16 Personas que con un humor tan afilado que pone a todos en su lugar

Historias
hace 8 horas

A veces da la impresión de que muchas personas hoy en día se han vuelto más tranquilas y relajadas. En contraste con ellos, destacan aún más los insolentes y los groseros, que arruinarían el humor de todos si se les diera rienda suelta. Sin embargo, los héroes de nuestra selección saben responder con competencia a estos caraduras.

  • Vi desde el balcón que un niño vecino se pasaba el día montando en la bicicleta de mi hija. Al principio pensé que la había compartido, pero mi hija se quejó de que siempre la estaba molestando. Ya quería ir a arreglar las cosas, pero la madre del chico se me adelantó: empezó a reprocharme ¡que mi hija no quería compartir! Pero rápidamente puse a esta insolente señora en su sitio, diciendo: “¿Me va a dejar el coche de su esposo para dar una vuelta?”. © Mamdarinka / VK
  • Tenemos gatos en casa y una vez cada dos meses hacemos un pedido grande de comida y arena: salen unos 40-60 kilos. Nos enfrentamos a la grosería por parte de los repartidores. Al hacer un pedido, las tiendas incluso nos cobran una tarifa extra por subir la carga hasta el departamento, y eso que hay ascensor en el edificio. Pero cada vez que llegan los repartidores, llaman y dicen: “Baja, lo dejamos en la entrada”.
    Y esta vez, un repartidor dice:
    — Baja, por favor, es que estoy enfermo, tengo apendicitis.
    Entiendo que está mintiendo. Le digo que ahora le devuelvo la llamada, cuelgo y llamo a la tienda, conectándome directamente con el departamento de reclamaciones.
    — Quiero presentar una queja por el maltrato a un repartidor. ¡Han enviado a hacer mi entrega a un trabajador con apendicitis! Exijo que lo reemplacen de inmediato por otro cargador, puede ser para mañana. Y a este, ¡mándenlo al hospital y páguenle la baja médica!
    Soy un trol de primera, sé cómo modular la voz. La operadora responde que revisarán la situación. En eso, el repartidor me llama por la otra línea:
    — Bueno, ¿alguien bajará a la entrada?
    Le digo:
    — ¡Pero no se preocupe! Ya llamé a su jefe y puse una queja. ¿Cómo pudieron darle un pedido con carga pesada en su estado? No se vaya a ninguna parte, en este momento le mando una ambulancia directo a la puerta del edificio.
    Cuelga.
    A los siete minutos, suena el timbre. Abro la puerta. El repartidor está allí, rojo como un tomate, echando humo de la rabia. Al lado, los sacos del pedido. Dice algo como: “¿Pero por qué hace esto?”. Se da la vuelta y se va. © Velelada / Pikabu
  • Mi hija, que está en segundo grado, de repente empezó a boicotear la escuela. Resulta que le habían asignado el “honorable” deber de ayudar a un compañero rezagado, y además la regañaban por su comportamiento y sus notas. Armé un escándalo de los buenos. La maestra gritaba que tenía demasiada carga de trabajo, la madre del niño daba pisotones de rabia, y al final pregunté por qué una niña de ocho años tenía que lidiar con esos problemas. Finalmente, la directora reprendió a la maestra y dejaron a mi hija en paz. © Podsushano / VK
  • Una vez me convertí en esa “madre descarada”. Tenía que viajar a la ciudad vecina, un trayecto de aproximadamente una hora. Mi hijo tenía poco más de un año y no soportaba estar en brazos, pero le encantaba dormir en la sillita del coche. Compré dos billetes completos juntos, me senté y coloqué la sillita en el asiento de al lado. Unas cinco personas, de forma muy autoritaria, exigieron que la tomara en brazos y cediera el asiento, a pesar de que les mostraba el segundo billete. Incluso la revisora intentó obligarme a dejar libre el asiento comprado. Les dije que lo haría si ella me reembolsaba el dinero del billete. Me dejaron en paz, pero el resto del viaje estuvieron comentando sobre las “madres descaradas”. © Anidag78 / Pikabu
