10 Sugerencias que pueden ayudar a reforzar la relación entre hijos adultos y padres mayores

Psicología
hace 2 años

Ni nosotros somos los mismos que éramos hace 20 años, ni nuestros padres son los mismos que eran cuando nosotros éramos adolescentes. Como dice el refrán, “los años no vienen solos”, traen consigo una gran cantidad de cambios, de los cuales en ninguna etapa de la vida nos podemos librar. Tanto para quienes están entrando en la tercera edad como para sus familiares, adaptarse a esos cambios puede no ser tarea fácil, pero con paciencia y amor, las relaciones no tienen por qué verse perjudicadas por ello.

Hoy en Genial.guru te traemos una lista de consejos al respecto, porque si sabemos a qué nos enfrentamos y cómo manejarlo, todo puede ser más sencillo.

1. Tratarlos como lo que son, adultos

Puede que ya no sean los de antes, que su movilidad y sus capacidades motrices se hayan reducido, o incluso que no puedan pensar con claridad, pero no por ello dejan de ser adultos. Muchos problemas en las relaciones entre los padres de edad avanzada y sus hijos comienzan a raíz de este intercambio de roles, en el cual los hijos quieren actuar como padres de sus padres.

Las órdenes, las reprimendas, los “sermones”, aunque se den con la mejor intención y siempre por su bienestar, no son recomendables. Nuestros padres son adultos, y merecen ser tratados como tales. Darles un trato infantil puede resultar muy molesto para ellos, puede hacerlos sentir disgustados y a largo plazo ponerlos en nuestra contra.

2. Valorar la importancia real de cada situación

Antes de emprender una batalla campal con ellos, hay que analizar si la situación realmente lo amerita, y qué consecuencias o riesgos hay, tanto para ellos como para los demás. No merece la pena discutir por cuestiones banales.

Un buen ejemplo de esto son esas pequeñas manías o costumbres que las personas mayores tienden a desarrollar y que a veces consiguen ponernos de los nervios. Quieren hacer determinadas cosas solamente a su manera, como llevan años haciéndolas; comprar solo en algunos negocios, consumir ciertas marcas, ver ciertos programas televisivos, salir a pasear a una hora exacta y a un solo sitio, y rechazan cualquier opinión o sugerencia de cambio.

También suele ocurrir que los que nos “encaprichamos” somos nosotros; consideramos que sería bueno para nuestros padres mayores si dejaran alguna conducta de lado o abandonaran cierta actividad. Tenemos que tener en cuenta, sin embargo, si las consecuencias de lo que nosotros les reprochamos resultan perjudiciales para ellos o para alguien. Si no lo son, pues quizás lo mejor sea dejarlos hacer las cosas a su manera.

3. Abandonar el deseo propio y las expectativas

Queremos lo mejor para ellos, eso está claro, y cuando les proponemos un cambio o un nuevo plan, lo hacemos convencidos de que obtendrán grandes beneficios. Sin embargo, muchas veces, sin ser conscientes, actuamos de forma egoísta, mirando por su bienestar, sí, pero también por nuestra comodidad personal.

Luego, cuando ellos rechazan esos cambios que nosotros queremos introducir, a pesar de que les hayamos explicado cuán buenos serían para ellos, empiezan los problemas. Por eso es tan importante tener en cuenta sus deseos, e intentar en la medida de lo posible respetarlos y adaptarnos a ellos, más allá de que nos resulte un poco más incómodo o difícil a nivel personal.

4. Tratar de entenderlos y de ponerse en su lugar

La escucha activa es de vital importancia con las personas mayores: nos ayudará a entender lo que desean y por qué es tan importante para ellos. Se trata de oír lo que nos quieren decir con atención y paciencia, sin interrupciones ni distracciones, sin elaborar juicios y prestando atención no solo al contenido verbal, sino también al lenguaje corporal.

Así podremos entender cuál es el trasfondo real de cada situación, como por ejemplo, que una anciana que se niega a ir al médico lo hace porque tiene miedo de que le den malas noticias acerca de su salud. Ese miedo, el origen real del conflicto, es en lo que habrá que trabajar, en lugar de simplemente pelear con ella y obligarla a ir al médico a disgusto.

5. Ante la negación, plantearles preguntas

Volvemos a recalcar que estamos hablando con adultos: darles órdenes sin más no funcionará con ellos; en su lugar, podemos intentar hacerlos entrar en razón planteando preguntas abiertas que inviten a la reflexión. En algunos casos, puede que haya enfermedades mentales u otros factores que nos hagan dudar de su capacidad para comprender ciertas cosas o de reflexionar por sí mismos, pero aun así vale la pena intentarlo.

Las preguntas abiertas son aquellas que invitan al cuestionado a hablar sin condicionar su respuesta. Por ejemplo, “¿quieres comer?” es una pregunta cerrada, solo da opción a responder “sí” o “no”. Otro ejemplo de pregunta cerrada podría ser “¿para cenar prefieres pollopescado?”. Nuevamente, la respuesta presenta solo dos posibilidades: “pollo” o “pescado”.

