Una psicóloga con 20 años de experiencia recomienda que se descarten estas frases si se quieren criar niños felices
“Todos los problemas derivan de la infancia”: esta frase se ha convertido desde hace mucho en un cliché. Sin embargo, rara es la ocasión en que los padres se detienen a pensar en que son ellos mismos los que les crean dificultades a sus hijos. Los papás afectuosos y mamás amorosas pronuncian repetidamente frases “inocuas” que albergan consecuencias de largo alcance. Mi nombre es Natalia Barabash, soy pedagoga y psicóloga en ejercicio. Llevo casi 20 años trabajando con niños y sus padres, y he logrado componer mi propia “colección” de afirmaciones nocivas.
Especialmente para los lectores de Genial.guru, quiero enumerar algunas frases que es mejor excluir para siempre a la hora de comunicarse con los hijos. Estas son afirmaciones que pronunciamos de manera automática ya que conforman estereotipos de comportamiento adulto, pero suponen un claro obstáculo para alcanzar la felicidad.
“¡Eres mi gordito / a!”
Ademas de “gordito”, puedes ser “regordete, bolita, bollito, espagueti, esqueleto” y similares. Son apodos que suelen decirse con ternura y, por lo tanto, se consideran repletos de “amor” e incapaces de causar daño.
El énfasis constante en las particularidades fisiológicas de un niño hace que su mente se fije en esos rasgos, creando artificialmente un “punto de enfoque” del que no es fácil deshacerse. No se sabe qué puede provocar tal fijación en el aspecto físico, pero esto puede desencadenar tanto obesidad, bulimia, anorexia, como un amor fanático por los deportes. A pesar de eso, una persona siempre recordará que sus padres lo llamaron “bolita” toda la vida, y es poco probable que esto le provoque recuerdos agradables.
“Pero si eres una niña / niño”
No se trata de la autodeterminación de género, sino que esta afirmación, por regla general, va acompañada de un “remolque”: “¡Siéntate bien que eres una niña!”, “No llores, ¡eres un hombretón!”, y similares. Pero detente a pensar un momento... ¿Realmente es necesario vincular de este modo el comportamiento con el género?
Así resulta que, si te gusta sentarte subiendo los pies en el respaldo de una silla, entonces... ¿ya dejas de ser una niña? Y si algo te duele tanto que las lágrimas caen por inercia, ¿ya no eres un varón? Estas discrepancias entre la autopercepción y la actitud de los padres generan un conflicto interno. Y, como resultado, obtenemos a un adulto que se esfuerza por “corresponder” a su sexo, o tal vez por rebelarse intentando impactar a los demás, enfatizando de manera visual y deliberadamente su independencia de género.
“Es normal, si es un niño / niña”
El sistema de dobles estándares en la educación se refiere no solo a las limitaciones, sino también a la permisibilidad a la hora de hacer algo. Así, con los varones, con mucha frecuencia se hace la vista gorda por ser rudos, imprecisos e incluso “vándalos”, mientras que, con las mujeres, todos tienen que ceder y se les permite ser caprichosas. Y entonces aparece un nuevo vínculo basado en el “comportamiento-género”.
Al llegar a ser adultos, los niños no olvidan los estereotipos de la infancia, sino que los transforman ligeramente. Y un joven al que de pequeño se le permitió romper un juguete porque sentía furia, bajo la premisa de que “es un niño”, cree que puede pegar a otra persona al estar enojado porque “es un hombre”. Mientras que una niña que en su infancia lo conseguía todo con lágrimas y gritos, recurrirá a esa táctica una vez alcanzada la edad adulta. ¿Para qué renunciar a algo si funciona?
“Si sacas malas notas, te irá muy mal en la vida”
Al informar al niño sobre los beneficios de la educación en esos términos, sustituimos las prioridades, centrándonos no en el autodesarrollo, sino en las buenas calificaciones. Nota la diferencia.
Además de esforzarse por obtener las mejores notas en la escuela poniendo en ello todos los medios, este estereotipo afecta a toda la vida posterior de la persona, haciéndola muy dependiente de los juicios de valor emitidos por terceros. Y, como resultado, el riesgo de obtener a un adulto que no tenga su propia opinión sobre su vida misma, gustos e intereses, se antoja enormemente elevado.
“¿Por qué le pegaste?”