  • Fui a una cita con un chico. Me dice que solo está dispuesto a salir con una chica que no haya tenido pareja antes, porque según él, debe ser “pura” y pertenecerle solo a él. “Tengo derecho a la mejor chica pulcra”, decía. Luego me pregunta si he tenido novios antes. Le miento y digo que no. Acto seguido, le pregunto si él ha tenido parejas antes. Abre los ojos de par en par y responde que, por supuesto, sí. Entonces hago lo mismo y le digo que no pienso estar con un mujeriego que ha ido de chica en chica, porque yo también “tengo derecho al mejor chico pulcro”. Se indignó, pero no supo cómo rebatirme. © Overheard / Ideer
  • Ayer, mi hijo de cinco años mordió a mi suegra, su abuela. Es una persona bastante peculiar, gruñona y malhumorada. Por suerte, casi nunca viene a nuestra casa, pero a veces nos visita. Hace medio año adoptamos a una perrita llamada Tina, dos kilos de pura felicidad y ternura. Mi suegra sabía de ella y había visto fotos. Pero cuando vino de visita y Tina salió a recibirla, la empujó con tal fuerza que la pobre salió volando y empezó a llorar. Mi hijo se enfadó tanto que mordió a su abuela. Y si no hubiera tenido que llevar a la perrita al veterinario, yo misma la habría mordido también. Pero me conformé con echarla de la casa. Tina está bien, pero no quiero volver a ver a esa mujer aquí. Y, sinceramente, me siento orgullosa de mi hijo por haber defendido a su pequeña amiga de cuatro patas. © Mamdarinka / VK
  • Desde que llegó un nuevo vecino al edificio, el pasillo se llena de deliciosos aromas de comida, tanto que se me hace agua la boca. A veces, incluso saca una parrilla al patio y asa carne ahí. Quise conocerlo. Agarré unas bebidas y bajé cuando ya había terminado de asar y limpiado todo. Me miró y preguntó: “¿Quieres conocerme?”. Asentí con la cabeza. Y él, sin dudarlo, me dijo: “Eres la cuarta que se invita sola a mi cena. Vete a tomar viento, igual que las demás”. Y me cerró la puerta en la cara.© Overheard / Ideer
  • En Turquía, en la habitación de al lado, una pareja tenía peleas escandalosas a las tres de la madrugada. Todas las noches. No podíamos dormir, las paredes eran delgadas, y al día siguiente andábamos como zombis. Así que decidí devolverles el favor: cada mañana los despertaba a las 7 para que no se perdieran el desayuno. Luego, después de desayunar, volvía y los despertaba otra vez. Y así, cada 20 minutos. Preocupado, les decía: “No se vayan a quedar dormidos y perderse el desayuno”. © Okhalnik / Pikabu
  • A mi abuela, la madre de mi papá, no le caía nada bien mi mamá. Llegaba de visita sin avisar para hacerle inspecciones sorpresa. Revisaba cada rincón, le indicaba cada mota de polvo como si fuera un cachorro al que hay que regañar. Su frase favorita era: “¿Por qué vas sin un pañuelo? ¡Cúbrete la cabeza, descarada!”. Pero mi papá siempre salía en su defensa, porque amaba a mi mamá con locura y la protegía. Un día, con una sola frase, puso a la abuela en su lugar para siempre: “¡Mamá, ni te imaginas! ¡Esta mujer no solo anda sin pañuelo, sino que por las noches se acuesta a mi lado sin ropa interior! ¡Hasta me ha dado hijos!”. © Cámara nº 6 / VK
  • Mi padre llevaba tiempo queriendo mudarse del pueblo a la ciudad. Hace unos tres años compró una casita a 200 km de la ciudad, se mudó y empezó a criar algunos animales. Un día decidió sacrificar un toro para la carne y llamó a un carnicero local, que llegó con su ayudante. Mi padre estaba observando todo cuando notó que un vecino entrometido rondaba cerca de la carne, dando “valiosos” consejos a los hombres. Apenas mi padre se ausentó un momento para entrar a la casa, el vecino ya había metido tras su cerca un buen trozo de carne, como de 6-8 kilos. Cuando mi padre volvió, le preguntó directamente qué era eso que tenía ahí.
