Se nos olvida que nuestros hijos tienen sus propios gustos y a veces no coinciden con los nuestros
9 Razones por las que los niños desobedientes se convierten en verdaderos dueños de la vida
Muchos padres y psicólogos todavía consideran que la obediencia infantil es el principal signo de una buena crianza. Pero hay quienes están seguros de que un motivo de alegría para los padres y las madres es que los niños comiencen a hacer todo lo contrario a lo que se les pide. Porque de esta manera se entrenan para defender su punto de vista, aprender de sus propios errores y aceptarse tal como son. Y finalmente se convierten en adultos armoniosamente desarrollados y sin complejos.
Por el contrario, seguir al pie de la letra las órdenes de los padres puede llegar a causar problemas. En la red hay hilos enteros donde personas ya adultas se quejan de que todavía no pueden sentirse libres y felices debido a la forma en que fueron criadas.
Genial.guru no insta a criar niños rebeldes y desobedientes, pero sí tiene la intención de llamar la atención de los padres sobre el hecho de que un poco de desobediencia puede ser muy útil. Sigue leyendo para saber en qué situaciones.
Ignoran los deseos de sus padres y eligen sus propias actividades a su gusto
Aunque a veces nos parece que nuestra hija es “igualita a mí”, o que nuestro hijo es “una copia de su padre”, debemos recordar que los niños son personas independientes. Por supuesto que puedes tratar de criar a tu propia copia para encarnar en el niño todo lo que tú mismo no llegaste a hacer, pero siempre existe el riesgo de que más tarde, él diga que nunca le gustó hacerlo. Por otro lado, los niños desobedientes comienzan a defender sus intereses desde el principio, y con frecuencia se vuelven exitosos y famosos.
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Mi padre dijo: “Mi hijo nunca será artista”. No me enviaron a la escuela de música, aunque tenía talento. Como resultado, a los 18 años comencé a tocar black metal en la universidad. Aprendí todo solo, escribo mi propia música y trabajo como ingeniero de sonido. © aham / Pikabu
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Mi padre era un conductor empedernido. El camino era su religión, y el automóvil su templo. No hace falta decir que, por las buenas o por las malas, me arrastraba al garaje de todas las formas posibles. Y yo no quería. Los autos no me interesaban. Ahora tampoco lo hacen. No juntaba las imágenes de los chicles Turbo, siempre se las daba a mis amigos, cuyas manos temblaban al verlas. No pedía “dar una vuelta” en el auto de los mayores y, al crecer, no fui a una escuela de manejo para obtener una licencia de conducir. Papá me amaba, pero estaba claramente decepcionado. Por esta razón siempre mantuvimos cierta distancia. © TenUp / Pikabu
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Cuando aparecieron los teléfonos Siemens a color y con cámara, comencé a tomar fotos, a pasar tiempo en ICQ, a jugar a Los Sims y a editar imágenes en el primitivo Photoshop, que también estaba en el teléfono. Mis padres no estaban contentos con eso y no lo entendían. Al final, habiéndome dicho que yo no era buena para nada excepto mis “garabatos”, me convencieron de ingresar en una escuela pedagógica. Con la llegada de los primeros teléfonos inteligentes, comencé a dejarme llevar por los temas de los smartphones y los fondos de pantalla, y encontré varios lanzadores en Google Play. Comencé a buscar y a descargar íconos, y a cambiar el aspecto general de mi teléfono. Como resultado, ahora trabajo como diseñadora de interfaces, tengo experiencia en TI y en el campo de los juegos móviles. No hace falta decir que el salario de un diseñador y el de un maestro de dibujo ni siquiera pueden compararse. © AnaChell / Pikabu
Rompen el régimen estricto
Cualquier psicólogo te dirá que es importante no solo poder trabajar bien, sino también tener un buen descanso y, lo más importante, disfrutarlo. Pero ¿cómo puedes descansar cuando desde la infancia tu día está programado literalmente por minutos? Y ahora somos adultos, pero no hemos aprendido a relajarnos. Ya no tenemos talleres extracurriculares y clases universitarias, pero el sentimiento de culpa por permitirse dormir un poco más el sábado por la mañana todavía está con nosotros.
