Por qué huelen tan bien la lluvia y la tierra mojada

Curiosidades
hace 3 años

Todo huele. Día a día, estamos en contacto con cientos de aromas; algunos nos gustan más que otros, y esto es algo subjetivo. Sin embargo, hay ciertos olores que casi indiscutiblemente a todos nos causan placer. ¿Alguien puede negar que tiene una sensación agradable ante el olor a lluvia, a tierra mojada? ¿Qué es lo que provoca esa especie de alivio que experimentamos cuando las gotas de lluvia comienzan a caer y todo se vuelve fresco y húmedo?

Genial.guru quiso saber más sobre este aroma. ¿Qué es exactamente?, ¿por qué huele tan bien? Lo que encontramos realmente nos sorprendió y nos ayudó a comprender, más bien a recordar, que en la naturaleza siempre hay un porqué.

Olemos con la cabeza

Quienes saben aseguran que el olfato, el cerebro y la memoria están entrelazados. A todos nos debe haber ocurrido alguna vez: caminamos por la calle y un aroma nos invade. Sin pensarlo ni razonarlo un poco, nos vienen a la mente escenas de nuestra infancia. El perfume a veces es indefinido; olor a verano, por ejemplo, o más preciso: aroma a tilo, a café, a tierra mojada.

Científicos y neurólogos que investigan esta relación nos aclaran de qué se trata este recuerdo imprevisto. Aunque parezca magia, no lo es: hay una relación natural y, como tal, tiene una explicación científica: es la anatomía del cerebro lo que mantiene ligados al olfato, la memoria, el estado de ánimo y las emociones.

En la percepción del olor está involucrado el bulbo olfatorio, una estructura neural ubicada en la parte frontal del cerebro, que es considerada primitiva, ya que se piensa que estaba presente en el cerebro de los primeros mamíferos.

Aroma a lluvia y a tierra mojada, ¿por qué huelen tan bien?

Seguramente a todos nos habrá ocurrido más de una vez. Luego de varios días de calor extremo, llegan las esperadas nubes; el cielo se oscurece, viene la lluvia y con ella el olor a tierra mojada, a piedra húmeda, a pasto. Difícil no sentirse a gusto cuando nos envuelve este aroma fresco y dulce. Nos invade entonces una serie de sentimientos positivos asociados con este momento de alivio.

Si conectamos esta sensación con la función principal que se le atribuye al olfato —la de detectar elementos que el cuerpo necesita para subsistir y distinguirlos de aquellos que pueden resultar perjudiciales—, toma sentido la teoría que sostienen algunos científicos. Según ella, nuestros antepasados establecieron una fuerte conexión positiva con el olor de la lluvia porque indicaba el fin de la temporada de sequía, lo que aumentaba las probabilidades de supervivencia.

Es que la lluvia hace renacer las plantas, estimula la cosecha y, por lo tanto, la producción de comida. Es ni más ni menos que sinónimo de vida.

Petricor, la palabra mágica

Ese aroma único que sentimos tiene un nombre, también único: “petricor”. En 1964, dos geólogos australianos crearon este término para definir un fenómeno recién descubierto por ellos: durante los períodos secos, las plantas exudan un aceite aromático que es absorbido por la superficie de las rocas y los suelos secos y es liberado al aire cuando entra en contacto con el agua. Por eso, cuanto más tiempo de sequía haya, más aceite se acumula y más fuerte es el aroma cuando la lluvia al fin llega.

Pero este aceite perfumado no se produce porque sí, por supuesto. Ambos investigadores observaron que inhibe la germinación de las semillas, y entonces concluyeron que las plantas podrían generarlo para evitar su crecimiento en períodos de sequía, donde posiblemente les costaría más sobrevivir. Pero el aceite aromático es solo uno de los compuestos que generan este especial aroma. Hay más.

Bacterias perfumadas

Para que se genere este aroma tan particular, estos aceites que hay en el aire se combinan con otra sustancia, la geosmina (otra palabra difícil). Se trata de una sustancia generada por un grupo de bacterias y algunos hongos que habitan en el suelo, y que es perceptible cuando la tierra se humedece. Estos organismos secretan el compuesto al producir esporas. Luego, la fuerza de la lluvia que cae sobre el suelo envía estas esporas al aire, que transporta el aroma hacia nuestra nariz.

Los estudios han revelado que nuestro olfato es extremadamente sensible a la geosmina; algunas personas pueden detectarla en concentraciones verdaderamente muy bajas. Esto explica por qué podemos sentir el aroma cuando aún no llueve donde estamos, pero sí en zonas cercanas. Si el viento es lo suficientemente fuerte, puede transportar este perfume hasta donde todavía no ha llegado el agua.

La producción de geosmina por parte de este grupo de bacterias también tiene un fin relacionado con la conservación de la vida. Un estudio ha demostrado que el aroma guía a los colémbolos, animales diminutos, cercanos en apariencia a los insectos, hacia la bacteria responsable del aroma. Ellos persiguen el rastro de este perfume porque saben que allí está ni más ni menos que su alimento. Ahora, ¿por qué harían esto las bacterias? ¿Por qué querrían ser comidas por un animal y además ayudarlo a encontrarlas, guiarlo hacia ellas?

Todo tiene un fin, hasta para los microorganismos: ellos a cambio de un mordisco se aseguran la expansión. Sí. Los colémbolos, luego de comer, se llevan con ellos las esporas bacterianas y así esta colonia se asegura la conquista de nuevos hábitats.

Las plantas exudan aceites aromáticos para proteger la vida de sus semillas; las bacterias secretan geosmina para asegurar su reproducción; nosotros olfateamos la tierra mojada y en alguna parte recordamos que esto es una señal clara de supervivencia. Confirmado: en la naturaleza, todo tiene un porqué.

¿Tienes algún otro dato que no te hayamos contado aquí sobre el aroma a tierra mojada? ¿Conoces la explicación de otros aromas que también nos resultan agradables?

Comentarios

Recibir notificaciones

Lecturas relacionadas