Cómo el ejercicio cambió mi vida (spoiler: no es otra historia de pérdida de peso)
Seguramente han leído, visto o escuchado muchas historias de personas que empezaron a ejercitarse, cambiaron su alimentación e hicieron muchos sacrificios para perder peso hasta que lo lograron, haciendo que su salud mejorara notablemente. Ellas definitivamente merecen todo el reconocimiento del mundo, ya que esa no es una tarea fácil.
Hoy vengo a contarles a todos los lectores de Genial.guru mi historia. Me llamo Alejandro, soy un chico común de veintitantos años que vive en Colombia. La verdad es que no tengo ni tuve problemas de sobrepeso nunca, de hecho, creo que siempre estuve muy por debajo de los kilos que debería tener, por lo que este relato no trata de duros sacrificios para lograr mi peso ideal. Simplemente un día, en compañía de mi esposa, decidimos darle un giro a nuestra rutina (un tanto sedentaria) y empezar a ejercitarnos.
Para ponerlos en contexto, debo empezar por describir cómo eran nuestras vidas antes: trabajaba en el día, estudiaba en la noche, y mi esposa (novia en ese entonces) también, por lo que nuestra alimentación casi nunca era la adecuada. Ya saben, comidas a deshoras y poco o nada balanceadas. Nuestro único “ejercicio” diario tal vez era caminar un par de cuadras para tomar el transporte público para ir y venir del trabajo o de la universidad. Solíamos pasar los fines de semana en fiestas, por lo tanto, consumíamos bebidas alcohólicas. Debo decir que nunca en exceso, pero sí con cierta frecuencia.
Entonces, vayamos a la parte interesante. Después de un tiempo, con mi pareja decidimos dar un paso más y nos casamos. Quisimos darle un cambio a nuestra nueva vida en matrimonio y nos propusimos deshacernos de los malos hábitos y adoptar otros más saludables, razón por la cual decidimos ingresar a un gimnasio. Al principio, llegamos a este sin más conocimiento del que cualquiera pudiera tener, viendo ese lugar como un recinto extraño con música a un alto volumen y muchas personas sudorosas. Algunas con cuerpos casi perfectos, otras con algunos problemas de sobrepeso, gente joven y adulta. La verdad, en principio pensamos que no era nuestro lugar, nos sentíamos bastante extraños allí.
Al día siguiente de ese primer encuentro con el entrenamiento, debo decir que me dolía hasta respirar y definitivamente se me dificultaba hacer cualquier cosa, hasta tomar un vaso de agua. A mi esposa no le iba mucho mejor. Creo que estaba igual o peor que yo. No puedo negar que pensamos en no volver nunca más a ese lugar. Después de todo, nadie nos obligaba a hacerlo.
Pero sabíamos que no iba a ser sencillo y queríamos intentarlo, así que regresamos. Con el pasar de los días, empezamos a sentirnos más a gusto en ese sitio y los dolores eran cada vez menos fuertes. Ya no veíamos el gimnasio como un sitio extraño, y día a día nos sentíamos más a gusto en él.
Así pasaron algunos meses en los cuales, a decir verdad, además de ejercitarnos, no habíamos cambiado mucho más en nuestras vidas, porque seguíamos alimentándonos de la misma manera que antes. Así que decidimos dar un paso más y buscamos asesoría alimenticia (muchos gimnasios tienen ese servicio). Entonces, después de unas charlas con los entrenadores y un nutricionista, construimos un plan alimenticio que nos permitiera sacar el máximo beneficio al entrenamiento. Nuestros viajes a la tienda de comestibles cambiaron drásticamente: nuestro carrito de compras que antes incluía refrescos, embutidos, caramelos y alguna botella de licor, ahora lucía muy diferente. Pechuga de pollo, brócoli, tomates, pepinos, pescado, entre otros, adornaban nuestras bolsas de compras.
Las comidas empezaron a ser a horas adecuadas, para lo cual, en mi caso, tenía que llevarme desde casa mi almuerzo para el trabajo, para evitar hacer paradas en lugares de comidas rápidas.
Después vino un cambio más. Aunque seguíamos pasando fines de semana en fiestas, decidimos disfrutar de ellas sin bebidas alcohólicas. Al principio eso parecía no ser posible. Es decir: ¿sales a bailar y no consumes licor? “Eso no lo hace nadie”, pensamos. Fue un cambio algo complejo, pero lo logramos y, la verdad, seguimos disfrutando de igual manera esos momentos sin la resaca del día siguiente.
De todo eso ya han pasado cerca de tres años. Sí, así como lo oyen, tres años sin una sola gota de licor, comiendo saludablemente, ejercitándonos a diario, y puedo decir que nuestras vidas ahora son mucho mejores:
- Estamos más saludables, por lo cual las visitas al médico por dolencias comunes han disminuido considerablemente.
- Físicamente hemos cambiado bastante.
- Somos una pareja mucho más activa.
- El dejar de invertir dinero en licor y comidas en la calle ha beneficiado la economía del hogar. No nos sobra el efectivo, pero definitivamente ahora podemos acceder a cosas a las que antes no podíamos (solo allí notamos cuánto dinero gastamos en cosas irrelevantes).
Ahora salimos de paseo con mayor frecuencia, hemos conocido lugares impresionantes, vamos a restaurantes con comidas deliciosas. ¡Sí, salimos a comer! Lo hacemos una vez por semana, porque, al final de cuentas, la vida es para disfrutarla, ¿no? Pero la mayoría del tiempo tenemos un plan de alimentación saludable y todo lo preparamos en casa. La relación entre nosotros es mucho más cercana. El hecho de compartir un pasatiempo hace que tu vida en pareja sea mucho mejor y feliz.
Para terminar, puedo asegurarles que cambiar mis hábitos fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Espero que las personas que lean este relato y tal vez se sientan identificadas con mi antiguo estilo de vida intenten un cambio, no se arrepentirán. Desde luego, no es algo fácil, pero tampoco es imposible, y sus “yo” futuros lo agradecerán.
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