Creo que me sería imposible eliminar por completo el dulce de mi dieta.
Un solo consejo de una nutrióloga me ayudó a superar mi adicción a los dulces
Todos sabemos que comer muchos dulces es algo perjudicial para la salud. Los dulces arruinan la figura, afectan la piel, provocan cambios drásticos en el estado de ánimo y causan fatiga. Esta lista podría continuar de forma infinita, pero, siendo realistas, ¿quién de nosotros puede rechazar voluntariamente esos deliciosos caramelos?
Una autora de Genial.guru consiguió superar su adicción a los dulces gracias a un solo consejo por parte de una nutrióloga. Esta ex golosa aficionada nos cuenta de manera honesta sobre su relación con los dulces y espera que esta experiencia le sea útil a alguien.
Hola a todos, me llamo Elena, tengo 27 años y me encantan los dulces. Posiblemente con esta frase comenzaría mi patética historia sobre una complicada relación con las golosinas en la Sociedad Anónima de Golosos, si existiera, por supuesto. Es interesante, ¿por qué aún no se ha creado una organización de este tipo? El consumo excesivo de dulces se considera una adicción. No es tan aterradora y dañina como el alcoholismo y el tabaquismo, pero de todos modos es una adicción.
Para que quede claro, que no soy una dramática, sino realmente hasta hace poco tiempo sufría de amor hacia los productos con un alto nivel de azúcar. Te contaré un par de episodios de mi infancia.
De niña, era gordita. Incluso en casa se burlaban de mi pancita infantil. Sin embargo, en la mesa siempre había panecillos. Mis dulces favoritos siempre estaban escondidos en las alacenas y armarios, pero en cuanto mis papás se iban de casa, comenzaba a buscar de inmediato en estos lugares. Me avergüenza admitir que, si no los encontraba, simplemente me ponía a comer azúcar...
Los dulces para mí eran un fruto prohibido pero muy deseado. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que todo era culpa de los incorrectos hábitos de alimentación con los cuales me educaron. Por ejemplo, en la mesa estaba la sopa, que por supuesto no quería comer, y en el otro extremo mi dulce favorito. Podía regresar la sopa a la olla o dejarla para la cena, pero mi hermana “me manipulaba”: “Cuando acabes de comer, obtendrás tu dulce. Come una cucharada y tu dulce se acercará”. Y con cada cucharada, el postre se acercaba...
Otro ejemplo que también es muy conocido: “En el fondo del plato se encuentra la felicidad” / “Si no lo acabas, no crecerás”. Es bien sabido que nuestras abuelas sobrevivieron épocas difíciles e incluso a la falta de alimentos. Pero el hábito de comer todo sin tener hambre lo superé hace poco tiempo con mucho esfuerzo. No obstante, aún me contengo difícilmente para no pedirle a mi esposo que se termine la ensalada: “¡Solo queda una cucharada, para qué ocupar ese espacio en el refrigerador!”.
Por muy maravillosos que sean nuestros padres, por supuesto, todos tenemos algo para contarle a un psicoterapeuta. Mis padres son increíbles, pero nos criaban en aquella época cuando no existían las redes sociales con sabios nutriólogos y páginas web para mamás sobre la alimentación, y no estaba de moda una nutrición adecuada, sino la de fideos instantáneos y chocolates americanos.
“No vivimos para comer, sino comemos para vivir”, no entendí el sentido de esta frase de inmediato. Tampoco cuando pensaba que debería adelgazar para usar mis shorts del año pasado. Y mucho menos cuando me casé y esperaba mi primer hijo. Si en casa había un chocolate, no lo dejaba en paz hasta acabarlo.
Cuando le prometía a mi familia mantener una dieta y no lo soportaba, escondía las envolturas de chocolates en el fondo del bote de basura como si fuera una evidencia. Si encontraba en Internet un artículo en el que hablaban sobre cómo rechazar el consumo de chocolates, lo leía sin prestarle mucha atención. ¿Quién en su sano juicio se negaría por completo a comer panecillos y pasteles? Sobre todo, yo. Si no comía un chocolate o un pedazo de pastel por la mañana, me dolería la cabeza todo el día. O al menos yo creía que me dolía por esta razón.
Me di cuenta de que este era un círculo vicioso. Me sentía insegura debido a mi imperfecta figura y la imposibilidad de ponerme bonita ropa ajustada, únicamente me tranquilizaba comiendo panecillos y chocolates. ¡Qué sorpresa! Seguía subiendo de peso, lo que, por supuesto, no me traía más confianza.
