16 Recuerdos de la infancia tan hermosos que todavía logran hacernos sonreír como niños

Historias
hace 3 horas

Cómo olvidar la fortaleza hecha de almohadas, el sabor del agua de la manguera o incluso las baterías para nuestros juguetes. En la vida adulta ya no existen aventuras como esas. Pero por un momento, podemos regresar a aquellos días en los que el transporte principal era una bicicleta y el verano parecía eterno.

  • Mamá siempre cuenta cómo una vez vi a un hombre sin hogar con una barba larga y blanca en la calle, y por alguna razón pensé que era Papá Noel. Comencé a saltar de felicidad, solté la mano de mi mamá y corrí hacia él para preguntarle si tenía un regalo para mí. En ese momento, él estaba junto a un contenedor de basura y no entendió de inmediato que me dirigía a él. Cuando lo comprendió, me sonrió, siguió mi juego y dijo que sí, que era el verdadero Papá Noel. Luego sacó una tapa de colores de la basura y me la regaló. Mi mamá dice que nunca me vio tan feliz.
  • Tenía 8 años y un día mi mamá me llevó al parque. Me dio algo de dinero para jugar en las máquinas mientras descansaba en un sillón. Compré algunas fichas y miré alrededor: había carreras, billar, hockey de aire y mi favorito, el pinball. Jugué un rato al pinball y después me acerqué a unas máquinas de peluches. Había un adorable osito de peluche que quería con todo mi corazón. Recuerdo cómo pegué mi cara al cristal, esperando que me dejaran jugar. Pero no me lo permitieron por mi edad. La frustración infantil fue inmensa. Una chica me estaba observando y me preguntó si quería algo de esa máquina. Asentí, pero pensé que mi mamá se molestaría. Ella insistió y preguntó qué quería. Señalé al osito. Sacó sus fichas y comenzó a jugar. Grité de alegría cuando, finalmente, me lo entregó. Intenté darle dinero, pero lo rechazó y me dijo: "Si algún día ves a alguien triste, trata de ayudarle. Devuélvelo con buenas acciones". Nunca la olvidé, aquella desconocida que fue tan amable conmigo, gastando su dinero para hacerme sonreír. © Sami Darby / Quora
  • Mi amiga y yo teníamos 12 años y decidimos aprender a besar usando tomates. Entramos al huerto de mi abuela, arrancamos los más grandes y corrimos a la casa. Nos sentamos y empezamos a practicar. De repente, entra mi abuela y grita: "¡¿Dónde están mis tomates?! ¡Los había guardado para las conservas!" Nos moríamos de vergüenza. Desde entonces, todos los días regábamos sus tomates con regaderas.
  • De camino del trabajo, pasé por la tienda a comprar carne, papas, hierbas… pero olvidé el pan. Llamé a mi hija menor, que justo estaba cerca de la panadería. Llegó con el pan, aún tibio. No pudo resistirse y arrancó un trozo de la corteza para comerlo por el camino. Me lo entregó mientras me miraba a los ojos, y recordé al niño que fui, cuando mi mamá me daba 16 centavos para comprar pan. Solía regañarme porque mordía el pan fresco por todos lados antes de llegar a casa. Qué tiempos aquellos. Mi madre tenía que alimentar a tres hijos y un esposo con ese pan. Aun así, yo no podía resistir el aroma del pan fresco. Abracé a mi hija, la besé y no la solté. No quería que viera cómo una lágrima se deslizaba por mi mejilla.
  • Mis padres me enviaron al campo durante el verano. Ahí me llegaron “esos días”. Estaba en shock, no entendía qué pasaba. Me encerré en el granero y me puse a llorar. Mi abuela lo entendió de inmediato y corrió a la tienda. Mi abuelo se acercó, se agachó y dijo: "¿Por qué lloras como una oveja? ¡Toma esto!", y me entregó un pequeño corazón hecho de alambre. Lo guardé durante años en mi estuche escolar como recuerdo.
