un mes en un campo en igualdad de condiciones con los adultos y recibió el salario correspondiente, pero su madre tomó ese dinero y lo llevó de regreso al campo. Dijo que un niño no podía ganar tanto. Le dejó una pequeña cantidad para los dulces. © Victor Dzemizashvili / Facebook
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Eran principios de los 80, yo tenía 14 años. Y tenía muchas ganas de vestirme bien. Todo el verano trabajé en una fábrica de pan como apiladora de mercadería y gané una cantidad de dinero que en ese momento era muchísimo para mí. Pensaba comprarme un abrigo y unas botas para el invierno (siempre usaba las cosas de mis hermanas mayores), y lo que quedaba se lo iba a dar a mi madre. Pensé que ella era la persona más cercana y le di mi primer dinero para que me lo guardara. Por desgracia, no obtuve nada de ropa nueva. Mi mamá gastó ese dinero en ropa nueva para mi hermana pequeña. Han pasado 40 años desde entonces, pero la ofensa no se ha ido... © Lyubov Irina Sorokina / Facebook
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Yo estudiaba bien y también iba a gimnasia rítmica. Una vez, cuando estaba en segundo grado, llegué a casa y mi madre me preguntó con voz dulce: “Julia, ¿qué sacaste en tu examen de matemáticas?”. Yo: “B”. Mi mamá arrojó un libro de coreografías sobre la alfombra a mi lado y dijo con desdén: “Ingrata, y yo que encima te compro libros”. Este asunto de la gratitud y la mala hija sigue siendo un tema para mí. © Yulia Zelikova / Facebook
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En quinto o sexto grado, durante las vacaciones, fuimos a visitar a la abuela. Yo tenía un vestido fabuloso que me gustaba mucho. Y todos empezaron a elogiarme, a decir lo hermosa que estaba con ese vestido. Incluso mi tía y su hija, que es un año menor que yo. Pero luego mi madre se acercó a mí, me quitó el vestido y se lo dio a mi prima. Ellos eran pobres y, aparentemente, mi madre sintió lástima por ella. Me sentí muy dolorida y ofendida, pero no pude objetar nada: en nuestra casa no era costumbre que discutiéramos con mi madre. Y sí, ella era buena. Pero todavía no puedo entender ese acto... Y ya tengo más de 60 años, y yo misma soy abuela. © Svetlana Golikova / Facebook
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No recuerdo exactamente cuántos años tenía, creo que entre 14 y 16. Tengo una hermana que es un año mayor que yo. Le obsequiaron un reloj de pulsera y mi madre me dijo que al año siguiente también me regalarían un reloj a mí, ya que tendría la misma edad que mi hermana. Pero no me lo regalaron. Para el siguiente cumpleaños de mi hermana, ella y mi mamá fueron a perforarle las orejas. Y me prometió que al año siguiente, para mi cumpleaños, también me perforarían las orejas a mí. Pero eso tampoco pasó. Le creía a mi madre, pero después de eso no volví a confiar en ella nunca más. Tengo 40 años y ya no me siento ofendida con ella desde hace mucho tiempo, pero no hay confianza entre nosotras. He aprendido esa lección y nunca le miento a mi hija. © Irina Sokolova / Facebook
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Hace mucho tiempo, cuando era muy pequeña, me compraron una muñeca grande. Y siempre la dejaban sobre el armario. Y el armario era alto. Cuando estaba enferma, me permitían abrazarla y tomarla de la mano. Recuerdo que incluso quería enfermarme más a menudo. Crecí y la nueva muñeca todavía está sobre el armario de la casa de mi madre, juntando polvo. Odio a esa muñeca. © TA Sha / Facebook
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También tuve una muñeca. Unos amigos de mi madre me la trajeron como regalo del extranjero. Una muñeca marinera, tan alta como yo. Me la regalaron solemnemente, le sacaron una foto conmigo, y luego mi madre la metió en una caja con las palabras “la romperás, es una muñeca cara”. Así que lleva 30 años en una caja en el armario de mi madre. Tampoco se la da a mi hijo, dice que la romperá. Por supuesto, es mejor si está guardada en algún lugar, ocupando espacio, sin servirle a nadie. © Irene / Genial.guru
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Mis padres y familiares cercanos son personas muy buenas y morales, pero, como todos, con sus propias carencias, con sus dificultades de vida, cada uno con su propio temperamento. En la infancia, hubo suficientes historias con faltas de respeto, irritabilidad infundada, desprecio y doble moral, que dieron como resultado muchos complejos, una autoestima muy baja, una fobia social pronunciada y una depresión prolongada.
Pero con el tiempo llegó la comprensión de que mis familiares también estaban traumatizados, en algunos casos no había suficiente experiencia, en otros, las situaciones difíciles de la vida dejaron una huella; llegó el perdón y algún tipo de compasión, apareció la fuerza de superar el resentimiento y buscar puntos en común. © amanogama / Genial.guru
¿Tus familiares alguna vez te hicieron algo que todavía te resulta doloroso recordar?
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Lo que para las madres a veces es una tontería para los niños es importante