19 Personas cuentan las “verdades absolutas” que creían en la infancia

Historias
hace 2 años

¿Sabías que los truenos son el ruido de los ángeles jugando boliche? Puede que esta explicación no tenga sentido para ti ahora, pero seguro te hubiera encantado de niño. La mente de los niños es como un lienzo con un sinfín de posibilidades. La curiosidad e inocencia los hace creer en lo que dicen los adultos sin cuestionar qué tan descabellado suene. Por eso, algunos crecimos con pequeños engaños que, en muchos casos, nos hicieron la infancia más dulce.

¿Cuál fue la cosa más disparatada que creíste de niño? ¿Cómo te enteraste de la verdad?

  • Tenía tres años y, cuando me caía, mi abuelo me decía: “Ven para levantarte”. © Gladys Mejía
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  • Yo siempre pensé que toda la gente celebraba mi cumpleaños. Nací el 24 de diciembre, y como nos felicitaban en todos lados, yo pensaba eso, hasta que me di cuenta de que la gente ni se acordaba de mi cumpleaños, sino que era por la fecha. © Delf Belt / Facebook
  • A mí, mi mamá me decía que lavara los trastes, baños, que trapeara, etcétera, para que me crecieran las uñas y me las pudiera pintar. Obviamente, no me crecieron, pero sin duda me fomentó el hábito de la limpieza extrema y eso se lo agradezco siempre. © Claudia Salinas Giles / Facebook
  • Mi suegra dice que, cuando iba a dejar sus hijos a la escuela, les decía que ahí estaría esperándolos. Cuando salían, ella se aseguraba de estar antes que ellos. Cuando una de sus hijas ya era grande, le preguntó: “Mamá, ¿es cierto que te quedabas afuera de la escuela toda la mañana?”. © Norma Isela León / Facebook
  • Me decían que, cuando pasara un avión, le gritara fuerte que me trajera juguetes, y ahí estaba yo, grite y grite en el patio cada que pasaba uno. © Juan Carlos Cervantes / Facebook
  • Por muchos años creí que solo existía una emisora de radio, porque mi mamá no nos dejaba tocar la radio. Y de grande, no entendía en qué horario se escuchaba la música que cantaban mis compañeras. © Daniela Reyes Figueroa / Facebook
  • Mi conejo se murió en la noche y no me contaron. En la mañana, lo cambiaron por otro que no se parecía. Me di cuenta del cambio, pero pensé que mi conejo estaba creciendo. © Xaoibheann Badra / Facebook
  • Mi mamá me despertaba los fines de semana supertemprano y me decía que en la esquina me estaba esperando una amiguita para que fuéramos a comprar el atole, siempre llegaba a la esquina y nunca la encontraba, así que me iba sola a comprarlo. Después descubrí la verdad, mataba dos pájaros de un tiro, me levantaba temprano y me mandaba por el atole. © Emma Edith Agripino Almanza / Facebook
  • Cuando era niña y se me caía un diente, mi papá me decía que dijera: “Ratoncito, ratoncito, te doy mi diente viejo, para que me des uno nuevo”, y lo aventaba arriba en el techo. Si no lo hacía, no me saldría un diente nuevo, ahora lo pienso y me da ternura. © Marla Madrid / Facebook
  • Mi hija me dice que le encanta que en la escuela le den vacaciones los sábados y domingos. Tiene 7 años, pero un día, muy sorprendida, me dijo: “Oye, mami, ¿te has fijado que ningún sábado y ningún domingo he ido a la escuela?”, y le dije: “Sí, ¿por qué crees tú?”. Respondió: “No sé, pero qué bueno que siempre nos dan de vacaciones esos días”. © Edith Lopez / Facebook
  • Cuando mi hija no quería ir a la escuela, la hacía entender que era su responsabilidad y le decía: “Tienes que ir porque, si no vas la escuelita, te vas a ver fea”. Entonces, ella iba convencida de que era la belleza hecha niña. Me decía: “¡Ay, pues sí tengo que ir!”. © Vega Gaby / Facebook
  • Yo veía la Pantera Rosa los lunes y los viernes porque no entendía el anuncio de que se transmitía de lunes a viernes. © Diego RT / Facebook
  • Mi esposo les decía a mis hijos que cuando el carrito de helado sonaba las campanas era porque no llevaba helado. © Janeth J Quintero Delgado / Facebook
  • Yo hablaba demasiado cuando era niña. De tanto que hablaba, mareaba a la gente, hasta que mi mamá me dijo que la voz se me iba a terminar. Así que le bajé demasiado al volumen con el miedo de que mi voz se fuera a acabar, incluso si decía algo y no escuchaban y querían que repitiera, entonces ya no lo hacía o lo hacía a señas. Hasta que mi papá me dijo que eso era mentira y se les terminó su payasa. © Miriam Gil C / Facebook
  • En mi casa éramos 4 mujeres y 11 hombres. Mamá nos pedía ayuda para servir los alimentos y nosotras comíamos de pie junto con ella, nos decía que era para que nos engordaran los “chamorros”, es decir, las pantorrillas. En realidad, era porque no había suficientes lugares en la mesa. © María De Lourdes Serna Ramírez / Facebook

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