14 Historias sobre médicos que provocan a la vez lágrimas y sonrisas

hace 3 años

Preguntes a quién preguntes, todos tienen una historia impresionante sobre su propia salud y sus relaciones con la medicina, y los mismos médicos pueden contar tantas cosas que no sabrás cómo reaccionar. Así que lee sobre el “médico de una sola vez”, la ginecóloga “malhumorada” y elige por tu cuenta y riesgo si llorar, reírte o hacerlo todo al mismo tiempo.

Genial.guru recopiló historias de médicos de diferentes comunidades en Internet, cada una de las cuales muestra que el sentido del humor sigue siendo la mejor cura para todos los males.

  • En mi infancia, conseguí devolverle la vida a mi perro tras practicarle respiración boca a boca. Este hecho me inspiró tanto que de adulta trabajo como médico reanimador. Salvo las vidas de las personas, trabajo sin descanso. Sé que es mi vocación. Pero hace poco, mi mamá confesó que el perro solo estaba durmiendo.

  • Una vez, tenía que recoger a mi mejor amiga en el hospital tras dar a luz. Llevaba ya unos 10 minutos dando vueltas alrededor del edificio, rodeada por una valla intentando encontrar cómo se entraba. Al ver a unos médicos fumando, les grité: “¿Cómo puedo llegar hasta allí?”. Tras medio minuto, colorados de la risa, me explicaron que primero tenía que conocer a un buen hombre.
  • Hoy, personalmente, me ha convencido eso de que los médicos poseen un extraño sentido del humor. Fui al dermatólogo porque me había salido una cosa rara en el brazo. Charlábamos, mientras ella me lo eliminaba y limpiaba. La conversación se dirigió a la elección de la profesión. Le pregunté: “¿Y por qué quisiste ser dermatólogo? ¡Es un trabajo espeluznante!”. A lo que ella me respondió: “De pequeña, me encantaba estallar las burbujas de los envoltorios, así fue cómo empezó todo”.
  • Hace unos días me hicieron una corrección láser de la vista. Tras la operación, me quedé un tiempo en la oscuridad, descansé y ya estaba a punto de irme. El médico me detuvo dándome las últimas instrucciones: “Antes que nada, vete a dormir, al despertarte lo verás todo mejor. Y lo más importante, no te asustes. Aquellos a los que verás son de tu familia”.
  • Mi amigo psiquiatra tiene un paciente, un niño llamado Nicolás, de 10 años de edad. Es autista y desde su nacimiento no ha pronunciado una palabra. Lo entiende todo, no es mudo, pero siempre guarda silencio. En una de las sesiones (donde estaba invitado el padre del chico), asistía un médico de piel negra de Alemania. Este mismo doctor toma a Nicolás entre sus brazos y comenzó a decir con mucho acento: “Qué buen chico...”. Y lo levanta, sacudiéndolo, cada vez más y más alto, pronunciando con acento alemán: “...Buen chico”. De repente, suena una voz muy grave, demasiado para ser de un niño: “Déjame donde estaba. No me gustas nada”. Nicolás, habló por primera vez. El papá del chico por poco se cae de la silla.
  • Fui al médico para que me hicieran una ecografía. De repente, el doctor dice: “Bueno, bueno, pues, no encuentro tu riñón izquierdo... ¿No lo habrás vendido?”.
  • Soy radiólogo. Estaba sentado, describiendo una imagen de un paciente privado. Este estaba a mi lado muy inquieto: en 5 minutos, conocería su diagnóstico. Y, de repente, me acordé de que no le había entregado unos papeles a un compañero. Descolgué el teléfono y marqué el número.

— ¿Hola? ¿Es anatomía patológica? Que el coordinador pase por mi despacho. Sí, es urgente.

Cuelgo el teléfono, termino de escribir el diagnóstico, me doy media vuelta y veo... los ojos de mi paciente. Y solo entonces empiezo a entender la situación generada.

