Vitalidad es su palabra de cabecera. 18 abuelitos que parecen haber encontrado la fórmula de la vida eterna

Por mucho que los padres se esfuercen en ser perfectos, los hijos siempre tendrán algo que contar a su terapeuta. Pensaba que había invertido toda mi alma en mi hija, pero ella creció y ahora me culpa de todos sus problemas.
Mi única hija, Irene, tiene 33 años y vive sola. Hace un año empezó a acudir a un psicoterapeuta, y ahí comenzó todo: “Mamá, ¿te acuerdas de cuando yo tenía 5 años y tú no me compraste una muñeca? Dijiste que no había dinero y luego trajiste a casa un tarro de caviar rojo. Y desde entonces lo odio”. O bien: “Siempre quise ser bailarina, pero tú me metiste en una clase de danza folclórica. Nunca me hiciste caso”.
Ahora mi hija tiene un montón de quejas, grandes y pequeñas. Es culpa mía que ella haya crecido sin padre, y ahora no puede construir relaciones familiares normales. La obligué a ayudar en las tareas domésticas, y eso fue perjudicial, porque ahora todo el mundo se aprovecha de su amabilidad. La llevé a las clases equivocadas, no íbamos a sitios bonitos en vacaciones, le hacía pocos cumplidos... en fin, no fui una buena madre.
Al principio, le pedía disculpas por haberme comportado de forma inapropiada. No tengo formación en psicología infantil. Pero luego me cansé de disculparme por no estar a la altura de su imagen de buena madre. En realidad, no me esforcé por alcanzar el ideal, sino que me enfrenté a la situación lo mejor que pude: nunca tuve ayuda de los abuelos ni de un esposo que me ayudara a criar a mi hija. Y, por cierto, ni siquiera tenía pañales desechables ni lavadora.
Sí, Irene fue pronto al kínder (con 14 meses), pero yo estaba cerca: trabajaba allí de limpiadora para conseguirle la plaza y por las tardes hacía labores de costura por encargo. No me llevaba bien con su padre, es cierto. Tenía 20 años, no tenía experiencia de la vida. Por otra parte, ¿qué podía hacer cuando vino y me dijo que amaba a otra, y después del divorcio se mudó con su nueva novia a 4 000 kilómetros de distancia?
Quería que mi hija creciera en una familia completa. Sin embargo, cuando, unos tres o cuatro años después del divorcio, traje a un hombre para presentárselo, Irene se agarró a mi pierna y gritó: “¡Vete, hombre, vete! Es MI madre”, y luego agarró sus zapatos y los tiró al inodoro. Tuvo un berrinche, ¡fue horrible! Decidí no traumatizar a mi hija con un nuevo “papi”. Cuando Irene tenía 12 años, volví a intentar una nueva relación. El hombre era muy amable conmigo, pero mi hija se mostraba hostil hacia él. Me dijo: “Si traes a alguien a casa, yo me voy”. Yo tenía miedo de que lo hiciera, así que nunca traje a nadie.
Irene recuerda bien la muñeca: "Realmente no se la compré. Era una época en la que apenas llegábamos a fin de mes, y mi trabajo como costurera era lo único que nos salvaba. Pero la mayoría de las veces, los clientes no pagaban con dinero, sino que solían darme huevos, leche, etc. Una vez, una clienta me dio un tarro de caviar por tres vestidos. No dormí en una semana por culpa de ese caviar, cosiendo y cosiendo.
¿Creen que fue por el lujo de comer caviar? No. Fue porque mi hija se estaba poniendo enferma y el médico me recomendó darle caviar rojo para reforzar su hemoglobina y sus defensas. Recuerdo que le preparé un bocadillo, pero mi hija lo escupió. Yo también quería al menos probarlo, pero todo lo mejor era para ella. Solo pude lamer la cuchara: ¡estaba delicioso!
En cuanto a ballet, nunca lo tuve en consideración porque no había escuela de ballet en nuestro pueblo. Sin embargo, había un grupo de danza folclórica en la Casa de la Cutura, y no estaba nada mal: Irene viajó a todos los pueblos de la región con este grupo e incluso actuó en un festival en la capital. Y sí solo fuimos una vez de vacaciones, a la playa, y fue la primera vez que yo misma vi el mar. En general, todas las afirmaciones de mi hija son ciertas, pero hay un “pero”.
Hice todo lo posible para que la vida de Irene fuera más feliz que la mía. Crecí en el campo, sin tiempo libre ni vacaciones en la playa: tenía un corral lleno de ganado que había que cuidar y tres hermanos pequeños. Soñaba con ser maestra, pero no logré ingresar en la universidad, así que hice cursos de costura. Pagué los estudios de Irene para que fuera abogada y no ha ejercido su especialidad ni un solo día. Sigue intentando encontrarse a sí misma: ha sido secretaria, agente de ventas, administradora de un salón de belleza... ¿También hice algo mal en la infancia de mi hija para que siga sin poder elegir una profesión? No lo sé.
Creo que el principal defecto que tuve con mi hija era quererla demasiado. Siempre ha sido “la luz de mis ojos” y “mi reina”. Sin embargo, probablemente debería haber pensado más en mí y haber organizado mi vida personal, a pesar de sus celos. Una niña no debería haber decidido estas cosas. Quizá con un padrastro, hermanos o hermanas, Irene habría crecido más feliz y con menos reivindicaciones hacia la vida y hacia mí. O, quizá, hubiera sido al revés.
Aunque, sí ahora hay mucha gente como ella. Adultos, pero todos hurgándose en las heridas de su infancia, buscando traumas y culpando a papá y mamá de todos sus problemas. Ya va siendo hora de que dejen de mirar atrás y de buscar culpables en su infancia; tienen que seguir adelante y construir algo por su cuenta. Pero no, hacer algo por tu cuenta da miedo, y quejarte a tu terapeuta de que tus padres no te querían... eso ya es otra cosa. Y hay millones de historias de ese tipo:
Solo tengo 50 años y pico. He montado un pequeño taller de costura propio y tengo una buena clientela. No estoy dispuesta a lamentarme el resto de mi vida porque no pude hacer a mi hija feliz, porque no tuvimos un departamento en el centro ni un buen coche, porque estudió en una universidad normal y corriente y no en Cambridge, o porque solo viajamos a un destino sencillo cuando era niña, y no a Bali o a Europa. Creo que lo hice lo mejor que pude, y ahora que intente hacer algo por sí misma: 33 años es una edad estupenda para ello.
Muchas personas adultas aún recuerdan las ofensas que sufrieron en su infancia tan vívidamente como si hubieran ocurrido ayer. Por supuesto, a veces los adultos no fueron muy amables con nosotros en nuestros años más tempranos, pero probablemente eso no fue lo único que causó todos los problemas y fracasos en la vida de una persona.