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“No saldrás a jugar, primero harás tu tarea, y luego tampoco irás, porque será demasiado tarde”, “No tienes que quedarte despierto hasta tarde. Debes levantarte temprano mañana”, “¿Qué es fin de semana? No nos quedaremos de visita, debemos irnos a ocuparnos de nuestros asuntos pendientes/prepararnos para los exámenes”, y así sucesivamente. Y ahora, incluso en un fin de semana libre, no puedo relajarme, porque esa sensación de que hay que hacer algo no me deja en paz. © FloMaster / Pikabu
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Al principio, tus padres no te dejan quedarte a dormir en las casas de tus amigos, no te permiten salir después de las 20:00, controlan tu comunicación con los chicos y cultivan en ti la idea de que “es mejor quedarse en casa que pasar el rato Dios sabe dónde. Menos mal que eres tranquila”. Y luego, cuando cumples 18 años, te preguntan por qué no tienes novio ni amigos. © HeIIoSidney96 / Twitter
Se ríen a carcajadas o arman escándalos en público
Probablemente, al menos una vez en la vida, todos hemos sido regañados por reírnos demasiado fuerte en una clínica o hablar en un teatro: hacerlo es “indecente”. Poco a poco, aprendimos a contener nuestras emociones. Colapsos nerviosos, depresión, estrés... Las raíces de todo esto posiblemente se encuentren en la infancia. En cambio, los niños desobedientes no controlan sus emociones y, por lo tanto, desde el principio aprenden a expresarlas y a percibirlas adecuadamente. Entienden mejor cómo se sienten y por qué.
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Mi madre me prohibía reírme: “Eres una niña, las damas bien educadas no se comportan así”. También estaba prohibido llorar, porque, según mi madre, yo no tenía razones serias para hacerlo. Estaba vestida, calzada, alimentada, ¿qué más necesitaba? Incluso hablar en voz alta estaba prohibido. Como resultado, ahora me avergüenzan mis propias emociones y no sé cómo mostrarlas. Cuando me siento mal, me río tontamente. Cuando me siento bien, empiezo a buscar una razón para ponerme mal. No puedo decir un banal “gracias” sinceramente, ya que me avergüenzo de mis sentimientos de inmediato.
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No era costumbre en mi familia discutir. En absoluto. Durante más de 30 años, no recuerdo ni una vez en que mis padres hayan alzado la voz, y a mi hermana y a mí tampoco se nos permitía hacerlo. Los conflictos se acumulaban y se callaban. En algún momento, simplemente dejé de sentir enojo o alegría. No me quedaron sentimientos fuertes, excepto, tal vez, el miedo. Y así vivía. Las noticias no me tocaban, los regalos no me complacían, las burlas no me ofendían. Por primera vez sentí algo cuando conocí a mi esposa. Me enamoré a primera vista, pero incluso entonces, prácticamente me obligué a sentir alegría. Me descongelé un poco cuando nació mi hija. Ahora estoy aprendiendo lentamente a reaccionar ante el mundo de nuevo.
Hacen caso omiso de las reglas obsoletas de la vieja escuela
Piensa cuántas veces le dijiste a tu hijo que no agarrara al gato por la cola o que no tocara la tetera. Seguro que más de una. Y esto no sucede porque los niños no entienden la primera vez. Solo son muy curiosos. Y eso está bien. Pero si a un pequeño se le impone una prohibición tras otra, eventualmente perderá el deseo de aprender. Los desobedientes, en cambio, siguen siendo proactivos y son capaces de pensar fuera de la caja.
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El otro día, mi esposa estaba haciendo unos ejercicios con los niños, quienes tienen 4 años y medio (trillizos). En una de las tareas, había que eliminar una imagen que sobraba entre 4 (un camión de basura, un taxi, un autobús y un avión). Dos de los niños, mi esposa y yo retiramos el avión. Pero uno de los pequeños quitó el camión, ya que transportaba basura, y el resto pasajeros. Hola, pensamiento fuera de la caja. © MAPEMAH / Pikabu
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Desde pequeño me encantaba leer. Ya a la edad de 4 años conocía muchísimos libros de memoria. Con una peculiaridad: lo hacía lentamente. Me encantaba imaginar las historias en dibujos en mi mente. Pero en la escuela me topé con una maestra que decidió que yo debía necesariamente aprender a leer más rápido. Me tomaba pruebas de velocidad constantemente y me avergonzaba frente a toda la clase por haber leído menos que los demás. Y no importaba que yo fuera el único de todos que prácticamente podía repetir cualquiera de los pasajes de memoria, y que en casa ya no leía libros de cuentos infantiles, sino juveniles. Me avergoncé y abandoné mis libros. Pero luego decidí: “Que se vaya al demonio, haré lo que quiera”. Y al final fui a una clase de estudio profundo de las humanidades, aprobé el examen de literatura con honores, ingresé en la universidad y me convertí en editor de televisión, donde a menudo recibo premios por análisis de alta calidad.