  • Decidí divorciarme de mi esposo y en un encuentro le dije a mi amiga que “me resulta desagradable llevar el anillo de bodas”. Me dijo: “¡Quítatelo!”. Y se lo puso en su dedo para que no se perdiese. Por la noche, no podíamos quitárselo. A la mañana siguiente, en el hospital, le aconsejaron cortar el anillo, cosa que no queríamos hacer: estaba fabricado por encargo con una complicada decoración de platino. Al mismo tiempo, mi amiga había conocido a un joven con el que hablaba por Internet, el cual resultó ser un médico. La invitó a visitarlo en el hospital y le ayudó a quitarse el anillo. Este verano se casaron.
  • Mi hija estudia en primaria. Noté que empeoró su manera de escribir. Le dije que le compraría cuadernos especiales para practicar, a lo que ella me respondió:

— ¡No te preocupes, seré médico!

  • Conozco a un traumatólogo, acudo a él porque está incluido en mi seguro. Lo llamo “médico de una sola vez”: no importa con qué dolencia acudas a él, no hace falta una segunda vez, lo soluciona todo a la primera. De mí, este apodo lo copiaron mis compañeros del trabajo, que también acuden a su consulta y resulta suficiente con una vez. Pero hace poco, parece que este médico ha alcanzado un nuevo nivel. Me empezó a doler muy fuerte el brazo pero solo había un hueco para que me vieran en consulta la semana siguiente. La solicité y el brazo empezó a calmarse un día más tarde. Un par de días después, el dolor se esfumó por completo. Parece que su nivel está creciendo y ya lo podemos llamar “doctor de cero veces”.
  • Mi amiga contempló en una clínica dental la siguiente escena: de una consulta, sale corriendo un chico con los ojos saltones por el temor: lo anestesiaron para extraerle un diente. Constantemente, sacaba su lengua ya dormida, preguntando horrorizado: “¿Por qué me pusieron la inyección?”. Su madre le explicó pacientemente que esta se hizo para que no sintiese dolor con la extracción del diente. Y el chico gritó contestando: “¡Estás mintiendo! El diente se puede extraer tal cual, ¡me has traído aquí para QUITARME LA LENGUA!” Y se precipitó hacia la salida.
  • El otro día fui a hacerme una radioscopia a una clínica privada. Me la hicieron y me senté al lado de la consulta a la espera de los resultados. La puerta estaba entreabierta y se oía a los médicos hablar: “¡Mira, qué negrura! ¿Acaso debería ser así? ¡Qué horror! ¡Manchas negras!”. Se me vino el mundo encima. Empecé a pensar cómo le diría a mi madre que iba a luchar por mi vida. Se abrió la puerta, me invitaron a la consulta y me entregaron el certificado de que estaba sana. Se disculparon porque tuve que esperar mucho tiempo ya que se había estropeado la impresora: soltaba manchas y salpicaduras negras.
  • Mi novio es doctor. Cuando explico en la universidad que no puedo ir a clases, casi siempre recurro al pretexto de “Necesito ir al médico”, no tengo remordimientos. ¡Después de todo, estoy diciendo la verdad!
  • La hermana de mi esposa lleva muchos años trabajando como ginecóloga y se ganó la reputación de ser una doctora experta, pero malhumorada. ¿Por qué malhumorada? Esto te puede servir de ejemplo. De noche, al hospital ingresó una mujer con una hemorragia interna. Revisión, ecografía. La doctora prescribe una derivación para hospitalización. La mujer se niega: mañana tiene que ir trabajar, no puedo dejar a sus hijos con su esposo, y razones similares. La doctora imprime en silencio una declaración de rechazo de hospitalización y se la ofrece a la mujer para que la firme. Ella firma sin leer. El médico la lee en voz alta: “Yo, fulana de tal, renuncio a la hospitalización. Soy consciente de que me advierten de que moriré en las próximas 12 horas”. La mujer: “¿Por qué voy a morir? ¿Qué está diciendo usted?”. La doctora: “Estoy obligada a advertírselo y así se lo advierto. No tengo tiempo para persuadirla, me están esperando otros pacientes”. La señora toma su declaración, la rompe y pregunta: “¿Qué número de habitación tengo?”.

Los doctores son cínicos. Los doctores a veces parecen no estar de humor. Su comportamiento puede parecer incomprensible y desagradable. Pero tienen una gran cosa a su favor: salvan muchas vidas.

Imagen de portada huyahanachan / Pikabu

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