    El vecino, con cara de satisfacción, le respondió: “¡No lo toques, es mío! ¡Hay que compartir con los vecinos!”. Y sin más, se llevó la carne a su casa. Cuando todo estuvo listo y todos se fueron, a mi padre le dio rabia. Así que llamó al vecino y le preguntó: “Oye, ¿cuándo cobras tu sueldo? Dímelo, así vengo, porque ya sabes... ¡hay que compartir con los vecinos!”. El otro murmuró algo, y cinco minutos después, su esposa apareció furiosa, tiró el trozo de carne a los pies de mi padre, resopló y se marchó sin decir palabra. Han pasado casi seis meses desde entonces, y los vecinos aún no le dirigen la palabra a mi padre. Se ve que es un hombre muy “desconsiderado”. © Suborn / Pikabu
  • Estaba preparando el almuerzo cuando tocaron la puerta. Abrí y me encontré a un hombre de la empresa de administración del edificio. “¡Señora, qué rico huele! Y yo sin almuerzo hoy...”. Lo ignoré, pero el hombre siguió insistiendo y tratando de invitarse solo. Yo intenté hablarle de la remodelación del edificio, pero él volvió al mismo tema: “Aunque sea en la entrada, ¿no me invitas a comer algo?”. Ahí se me acabó la paciencia. Le metí un billete de un dólar en la mano y le solté: “¡Para tu almuerzo!”. Y lo saqué a empujones. Vaya “invitado” que me salió. © Overheard / Ideer
  • Hace un par de años construí un parque infantil en el patio: columpios, un arenero y demás. Para iluminarlo, puse dos focos LED y los conecté a la luz del edificio a través de un fotocontrol. Y ahí empezó el drama... Las vecinas mayores empezaron a quejarse: “¡¿Cuánto tendremos que pagar ahora?!”. Intenté explicarles con paciencia que era una miseria, un centavo por departamento como mucho. Pero ni caso: “¿Y por qué tendríamos que pagar un centavo por TUS luces?”. En fin... terminé conectando la iluminación a mi propio contador. Ahora mi hijo juega con luz, mientras los demás están a oscuras. Pero eso sí, las vecinas siguen reuniéndose en el parque, sentadas en los bancos que yo mismo construí. Y cada noche: “¡Enciende la luz, que está muy oscuro!”. Yo solo les recuerdo: “¿Y quién va a pagar la luz?”. Se hacen las ofendidas y se quedan calladas. © Tarantas93 / Pikabu
  • Tenía un hambre atroz y pedí comida a domicilio. Mientras esperaba al repartidor, iba de un lado a otro frente a la ventana. Y por fin lo vi llegar en su moto amarilla. Se bajó, miró a su alrededor, abrió la mochila térmica y metió sus manos sucias en la bolsa de comida. No alcancé a ver qué fue lo que agarró, pero lo envolvió todo con cuidado, lo volvió a colocar en su sitio, terminó de masticar y entró al edificio. Ni siquiera le abrí la puerta. No pensaba pagar por comida en la que alguien había hurgado. Además, se me quitó el hambre. © Cámara 6 / VK
  • El otro día me escribió mi ex. De inmediato decidí averiguar qué quería, y su respuesta me dejó atónita. Resulta que tenía hambre. Le pregunté si su nueva novia no podía cocinarle algo, y él contestó: “No hay comida mejor que la tuya”. Gracias por subir mi autoestima, pero mis delicias solo las disfruta quien yo amo. © Caramel / VK
  • Un día, mi abuelo fue a un banco que operaba en nuestra región. Al llegar, vio que las empleadas estaban ocupadas con sus asuntos, sin prestarle la menor atención. Cuando les hizo una pregunta, una de ellas lo miró de arriba abajo, hizo una mueca y, con un tono altanero, le soltó: “¿Quiere que le entreguemos su pensión? ¡Espere!”. Eso lo molestó tanto que decidió retirar todos sus fondos del banco. Y es que mi abuelo es el director de la empresa más importante de la ciudad. A partir de ahí, empezaron las prisas, las llamadas... pero ya era demasiado tarde. © Unknown author / Pikabu

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