Dicen “no” a cualquier propuesta
Admítelo, ¿tú también te negaste a comer cebollas hervidas o aceitunas, o no quisiste ponerte un gorro hasta que la calle se llenó de montículos de nieve? Resulta que estos no son solo caprichos. Cerca de los 3 años, el niño se da cuenta de sus deseos y aprende a defenderlos. Y si su “no” se encuentra con un fuerte rechazo, en el futuro será difícil para él defender su independencia no solo frente a sus padres, sino también dentro de cualquier entorno. Los niños desobedientes simplemente no enfrentan tales problemas.
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Una vez, estaba sentada con mi hijo haciendo la tarea de primer grado. El tema era “El cosmos”. Le leí la definición del libro de texto: “El cosmos es un espacio que no tiene límites”. Mi hijo (estaba muy interesado en el tema del espacio) me respondió: “Mamá, no estoy de acuerdo. Nadie puede decir que el espacio no tiene límites, porque el universo es enorme. Nadie sabe qué tan grande es y dónde termina”. Yo, pensando en el hecho de que el niño tenía que marcar la respuesta correcta en la prueba de la mañana siguiente, traté de convencerlo. Él no dio el brazo a torcer. Yo, ya desesperada: “¿Qué responderás mañana en el examen?”. Mi hijo: “Lo que dice el libro de texto, por supuesto. Pero tengo derecho a tener mi propia opinión”. Le di un beso. Espero que tenga suficiente fuerza e inteligencia para continuar defendiendo su forma de pensar siempre. © Bimiboo / Pikabu
Siguen siendo ellos mismos, a pesar de las críticas de los demás
Siempre es útil conocer la opinión de alguien más sobre uno mismo, y cuanto más crítica sea, mejor. Pero solo si no se trata de la opinión de los padres. La autoestima de los niños, y especialmente de los adolescentes, a menudo depende de cuánto los aman su mamá y papá. Y si los padres no ahorran en expresiones honestas cuando critiquen a su hijo, él podría perder la confianza en sí mismo, tratar de ganarse el amor de su familia, corregir todo lo que no les gusta y, por lo tanto, correr el riesgo de perderse a sí mismo.
En cambio, los niños desobedientes no quieren ganar puntos: saben que sus padres los amarán pase lo que pase. Esto significa que a medida que vayan madurando, intentarán ser mejores para ellos mismos y no para complacer a los demás.
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Es muy difícil para mí mirarme en el espejo sin empezar a criticarme. Y cuando empieza a gustarme lo que veo (muy rara vez), mi madre dice: “¿Estás admirándote a ti misma? Ya para”. Y me siento muy avergonzada. © Fangirltory / Twitter
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Me acordé de una amiga de mi infancia. Ella estudiaba en una escuela de música. Al principio no le gustaba, iba porque la obligaban, pero luego comenzó a gustarle y completó sus estudios. Escuché que ella tenía una voz muy hermosa. Al graduarse, de repente dijo que no seguiría estudiando en ningún lugar. A la pregunta “¿Por qué?”, ella respondió: “Porque soy estúpida y no lo lograré”. Sin malas notas en su historial, con una buena voz y sin ser nada tonta, se consideraba estúpida. Una madre sin educación, que trabajaba como limpiadora, convenció a su hija de que era tonta como un corcho. Tanto, que una docena de personas no pudieron convencerla de lo contrario. Como resultado, ella fue a una escuela vocacional durante un año y lleva trabajando en la carnicería de un supermercado unos 17 años. © Esterly / Pikabu
Siempre exigen lo que quieren
Si los niños desobedientes quieren ir a un baile o a pasar la noche en las casas de sus amigos, logran el codiciado “Bueno, está bien. Ve, me cansaste” de sus padres por cualquier medio. Los niños deben tener un “espacio de libertad”, esferas donde toman decisiones por ellos mismos. De lo contrario, corren el riesgo de descontrolarse por completo tan pronto como salgan del nido de sus padres.
