Los enfermos mentales son los últimos en darse cuenta
La gente contó sobre la primera vez en que se dieron cuenta de que estaban mentalmente enfermos
El mito más dañino sobre la salud mental es la creencia de que las personas con diversos trastornos no se dan cuenta de su condición y no pueden notar el problema que tienen. En realidad, eso solo es posible en la forma del trastorno psicótico, cuando la persona enferma tiene cambiada la imagen de la realidad. Si la enfermedad transcurre en cualquier otra forma, la persona mantiene el pensamiento crítico y es capaz de notar que algo va mal.
Genail.guru averiguó qué señales pueden hablar sobre problemas de salud mental a partir de las historias de las personas que contaron cuándo se dieron cuenta de que algo con ellas andaba mal. Y estas historias te ponen a pensar.
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Estuve deprimida durante varios meses y de repente empecé a sentirme mejor. Mucho mejor. Era simplemente increíble. Para celebrarlo, gasté en unos días 40 mil USD que no tenía en zapatos. Casi dejé de dormir. Un día, temprano en la mañana, me desperté obsesionada con la idea de que mis zapatos nuevos no eran perfectos.
A las 4:30 tomé el metro para ir a la oficina, donde había dejado las cajas, llevé todos mis zapatos desde allí a casa y comencé a acomodarlos primero según la altura del talón, y luego por el nombre del diseñador. Luego me distraje y fui a hornear cupcakes. Luego regresé a mis zapatos y comencé a anotar todas las deficiencias de cada par, para llevarlos al taller y arreglarlos.
Y luego, a las 7:30, se despertó mi novio, vio la “exhibición” de zapatos y el desayuno de cupcakes, y me dijo que tal vez debería ver a un médico. Lo terrible es que si él no hubiera sospechado que algo estaba mal, yo no hubiera visto nada extraño en mi comportamiento y habría ido a trabajar como si nada hubiese pasado. © Anonymous, trastorno bipolar
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En séptimo grado, estaba en un examen de estudios sociales cuando escuché que alguien me llamaba por mi nombre. Me volví hacia mi hermana y le pregunté si ella lo había oído. Ella respondió que no. En los siguientes años la situación empeoró, pero fue entonces cuando me di cuenta de que algo iba mal, de que algo malo estaba pasando. © Julia Yeckley, trastorno esquizoafectivo
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Todo comenzó con el hecho de que empecé a tener problemas con el reconocimiento de la realidad. Me preocupaban las cosas que me parecían reales, aunque solo existían en mis pensamientos. Pero lo que de verdad me asustó fue cuando me desperté por la mañana, bajé a darme una ducha y luego me desperté en mi cama: eran las 2 de la mañana, el despertador aún no había sonado. Esto sucedió dos veces seguidas. Había dejado de entender dónde estaba la realidad y dónde la ilusión. © weaselinMTL, trastorno esquizoafectivo
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Siempre supe que era diferente de otros niños. Pero recuerdo el momento en que comencé a tener manía. Tenía 6 o 7 años, leía en completa oscuridad y trataba de maniobrar el libro para que las palabras que leía cayeran en las estrechas tiras de luz que caían sobre la página a través de las persianas de mi ventana.
No sabía cómo explicarles a mis padres que mi cerebro estaba corriendo a una velocidad de 150 km por hora, que me preocupaban las facturas, la escuela, el crecimiento y la carrera, la cantidad de dinero que necesitaba ganar en una semana, un mes, un año para sobrevivir. Y todo eso a los 7 años. © Сhristina Lewis, trastorno bipolar
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El punto de inflexión fue mi primer ataque de rabia. Parpadeé y el mundo había cambiado. En mis manos había una larga mesa de acero, con la que intentaba matar a un colega. Afortunadamente, no había suficiente espacio en la oficina y el envión fue detenido por la pared. Luego traté de aplastar al chico, embistiéndolo con la mesa. Me agarraron otros dos compañeros, y solo entonces entré en razón y comencé a ser consciente de la realidad. © Doug Hilton, trastorno por estrés postraumático
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Cuando tenía 16 años, un psiquiatra ya me estaba tratando por depresión. Pero no era solo depresión. Tuve episodios de hipomanía (cuando crecí, ya tuve episodios maníacos completos). Una vez, en la escuela, no dormí en toda la noche trabajando en un proyecto de arte, y luego, salí corriendo sin camisa en medio de una reunión y pateé histéricamente una pared. Mi energía estaba fuera de control. Hablaba y hablaba y no podía parar.