  • Cuando tenía 7 años, mi papá me llevó a su trabajo. Él era buzo profesional. Vi cómo cuatro hombres enormes le ayudaban a ponerse el traje de buzo con triple perno. Parecía un astronauta con todo el equipo. Lo vi bajar por las escaleras hacia el agua negra. Sentí mucho miedo por él, aunque traté de ocultarlo. Los hombres se dieron cuenta y me dejaron hablar con mi papá por teléfono. Más tarde, almorzamos juntos macarrones con carne y compota en la cafetería. Incluso me dejaron conducir un remolcador de buceo. Fue una experiencia increíble, y eso fue hace 55 años.
  • Tenía cinco años. En el apartamento de enfrente vivía mi tía, quien siempre me traía dulces. Una vez, preparó un pastel de huevo y me lo mostró con orgullo. Al olerlo, me pareció desagradable y me sentí mal.
    —¡Pruébalo! Te gustará, por favor, solo un bocado.
    —Tía, lo probaré después, ¿vale?
    Pero insistió hasta meterme un trozo en la boca. Salí corriendo al baño y vomité. Después de eso, nunca volvió a obligarme a comer nada. © Siji Ram / Quora
  • Recuerdo un día en el trabajo de mi papá. Cuando estaba en la primaria, nos llevaron al club comunitario del pueblo para ver una obra de teatro navideña. Mi papá trabajaba allí como decorador. Después de que todos los niños fueron recogidos por sus padres, él me llevó a su oficina. Recuerdo que olía delicioso, una mezcla de dulces y pintura al óleo. Era una pequeña habitación bajo el techo, con una pared inclinada por la forma del tejado. Había instalado soportes en la pared para tener a mano marcadores, pinceles y lápices, y debajo de estos, un enorme escritorio. Al lado había una tetera y un viejo reproductor de cintas. Me senté en una silla cómoda mientras mi papá ponía música extranjera, y me ofreció un delicioso té con bombones de chocolate, porque la época de Año Nuevo era la única en la que podíamos comer dulces hasta saciarnos. Luego, me dio una hoja de papel gigante, manchada de pintura, para que dibujara lo que quisiera. Podía usar cualquier marcador o pintura, y había tantos colores, más de los típicos sets de 5 o 6 que tenía en casa. En ese momento, sentía que la vida estaba llena de promesas y que el futuro solo traería cosas buenas. Claro, el futuro tuvo de todo, pero ese día helado, previo al Año Nuevo, quedó grabado para siempre en mi memoria.
  • Pensé que llamar a mis padres por su nombre era algo genial. Las películas de adolescentes me habían influido mucho y no tenía idea de que eso podía ser irrespetuoso. Un día, mi mamá fue a una reunión de padres en la escuela. Yo iba con mis amigos, la vi y grité: "¡Hola, María!". Me sentí como un personaje de película, supercool. Mis amigos también pensaban que era increíble llamar a mamá por su nombre, así que seguí gritando. Ella no dijo nada en ese momento. Pero, días después, mi papá me escuchó llamarla "María" y me dio una buena reprimenda por ser tan descarado. © Gizem / Quora
  • En el apartamento de mis padres había un desván. Era un estante cerrado, pegado al techo, donde guardábamos cebollas. Muchas veces, mientras estaba en la cocina, escuchaba un ruido extraño que venía de allí. Siendo pequeña e ingenua, pensé que era un duende doméstico. Me emocioné tanto que empecé a dejarle "ofrendas": un trocito de queso, uvas, pan. Al día siguiente, ponía un taburete sobre una silla, me subía y revisaba, pero nunca había nada. ¡No podía creerlo! Hasta que un día vi a una ratona bien gorda y confiada comiéndose todo. Estaba tan relajada y obesa por mis regalos que no pudo escapar a tiempo. Desde entonces, dejé de creer en los duendes.