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Durante toda mi infancia estuve convencida de que la ropa que tenía que usar después de alguien o la que había cosido mi madre era realmente hermosa, no como los bienes de consumo del mercado. Debido a esto, hasta una edad muy madura, no tenía idea de cómo comprarme ropa, porque si me gustaba, significaba que era fea. Y compraba por unas evidencias indirectas: la composición de los materiales, la marca en la etiqueta, un gran descuento... Ahora entiendo que llevaba prendas terriblemente incómodas y feas. ¿Por qué hacía eso? Incluso ahora puedo caminar en círculos durante una hora y tener miedo de comprar algo mal. ©_vanswan / Twitter
No se avergüenzan de decir que se sienten mal
Estamos seguros de que casi todos los que asistieron a algún deporte en la infancia tuvieron momentos en los que les dolía mucho la cabeza o el estómago, pero sus padres los obligaban a ir a entrenar, a pesar de sus quejas: “Verás que pronto pasará por sí mismo”. Pues, para que los padres lo tengan en cuenta, la ausencia de manifestaciones externas no significa que el niño no sienta dolor. Y el desobediente siempre insistirá en que algo realmente le duele.
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Los padres son responsables de los trastornos alimentarios el 99 % del tiempo. “Hasta que comas, no saldrás de la mesa”, “Cómelo, toda la fuerza está en el fondo del plato”, “Si comes mal, mamá se enfermará”, “Si comes muchos dulces, no pasarás por la puerta”. © nufrolofff / Twitter
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Cuando mi hijo tenía 1 año y medio, dejé la carriola. Era difícil llevarlo a todas partes: no había rampas, las puertas y los pasillos eran estrechos, y, además, era pesada. El niño caminaba mucho y ya a esa corta edad soportaba 5 horas de caminata sin prisa, ocasionalmente subiéndose al cuello. Cuando mi hijo tenía 2 años y medio, fui con él a una tienda alejada, que quedaba a unos 3,5 km de ida. Nunca se quejó, nunca lloró. Pasó un año. Estábamos regresando de la misma tienda y de pronto dijo: “Mamá, estoy cansado”. “¿Cómo? Si cuando eras más pequeño caminabas tranquilamente y no te cansabas...”. Entonces me miró significativamente: "Es que no sabía hablar".© Bakkara / Pikabu
No reconocen la autoridad de los adultos
“Hay que respetar a los adultos”, “Hay que hacerles caso a los mayores”. ¿Te suenan estas frases? Probablemente sí. Los padres se las dicen a menudo a sus hijos, pero no piensan que con estos conceptos los niños ayudarán voluntariamente a un extraño a “salvar a un gatito”, y considerarán a un desconocido su amigo si lo ven por segunda vez en su vida. Todo esto denota que los pequeños ya de por sí están en riesgo, y si están “entrenados” para obedecer a los adultos sin dudarlo, entonces el peligro aumenta varias veces.
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Todos enseñamos a nuestros hijos que no tienen que hablar con extraños o tomar algo de ellos cuando no hay adultos de la familia cerca. Mi hija apenas había cumplido 10 años, y a pesar de todos esos “no hay que” que se le decían todos los días, me surgió la sospecha de que no había aprendido bien. Convencí a un amigo (mío, pero no de mi hija) para que hablara con ella. Fue, se acercó y comenzó un diálogo. Y ella así como así le contó todo, dónde y con quién vivía, cómo se llamaba, etc. Pero primero le advirtió: “Mamá no me permite hablar con extraños y está a punto de salir. ¡Así que hablemos más rápido!”. © kinanebudet / Pikabu
¿Con qué frecuencia tus hijos ignoran las restricciones parentales? Cuéntanos sobre tu experiencia de crianza. ¿O tú mismo fuiste un niño así de desobediente? Ayúdanos a confirmar o a refutar estas teorías.