Al tener una estatura de 1,72 m, pesaba 63 kg. Estas cifras no eran aterradoras, pero no me podía considerar delgada y en buena forma. Cuando mi esposo me insinuaba con delicadeza esto, me ofendían mucho sus comentarios, ya que no me aceptaba tal y como era.
Mis clases en el gimnasio se podían considerar un triunfo, gastaba media hora en llegar allá, iba cansada después del trabajo, pagaba 30 USD al mes, sudaba y me esforzaba durante una hora, pero, por supuesto, cuando regresaba a casa, cenaba unos postres. Al mismo tiempo, me daba cuenta de que el fitness sin una nutrición adecuada no servía para nada, era como luchar contra la corriente. Pero no podía hacer nada.
Después del nacimiento de mi bebé, mi cordura regresó y empecé a pensar en los hábitos alimenticios que le daría a mi hijo. Al leer unos libros de psicología y analizarme racionalmente, dejé de luchar contra mi hijo que comía poco, hornear galletas para tomar café y comprar chocolates. Lo más importante: dejé de considerar los dulces un premio y un valor supremo.
Al entender mis problemas, finalmente decidí dedicarme en mi autoeducación. Encontré en Internet a una nutrióloga que realizaba maratones de una alimentación saludable y prometí que obedecería sus recomendaciones por lo menos por una semana. Resultó que alimentarse saludable no era tan caro y, sin contar los postres llenos de calorías, en general parecía una alimentación normal.
No puedo contar todos los secretos de alimentación, ya que puedo privar de dinero a la nutrióloga. Pero aquí hay unos importantes consejos: vale la pena tomar dos litros de agua diariamente, comer cada 3 o 4 horas, es recomendable comer proteínas con verduras para que se absorba mejor, no comer carbohidratos en la noche y no despreciar las grasas sanas.
Estarás de acuerdo en que no es nada especial, pero en este programa había un ejemplo preciso de cómo tenía que desayunar y me ayudó a comprender que la comida es un conjunto de sustancias nutritivas, y muchos problemas psicológicos relacionados con su déficit se corrigen mediante la alimentación.
Según el programa, la mañana tiene que comenzar con cereales integrales de cocción, una tortilla delgada o pan de trigo integral, frutas, bayas y nueces, consumiendo todo en una porción razonable. Explicando con un lenguaje científico, necesitabas elegir productos con un índice glucémico bajo: se absorben lentamente, estabilizan el nivel de la glucosa en la sangre y lo mantienen durante todo el día. Esta fue la principal recomendación de la nutrióloga que me ayudó a luchar contra la adicción a los dulces y escuchar a mi organismo.
¡Solo tuve que desayunar de esa manera y ocurrió un milagro! Dejé de pensar en los chocolates. En dos semanas bajé 1,5 kg y adelgacé 2 cm de cintura.
Tenía un día exclusivo para golosinas, el cual organizaba una vez a la semana. Ese día compré un bollo con crema y un chocolate Snickers. Ambos productos me parecieron muy dulces, demasiado, a decir verdad. No los acabé y los dejé. Posiblemente por primera vez en toda mi vida hice esto.
Para mí fue un gran descubrimiento. Llevando una vida sin azúcar tuve menos cambios drásticos en mi estado de ánimo; los dolores de cabeza se fueron, aunque toda mi vida había pensado que eran causados por la ausencia de dulces y que su presencia me ayudaba. Me pregunto por qué sucedía tal cosa: ¿falta de vitaminas, autosugestión o solo una excusa?
El programa llegó a su fin y ahora solo como a mi gusto. No cuento las calorías, no llevo recipientes de comida al parque, no me preocupo si falto la hora de comida o si en casa se acaba el apio. Los dulces ya no tienen poder sobre mí. Por la mañana puedo permitirme comer un pedazo de chocolate amargo o una galleta, o probar un pedazo de pastel. Tengo un recipiente con dulces en caso de que lleguen invitados; recuerdo su existencia, pero no tengo miedo de comerlos.
El malestar y las preocupaciones las curo con una ducha caliente y durmiendo, trabajo en mis problemas en lugar de “comérmelos”, me escucho más a mí misma y disfruto del sabor de la comida. Es mi concepto de una alimentación saludable con la cual he alcanzado una relación en armonía.
¿Cómo es tu relación con los dulces y chocolates? ¿Para ti es una adicción, amor a distancia o indiferencia absoluta?
Comentarios
Me siento muy identificada con la protagonista de esta historia :)
Me gustó mucho este testimonio. Es una buena manera de ayudar!
Voy a intentar los consejos de esta chica. Igual a mí también me funcionan.