  • Mi amiga y yo enterramos un mensaje para el futuro. Recuerdo ese día como si fuera ayer. Era verano, teníamos 10 años y acabábamos de ver una película en la que los protagonistas desenterraban una cápsula del tiempo. Fuimos a buscar un frasco de la abuela, tomamos hojas de papel y empezamos a escribirnos consejos, preguntas y deseos. La idea era desenterrarla cuando termináramos la escuela, a los 18 años. Ahora, ambas tenemos 25 y todavía no recordamos dónde enterramos ese condenado mensaje.
  • Yo era muy curiosa. Siempre andaba explorando, recorriendo el patio de mi casa o la calle con mis amigos. Volvía a casa sucia y con algún “tesoro” que había encontrado, lo que provocaba los regaños de mi mamá, que me decía que no trajera porquerías al hogar. Un día, mientras cavaba en el jardín buscando algo interesante, desenterré un topo.
    — ¡Mamá, mamá, mira qué perrito más feo! — corrí emocionada con mi hallazgo, convencida de que había encontrado un perro. Desde entonces, mi mamá les tiene miedo a los topos… y un poco a mí también.
  • Mi abuela solía llevarme a la cocina para enseñarme a cocinar. Siempre decía que saber cocinar era indispensable si quería conseguir un marido decente y rico. Yo le creía. Pasaba las tardes aprendiendo a hacer sopa, panqueques y diferentes pasteles. Ahora tengo novio, aunque aún no es mi esposo, pero pronto lo será. Es programador, gana muy bien, y nunca cocino para él. Pedimos comida a domicilio todo el tiempo; ¡ni siquiera tenemos una estufa decente en casa! Ay, abuela, si pudieras verme ahora, estarías orgullosa de mí, porque no solo aprendí a cocinar y conseguí un novio rico, ¡sino que también evité pasarme los días cocinando!
  • Invité a una chica a mi casa para estudiar matemáticas. Llegó con su libro de texto y entró a mi habitación. Nos sentamos en la mesa, pero yo pasé más de una hora intentando besarla. Era la primera vez que lo intentaba. Finalmente, cuando logré rozar sus labios, noté que alguien estaba detrás de mí. Sí, era mi mamá, con una bandeja de comida en las manos, mirándonos fijamente. Dejó la bandeja sobre la mesa y salió de la habitación rápidamente. Ese día no hablamos en absoluto. Pero aprendí algo muy importante: cerrar la puerta. © Shivendra Pandey / Quora
  • Mi recuerdo favorito de la infancia está relacionado con el jardín de niños. Recuerdo claramente cómo llegaba a casa y me sentaba en la mesa de la cocina, donde mi mamá me daba un sándwich, un vaso de leche y una servilleta. Me preguntaba cómo había ido mi día y luego jugábamos juntas. Éramos solo ella y yo. En esa época, iba al jardín en las mañanas, mientras mis hermanos mayores estaban en la escuela todo el día. Ese fue el último año en que mi mamá fue ama de casa. Mis padres se divorciaron, y ella tuvo que trabajar en dos empleos. Después de eso, ya no pudimos pasar tanto tiempo juntas. Cuando estábamos en casa, siempre estaban también mis cuatro hermanos. Atesoro esos recuerdos, los momentos en los que solo éramos mi mamá y yo. © Angela Leshuk / Quora

Bono: A veces los adultos logran desconcertar por completo a los niños.

  • En cuarto grado, estábamos dibujando un árbol de Navidad. Todos hacían triángulos, pero yo, hija de un artista, dibujé un árbol superrealista. Cuando se lo mostré a la maestra, me dijo: "Eso está mal. Mira cómo dibujan los demás niños". Y por si fuera poco, rayó toda mi hoja con un bolígrafo rojo. Entonces levanté las cejas y le dije: "¿Qué rayos?"

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