Un poco más tarde, al haberme calmado, me encontré con una prueba psicológica de una compañía farmacéutica. Después de haberla completado, leí que tenía una sospecha de trastorno bipolar y necesitaba hablar con un médico. Mi psiquiatra confirmó el diagnóstico. © Paige Lauren
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Me di cuenta de que algo estaba mal cuando comencé a explicarle a mi amigo que estaba tomando “Adderall” (psicoestimulante, usado en el tratamiento del trastorno por déficit de atención, que causa un aumento de la actividad mental y de la concentración — comentario de Genial.guru) para no dormir por la noche porque me parecía que había algo en mi habitación. Recuerdo su rostro cuando dije que ese algo me empujaba cada vez que le daba la espalda. Y decidí buscar ayuda cuando una voz en mi cabeza me dijo que me cuidara del hombre con una cuerda detrás de mi espalda que quería colgarme. © astupidsquirrel, trastorno esquizoafectivo
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Me di cuenta de que tenía problemas cuando entendí que mi infancia no había sido del todo normal: que el amigo imaginario que podía controlar mi cuerpo no era un amigo imaginario normal. Todavía estoy tratando de encontrar un psiquiatra en mi país que nos dé el diagnóstico correcto, pero el último con el que hablamos estaba seguro de que había más de una personalidad en mi cabeza. © Celine Denca
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Cuando tenía aproximadamente 13 años, comencé a perder interés en las cosas que me gustaban. Mi mejor amigo notó que me veía seria y ya no me reía. En esa misma época comencé a sentir constantemente olor a humo, que nadie más sentía. Me hice una tomografía del cerebro, pero todo estaba bien. Cuando tenía 15 años, mi depresión se intensificó y una vez al día escuchaba una voz que me decía que me suicidara. Mi estado de ánimo cambiaba rápidamente y dormía poco.
A veces, cuando las personas escuchan sobre el trastorno bipolar, piensan en personas malvadas y violentas. Nunca he sido mala o peligrosa, nunca le grité a otras personas y no las culpé por mis problemas. Oculté mi estado de ánimo lo mejor que pude e hice todo lo posible por ser normal. Sabía que las alucinaciones (la voz y el olor) no eran normales, pero pensaba que nadie creería en lo que estaba experimentando. © Jennifer Belzile
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Mis piernas comenzaron a temblar, sollozaba y solo quería que todo se detuviera. Quería dormir y no quería existir. Mi madre intentó consolarme, pero yo no podía calmarme. Sentía que mi cuerpo ya no era mío, que no podía controlarlo. Las sacudidas iban y venían en oleadas, mi cuerpo temblaba como una casa durante un terremoto.
Este fue mi primer y, afortunadamente, el único ataque de pánico. Hacía mucho tiempo que quería explicarle a mi madre lo que estaba sucediendo en mi vida, por qué siempre estaba nerviosa e irritable. Pero estaba tan asustada, no sabía cómo reaccionaría ella, tenía miedo a la condena. Pensé que ella diría que estaba mintiendo, pero me escuchó con calma y prometió concertar una cita con el médico lo antes posible. © Marie Kuehler, ansiedad paroxística episódica, trastorno de pánico
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Durante el ataque de ansiedad causado por estar en un centro comercial lleno de gente, me volví a mi amigo y le dije con toda seriedad: “Si esta multitud no comienza a moverse, empezaré a arrojar a estas chicas exploradoras por la barandilla”. Estábamos en el segundo piso, debajo de nosotros había un patio de juegos. Lo sabia. No me importaba.