Sin embargo, “¿qué te gustaría cenar hoy?” nos abre todo un abanico de posibles respuestas. Esa es una pregunta abierta, el tipo de preguntas que debemos hacer para que la otra persona pueda reflexionar al respecto y responder con libertad.

6. Darles opciones o intentar negociar con ellos

Es posible que, a pesar de todos los esfuerzos, no seamos capaces de hacerlos cambiar de parecer; y no podemos obligarlos, tienen derecho a tomar sus propias decisiones, aunque consideremos que no sean las más adecuadas. En última instancia, podemos intentar adaptar las soluciones a sus deseos o negociar con ellos.

Por ejemplo, si creemos que estarían mejor en un centro de cuidado para la tercera edad, pero se niegan, se les pueden dar alternativas que ayuden a cultivar la confianza mutua y el espíritu de cooperación: ayuda domiciliaria, una estancia parcial, un centro de día, un pequeño periodo de prueba.

Debemos recordar que todos tenemos miedo a los cambios; lo desconocido puede provocarnos ansiedad y rechazo, y más aún con toda una vida a nuestras espaldas de experiencias, libertad de decisión plena, rutinas y manías personales.

7. Informar de las posibles consecuencias

Es importante que sepan siempre cuáles pueden ser las consecuencias de sus decisiones. Muchas veces ellos se ven capaces de hacer algo, pero no se dan cuenta de que pueden terminar perjudicando a terceros. Hacerles ver esa otra cara de la moneda, centrándose en los riesgos para los demás, puede ser la clave para hacerlos cambiar de parecer.

Un buen ejemplo de esto es conducir; disponer de un vehículo para poder ir y venir a su antojo es sinónimo de libertad, y muchas personas mayores se resisten a dejar de hacerlo, aun cuando así se les haya recomendado. Ellos consideran que ven lo suficiente y que sus reflejos responden como cuando tenían 20 años, pero nosotros sabemos que no es así.

Tienen que tomar conciencia de que su decisión está siendo poco objetiva o egoísta, y saber que insistir al respecto puede tener repercusiones, ya no solo para ellos, sino también para otras personas que nada tienen que ver con el asunto.

8. Pedir ayuda si es necesario

Cuidar de una persona mayor es una gran responsabilidad y puede ser realmente agotador, tanto a nivel físico como a nivel mental. Lo ideal sería que toda la familia tomara partido en ello. También contar con el apoyo de los familiares a la hora de tomar decisiones importantes puede ser de gran ayuda.

Muchas veces nos cuesta aceptar lo que determinada persona nos dice, quizás por la manera en que se expresa, las palabras que escoge, el tono de voz que usa o la energía que proyecta con su mensaje. Luego aparece otra persona que en líneas generales nos dice lo mismo, pero de otra manera, y nos termina convenciendo. Pueden ser otros hijos, hermanos, o incluso amigos cercanos o vecinos; no dudes en recurrir a ellos si hiciera falta.

Y como último recurso, siempre podemos acudir a los expertos. No temas informar a los profesionales de la salud acerca de tus dudas o miedos con respecto a tus padres, ellos tienen mucha experiencia en estos casos y seguro podrán darte un buen consejo.

9. Acompañarlos y estar ahí

A veces los bebés lloran y lloran y no dejan de llorar; no están sucios, no quieren comer, no quieren dormir, pero aun así no dejan de llorar y nosotros no sabemos qué hacer. Experimentan cambios en su cuerpo que no son capaces de entender, que los asustan, los confunden y que no pueden explicar.

En esos momentos, lo único que podemos hacer por ellos es estar ahí, tomarlos en nuestros brazos, mecerlos, cantarles, regalarles palabras de amor para consolarlos. La séptima etapa de la vida, la ancianidad, viene cargada de cambios tanto físicos como emocionales y psicológicos que pueden llegar a ser muy difíciles de comprender y de asimilar para quienes los están experimentando.

Al igual que en los bebés, estos cambios pueden generar en las personas mayores un gran malestar, incomodidad, disgusto, miedo, y tampoco hay mucho que podamos hacer para ayudar más que estar ahí con cariño y paciencia acompañándolos a sobrellevar el proceso.

10. Aceptar la realidad sin culpabilizarnos

La negación de nuestros padres a escucharnos o a recibir nuestra ayuda puede generarnos estrés y frustración, por eso es importante también para nosotros tener con quién hablar al respecto. Un buen amigo, un profesional, un grupo de apoyo, las opciones son varias y podemos escoger la que mejor se adapte a nuestras necesidades.

Muchas veces, cuando no podemos cambiar las cosas, solo nos queda aceptar las situaciones tal y como son, sin culpabilizarnos, e intentando disfrutarlas el tiempo que duren, en lugar de enfrascarnos en un nado a contracorriente que no nos llevará a ninguna parte.

¿Con cuál de estas situaciones te has sentido identificado? ¿Qué otro consejo podrías darles a otros hijos para que se lleven mejor con sus padres mayores?

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Este artículo tiene toda la razón. A veces les tratamos como niños y no deberíamos

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