O al revés: “¿Por qué te golpeó?”. Es, por supuesto, muy importante entender un conflicto infantil (para ser más precisos, ayudar a los niños a hacerlo). Pero básicamente, al recurrir a esta fórmula de pregunta, se sostiene intrínsecamente que la violencia física puede ser justificada. Es decir, dime el motivo del problema y yo decido si procede o no. Y el castigo para el ofensor, al mismo tiempo, llegará solo en caso de que no hubiera “motivo” (porque si el golpe era merecido, entonces, ¿por qué hay que castigarlo?). Resulta que, analizado así, quien agredió hizo bien.
El estereotipo de la violencia posiblemente merecida crea en el niño a una futura víctima o agresor. Por cierto, una cosa no excluye a la otra: siendo víctima en una relación, la persona puede asumir el rol de agresor en otras. Ambos papeles son igualmente tóxicos, tanto para él como para aquellos que giran a su alrededor.
“Pero eres inteligente”
Cualquier alabanza que comienza con “pero” es muy peligrosa. Sí, transmites al niño cuáles son sus puntos fuertes, pero al mismo tiempo estás enfatizando aquello de lo que carece (y admítelo, realmente no crees que pueda tenerlo alguna vez).
La persona adulta cuyos padres durante su infancia lo apoyaron con “peros”, es fácil de reconocer por una demostración dolorosa de esa misma característica. Los inteligentes que corrigen a todo el mundo, las bellezas a las que cualquier arruga les resulta más terrible que la soledad, los hombres fuertes que, en cualquier discusión, se basan en el “Yo puedo hacer papilla a cualquiera de ustedes”, y muchos otros ejemplos de este tipo. Estas personas, a menudo, irritan con su exceso de autoconfianza, pero en realidad tan solo ocultan detrás de esta aquello con lo que sufrieron un bloqueo, basándose en la opinión de sus padres.
“Lo principal para una chica es casarse exitosamente”
Esta es casi la misma historia del “pero”, solo que todavía peor. Después de todo, un enfoque positivo no se centra en un rasgo de la personalidad, sino en la otra persona. A la vez, la misma chica no tiene valor alguno, y no tiene necesidad de desarrollar en sí misma aquellas habilidades que no sirven para atraer y retener a un esposo “exitoso”.
Formando esos valores en una menor, se crea a una mujer que relacionará su éxito exclusivamente con el matrimonio. Sí, lo más probable es que su esposo sea exactamente lo que imaginas como marido “afortunado”. Pero por miedo a perder su tesoro encontrado, esta mujer tolerará de él incluso lo que no debe ser jamás perdonado. ¿Estás seguro de que eso es exactamente lo que quieres para tu hija?
“Lo principal al criar a un varón es la dureza”
Para empezar, los niños de ambos sexos necesitan amor, afecto y comprensión en su crianza. Solo en una situación de una completa aceptación, una persona puede desarrollarse con calma y sin ansiedad. Y, además, muchos padres, en su deseo de proporcionar a su hijo una educación “masculina”, no perciben cómo la dureza acaba convirtiéndose en crueldad.
Por supuesto, esta actitud afecta fuertemente al carácter. La rudeza y la insensibilidad por parte de los seres más cercanos acaban siendo una norma de la vida. Y cuando un niño que ha recibido esta educación crece, no tiene de dónde aprender la ternura y el afecto por sus seres queridos; por lo que no sabe cómo mostrar tales emociones. Uno puede llamar a esto un “carácter duro”, pero más bien guarda relación con una discapacidad derivada de la amputación de emociones sanas.
En resumen...
Es imposible enumerar todas las expresiones de los padres que socavan la mente del niño: hemos empezado esta lista y ahora tú debes continuarla por tu cuenta. Como puedes ver, en la mayoría de los casos, el efecto negativo de una u otra frase tóxica es fácil de prever: solo necesitarás la capacidad de pensar con lógica y el deseo de criar a tu hijo sano y feliz.
Un consejo: comienza con aquellas frases que provienen del modelo educativo de tus propios padres. Analiza qué mensajes llevan en sí mismos y si el niño pequeño es capaz de comprender correctamente ese significado. Recuerda cómo te sentías tú cuando oías estas palabras durante tu infancia, y toma la decisión de si quieres que sigan vivas en tus relaciones con tus hijos.
Cuéntanos en los comentarios de qué patrones en tu modo de hablar has decidido deshacerte en primer lugar, y cuáles has considerado seguros o beneficiosos. O. tal vez, desde hace mucho ya estás luchando contra los estereotipos en la crianza, por lo que estamos interesados en conocer tu experiencia. ¿Ha sido fácil para ti?