12 Hilarantes y embarazosos recuerdos de la infancia que nos ponen rojos como tomates

Historias
hace 9 meses

Los recuerdos de la infancia son tan preciados como los viejos álbumes de fotos. Algunos son tan vívidos que, si quisiéramos, podríamos invocar un patronus como en los libros de Harry Potter. Nos enamorábamos de nuestros compañeros de clase, nos hacíamos amigos de los gatos callejeros y, de vez en cuando, decíamos algo que hacía que nuestros padres se llevaran las manos a la cabeza.

  • Cuando estaba en tercer grado, me gustó un compañero de clase. No se me ocurrió nada mejor que escribirle una nota: “¡Sebas, te quiero!”. Pero tenía miedo de que descubriera quién era, así que la firmé: “Miriam Gómez, 2.º de ESO”. Cuando Sebastián encontró esta nota en su mochila, él y sus amigos empezaron inmediatamente a hablar de esta Miriam, de cómo era, de si era guapa o no. Incluso corrió a verla, pero no la encontró. Y yo estaba allí, muriéndome de celos por esa Miriam, inventada por mí misma.
  • En quinto de primaria participé en la producción musical de la escuela. En uno de los números, interpreté el papel de un reno navideño que bailaba un boogie-woogie. El caso es que hacía poco que había visto la película Coyote Ugly y pensé que lo mejor sería bailar como sus personajes. Seguro que alguien todavía tiene un video de un niño de quinto bailando de una forma muy poco infantil. © WrongWayCharlie / Reddit
  • En tercero de primaria me pusieron por primera vez con una chica y me quedé enamorado de ella. Fui tímido durante mucho tiempo. Entonces, un día, me vino a la cabeza una frase “genial” que me pareció bastante romántica: “¡Hueles a ambientador!”. A mi compañera de clase no le gustó la frase y al día siguiente cambió de mesa. Ella no tenía ni idea de que ese era mi olor favorito en el mundo.
  • Antes me fascinaban los insectos. Me parecían pequeños superhéroes. Cuando me dejaban en casa de mi tía, no entendía por qué ella tenía cucarachas en su departamento y nosotros no (mi madre las envenenaba). Cuando volvía a casa, solía traer una caja de cerillas con cucarachas y las soltaba diciendo: “Aquí tienen su nuevo hogar”. Cuando mi madre se enteró, me echó la bronca y desde entonces me revisó siempre los bolsillos, y yo sinceramente no entendí por qué las cucarachas no podían vivir con nosotros, ¡había espacio suficiente para todos!
  • De niña, sin que mi madre lo supiera, me hacía amiga de las gatas callejeras. Vivían en los oscuros almacenes y allí se multiplicaban. Un día decidí dar de comer a una gata aletargada. Pero lo único que tenía en casa era yogur agrio. Lo endulcé un poco y, resplandeciente, le llevé el plato a la gata. Se lo comió todo. Una semana más tarde me quedé en shock: la gata tuvo gatitos. Dios mío, ¡cuánto tiempo pensé que las gatas podían quedarse embarazadas con yogur agrio azucarado!
  • Unos amigos de mis padres vinieron de visita en verano. Cuando ya todos se despedían, les ofrecimos, por supuesto, calabacines y berenjenas de nuestra propia huerta.
    Mi madre: “¡Llévense más, no sean tímidos!”.
    Invitados: “Venga, ya está bien”.
    Yo, de 5 años: “¡Mamá, ya tienen suficientes, se van a llevar 5 gratis!”.
  • Una vez mi amiga Natalia y yo planeamos una escapada a un pícnic secreto. Tenemos una isla no muy lejos, y en aquella época era un sitio no del todo seguro, por lo que los padres no nos dejaban ir allí. Así que fue una escapada secreta. En fin, yo tenía que sacar de casa unas cuantas papas y Natalia, salchichas congeladas. Pero no se le ocurrió nada mejor que esconderlas debajo de la almohada, se descongelaron empapándolo todo. Su madre nos pilló y nos regañó. Nuestro viaje terminó de forma vergonzosa.
  • De vuelta a la escuela tras las vacaciones de verano, escribí sobre el nacimiento de mi hermana pequeña (que en realidad no existía) en la revista escolar, donde contábamos de cómo habíamos pasado el verano. Mi madre trabajaba como profesora en la misma escuela. La noticia se difundió rápidamente y ella recibió un montón de tarjetas sin tener ni idea de por qué la felicitaban. © hmjoneswriter / Twitter
  • Un día, nuestra profesora me mandó a mí (de 11 años en aquel entonces) al campo para ver si había demasiado barro para una clase de educación física. Di un paso e inmediatamente caí en un charco. Mis pantalones, mi camisa y mi cara estaban cubiertos de barro. Luego volví al aula, miré a la profesora y le dije que el campo estaba seco y era perfecto para la clase. De todas formas, era mucho más divertido estar al aire libre. © mike_gaz / Twitter
  • En la escuela teníamos que escribir una redacción sobre nuestro héroe personal. Pero el día de la redacción yo estaba enfermo. Así que uno de mis amigos decidió gastarme una broma y me dijo que nos habían asignado una redacción sobre el viaje de un héroe en particular. Elegí a Shrek para analizarlo. Y cuando los héroes de los demás eran personas como Roosevelt y Martin Luther King Jr., yo tuve que inventar sobre la marcha por qué Shrek era mi héroe. © Ashleychen1317 / Twitter
  • Una vez, cuando era niño, estábamos mudándonos de una entrada del edificio a otra. Y por alguna razón me escondí en un armario que aún no había sido trasladado. Vinieron mis tíos, empezaron a levantar el armario y dijeron: “¡Vaya, cuánto pesa!”. Por alguna razón me asusté y no les dije que estaba dentro. Así que me bajaron 3 pisos junto con el armario, me arrastraron hasta la entrada vecina y me subieron al 2. º piso. Estaban muy cansados. Y cuando salí del armario, me regañaron.
  • Un día de acampada, mi hermano pescó un pez. Lo metimos en una nevera portátil durante la noche. Cuando nos despertamos a la mañana siguiente, ¡nos sorprendió ver que el pez había crecido más de 10 cm! Mi hermano y yo estábamos muy emocionados porque el pez seguía creciendo. Pero más tarde, nuestro padre nos confesó que había visto cómo el mapache robaba el pez de la nevera, por lo que metió allí uno nuevo para nosotros. © MorningStar_16 / Reddit

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