Solo pensaba en salir de allí, y las chicas eran un obstáculo. Y me parecía que lanzarlas por la barandilla era una forma conveniente de solucionar el problema. No me importaba que fueran adolescentes, que su caída podía lastimar e incluso matar a los niños que se encontraban abajo. Incluso cuando pensé en eso, antes de decirlo, sabía que era monstruoso. Sabía que era una idea loca de una mente enferma. Me odié a mí mismo, pero aún así lo dije. Entonces me di cuenta de que necesitaba ayuda. © Erik Johnson, depresión clínica, ansiedad
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Creo que me di cuenta del problema cuando me sorprendí pensando que quería ir a estrangular a mi esposo, que estaba respirando demasiado fuerte a tres habitaciones de distancia, solo para detener el sonido. Naturalmente, no lo hice, pero me di cuenta de que era hora de llamar a un médico. © Stacy Arguelles, trastorno bipolar
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Me levanté temprano, fui al gimnasio y estaba lista para un nuevo día. Hoy todo cambiará, ¡yo puedo cambiarlo todo! Y luego miré por la ventana. Sentí frío. No podía ir a trabajar. No podía salir de mi casa. Todo lo que podía hacer era llorar, tumbarme en la cama e intentar olvidarme de esas emociones durmiendo. Entonces me di cuenta de que estaba cayendo al fondo, que todo estaba fuera de control.
Solía tratar de negar lo que me estaba pasando, porque era una persona normal, y nadie sabía que estaba deprimida y tenía tendencia suicida. Trabajaba, entrenaba, tenía pasatiempos, pero nada de eso me salvaba del vacío opresivo que me estaba pisando los talones. Pero las cosas pequeñas se acumulaban día tras día: faltas al trabajo, negación a ir a eventos, más café y menos comida. © Brittney Nichole, depresión clínica
Me di cuenta de que estaba mal cuando noté que estaba persiguiendo a mi terapeuta. Durante nuestra cuarta sesión, le conté sobre mis problemas, a lo que dijo: “Muchas personas recurren a la religión en momentos así. ¿Pensaste en ir a una iglesia?”
Algo hizo clic en mí. Crecí en una familia católica y no había nada de ofensivo en sus palabras, pero sentí la ira creciendo dentro de mí: “¿Está tratando de imponerme sus creencias? Es tan miserable que necesita confirmación de que hay vida después de la muerte. Jajaja, ¡qué debilucho!”
Salí de la consulta y me dirigí a mi casa como si nada hubiera pasado, todavía temblando de ira. No dormí las siguientes dos noches, planeando mi venganza. Recuerdo la furia con la que intentaba obtener la mayor cantidad de información posible sobre él, mientras iba y venía por la habitación. De pronto, se me ocurrió una gran idea: lo seduciría.
Tenía 24 años en ese momento. Era joven, tenía buena figura, era una mujer atractiva. Lo seduciría, y él engañaría a su esposa. Destruirá a su familia ideal. De alguna manera logré conseguir su dirección. Salté a mi auto y me dirigí a su casa. Mi corazón latía de emoción. Era la mitad de la segunda noche: prácticamente no había dormido, pero mi mente era muy clara. Estaba en una “misión”.
No iba a hacer nada, solo quería verlo a él y a su familia, que tanto quería destruir. Estaba a un kilómetro de mi destino cuando mi obsesión comenzó a desvanecerse. Me tapó la somnolencia. Estaba cansada, hambrienta, débil. De repente, me sentí avergonzada de mí misma. Me volví a mi casa.
Después de eso, cancelé inmediatamente todas las citas que tenía programadas con el terapeuta. Pasé dos semanas en una terrible depresión de mi acto, y luego fui a ver a otro médico.
¿Moraleja de la historia? Busca ayuda antes de que tu manía haya ido demasiado lejos. © Anonymous, trastorno bipolar
¿Y tú crees que un paciente con “problemas” es capaz de detectar una enfermedad por sí mismo?
Comentarios
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Impresionante la historia del niño con trastorno bipolar
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