Un texto sobre la importancia de disfrutar la vida con todo lo que uno tiene en el momento

Psicología
hace 1 año

Todos tendemos a dejar la vida en “pausa”. Tenemos ropa bonita para una ocasión especial que no nos ponemos porque la ocasión nunca llega. Nos permitimos relajarnos solo después de acontecimientos importantes (“terminaré las reparaciones y respiraré tranquilo”). Y así hasta el infinito. Hoy publicamos una historia sobre cómo no dejar la vida en suspenso. Esperamos que este texto te inspire a vivir el aquí y el ahora, y que el final del artículo aumente tu fe en los milagros.

¿Dejas lo mejor para más tarde? ¿O sabes celebrar cada día y encontrar la felicidad en las pequeñas cosas?

¿Recuerdas ese precioso juego de té de tu madre o de tu abuela? Siempre estaba detrás de un vidrio, bonito e inaccesible, y estaba prohibido beber té de él todos los días: “¡Es para usar en una fiesta!”, “Cuando vengan los invitados, lo sacaremos de la vitrina”. Tomar una taza hermosa de porcelana sofisticada y simplemente verter el té en ella... ¡jamás! Mejor ve a buscar una taza común.

También recordarás que la vajilla fina solo se usaba unas pocas veces al año (en el mejor de los casos). Por supuesto, solo para ocasiones “especiales”: el cumpleaños de alguien, Nochevieja, el 8 de marzo (si llegaban invitados). Y en aquella época, cuando éramos niños, no entendíamos por qué nunca podíamos beber el té en esas hermosas tazas sin esperar esos acontecimientos.

Por supuesto, todos hicimos una promesa en ese entonces: “Cuando sea mayor, celebraré todos los días, jamás tendré la vajilla guardada para las fiestas, sino que la usaré cuando quiera”.

Cuando crecí, me pregunté si había cumplido la promesa que me hice de niña: organizar una fiesta todos los días sin esperar los días festivos. Resulta que no. Sigo el mismo “principio de la vajilla para ocasiones especiales”, postergando las cosas más bonitas y placenteras para algunos acontecimientos importantes, y recurriendo a las más ordinarias para todos los días. ¿Y cuántas de estas “postergaciones” hay en mi vida actual?

¿Qué tipo de café tomo por la mañana? Es instantáneo, sin complicaciones, porque nunca tengo tiempo ni ganas para un café molido natural. Y tengo una taza con el asa astillada, pero me da pena tirarla. Por las mañanas solo quiero volver a la cama, no quiero ir arrastrándome al trabajo y mucho menos contemplar alguna taza bonita. ¿Qué diferencia marca el lugar donde vertemos ese café instantáneo acuoso?

Pero bueno, supongo que haré la prueba. Supongo que, en parte, eso se debe a la sensación de culpa por no haberlo intentado nunca. Compré una taza grande y hermosa con un estampado invernal navideño, y también un caro molinillo arábico. Por la mañana me preparé un café en una cafetera turca, como debe ser, y en un arrebato de inspiración incluso le puse una pizca de canela. Por primera vez, la húmeda mañana de invierno no parecía tan asquerosa.

Hablemos de la ropa de casa. Mi atuendo era una camiseta desteñida que debería haber jubilado hace unos cinco años, unos pantalones que me llegaban hasta las rodillas y unos calcetines de Mickey Mouse que creo que tengo desde el instituto.

Siempre me daba igual: era cómodo, y nadie podía verlo. Entonces me pregunté: “¿Cuánto tiempo más?”. Así que pedí los pijamas más bonitos que pude encontrar. Resultaron ser tan cómodos como el viejo pantalón, solo que además me quedaban espectaculares.

Estaba sentada, vestida con mi pijama precioso y sonriendo de oreja a oreja. Incluso deshice mi perpetuo rodete en la cabeza, me peiné y me maquillé las pestañas, porque la última vez que vi una máscara de pestañas fue en una fiesta de la oficina. Mi madre me observó durante todo el día, y luego soltó: “¿Por qué estás tan arreglada? ¿Esperas invitados?”. Me limité a sonreír: que piense lo que quiera.

Entonces me di cuenta de repente de que mi “síndrome de dejar todas las cosas placenteras para el día de mañana” no solo se aplica a los objetos, sino también a las personas. Por ejemplo, soy amiga de Emma desde la infancia, y suelo hacer la vista gorda ante sus dañinas actitudes. ¡No importa si una vez en la escuela difundió chismes sobre mí! Cometió un error. No es para tanto. No importa que cuando viene a visitarme, sonriendo condescendientemente, como en broma dice: “Ah, bueno, siempre fuiste bastante mala anfitriona. Mira ese polvo acumulado por todos lados”. Aunque suelo limpiar las estanterías antes de la llegada de los invitados. Sí, me pidió prestado mucho dinero hace tres años y aún no he podido recuperarlo. Está bien, la amistad es más importante que el dinero, ¿no?

Entonces fue como si se me encendiera un foco en la cabeza. No me permito buscar conocidos nuevos y agradables, conocer gente que me haga feliz. He estado en contacto con Emma durante 100 años y... estoy acostumbrada, está bien, ¿para qué cambiar algo, para qué esforzarme? Pero algo hizo clic en mi mente. Y cuando Emma volvió a llamar para pedirme que la visitara, le dije que no.

Así que un sábado por la mañana me serví el café en mi nueva taza y decidí organizar mi armario y guardar algunas prendas. Vi un vestido de noche en el perchero; la última vez que me lo puse fue hace cuatro años, para la boda de Emma. Desde entonces, ha estado acumulando polvo en el armario: no hubo otra ocasión para él.

Pensé en probármelo, al menos para lucirlo en casa. Mientras daba vueltas frente al espejo, sonó el timbre. Era insistente, como si hubiera vuelto a inundar al vecino de abajo. Corrí hacia la puerta tal como estaba: con este vestido, descalza, con una taza en la mano. Abrí y allí estaba un joven, algo sonrojado, que acababa de llegar de la calle.

—¡Por fin, Inés! ¡Pensé que estabas dormida!
Mientras hablaba me observaba de arriba abajo. Y, como ya habrás comprendido, no soy Inés en absoluto. Y de repente sonrió ampliamente:
—Oh, señorita, debo estar en la puerta equivocada. Iba de camino a la fiesta de inauguración de la casa de un amigo mío, pero olvidé el número del piso por el camino. Soy Mateo. —Y me tendió la mano—. Mira, tu taza se parece a mi suéter.

Miré, y era verdad, llevaba un suéter que se asomaba bajo la chaqueta, y el dibujo era exactamente igual al de mi taza. Nos reímos como niños.

En fin, Mateo y yo vamos a la pista de hielo en un par de días. Simplemente sucedió. Hacía tiempo que quería ir a una pista de hielo, pero no tenía tiempo ni nadie con quien ir. Entonces apareció de la nada un chico con un suéter raro, intercambiamos números y al día siguiente me llamó. Lo invité a patinar sobre hielo. Así nomás, sin vueltas. Por ninguna razón en concreto.

Al final, no hay nada de malo en que a veces tomes el destino en tus propias manos y saques un hermoso juego de vajilla de porcelana de la vitrina. Al fin y al cabo, ese día “especial” es hoy. Y mañana. Y siempre.

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