16 Pruebas de que ser un estudiante sobresaliente debería ser considerado un deporte de alto riesgo

Historias
hace 1 año

Qué orgullosos nos sentíamos cuando sacábamos un 10. Rara vez uno no se veía afectado si obtenía una mala nota. Recién cuando nos hacemos mayores nos damos cuenta de que las excelentes calificaciones de un estudiante sobresaliente no son garantía de éxito y que, a menudo, estos chicos pueden ser muy infelices. Algunos alumnos obtienen las mejores notas por la reputación que se han ganado o por la simpatía que el profesor siente por ellos, por lo que el conocimiento aquí puede no tener nada que ver.

¿Qué recuerdos tienes de la escuela? ¿Cuáles eran tus asignaturas favoritas?

  • Tenía una amiga que era una estudiante sobresaliente. En una olimpiada universitaria de química orgánica, me “atreví” a conseguir más puntos que ella. Me dijo seriamente que eso no debería haber ocurrido, que los profesores se estaban metiendo a propósito con el diseño de su trabajo. Y le di la razón con la misma seriedad y la tranquilicé (esto no es sarcasmo, realmente creía que no podía ser mejor que ella). Luego, obtuve más puntos en otro examen. La chica sufrió durante dos días. El síndrome de “estudiante ejemplar” no contribuye a la felicidad en la vida.
  • Me regañaban de la misma manera por obtener un 5 que un 9. “¡Solo 10!”, “¡Solo casarse con un jeque árabe y nada menos!”. Mi madre se ofendió mucho cuando dejé al “chico prometedor” al que sus padres le compraban todo y empecé a salir con otro (ahora mi marido) del que estaba enamorada desde que andaba en pañales. Tiene un coche oxidado, el cual, por cierto, compró él mismo. Ahora, mi madre dice que necesitamos urgentemente mandar a su nieta (tiene 5 años) a clases de inglés, alemán, francés, también ballet, violín y a aprender química y física. Bueno, también buscarle un jeque en el futuro.
  • Me encantaba estudiar, pero mi madre era maestra. Además, era la directora de la escuela a la que asistía yo. Todos mis compañeros estaban convencidos de que obtenía las notas más altas por eso. Una vez, incluso me dijeron que mi mamá se paraba al lado de la puerta durante un examen y me decía todas las respuestas. Solo que nadie se daba cuenta de que, en realidad, tener una madre-directora significaba también que muchas maestras que habían cometido algún error en algún momento y habían recibido un reproche podían vengarse con la directora a través de su hija. Por eso, empecé a escribir los dictados con un papel de copia para evitar que algún signo de puntuación apareciera de la nada después.
  • Estaba dando los exámenes para ingresar a la universidad con una chica que había terminado la secundaria con un diploma de excelencia. La joven salió llorando. Cuando le pregunté “¿Qué pasó? ¿Te sacaste un nueve?”, respondió: “No. Un diez”. Todos dijeron al unísono: “Entonces, ¿por qué lloras? ¡¿Querías un once?!”. La chica cambió la cara, contestó sollozando “¡Estoy cansada!” y salió corriendo por el pasillo. Luego, no apareció en las clases, y nadie supo lo que le ocurrió después.
  • Cuando era niño, mi tío me trajo un regalo de cumpleaños del extranjero: un helicóptero con radiocontrol. Los adultos decidieron probarlo antes de dármelo a mí. Acabaron rompiéndolo. Sabían lo mucho que quería ese regalo. Estudié bien durante todo el año para ello y lo terminé con sobresalientes. Han pasado 35 años desde entonces, y aún recuerdo cuando me dijeron: “Discúlpanos. Parece que lo rompimos un poco”. Nunca me compraron uno nuevo.
  • En 6.º grado, me pasé a otra escuela. Sin saber por qué, le caí mal a la profesora de Historia. Me ponía 8 en los exámenes orales por dos razones: “Muy corto, sin detalles” o “Muy largo, demasiados detalles”. Bueno, era evidente que le buscaba la quinta pata al gato para bajarme la nota. Se me escapó (léase: me quejé a propósito) este tema en una conversación amistosa con otra maestra. Nunca más me tomó un examen oral y empecé a obtener siempre sobresalientes en mis trabajos escritos.
  • Nadia se veía obligada a rendir solo con sobresalientes. Las notas más bajas eran reprochadas por su escandalosa madre. Si se descubría que Nadia era la segunda mejor en algo, su mamá primero le comía la cabeza a su hija y luego a los que la rodeaban. En casos severos, la mujer se tomaba la libertad de dirigirse a los “rivales” de su hija y afirmar que su victoria era injusta. Una conocida mía quedó estupefacta cuando la madre de Nadia se acercó a ella después de una reunión de padres y le soltó indignada: “Te das cuenta de que Nadia es una auténtica estudiante sobresaliente, ¿no? ¡Y tu hija con suerte puede sacar una buena nota de vez en cuando! Lo entiendes, ¿verdad?”.
  • No sé por qué, pero en el último año de la secundaria, resulté ser el alumno favorito de nuestra profesora de Química. Casi no me llamaba para los exámenes orales y me exigía menos que a los demás. Era una señora mayor y yo tenía la edad suficiente para ser su hijo. Dos semanas antes del examen final, me paró en el recreo y me susurró: “Estudia las preguntas de la primera tarjeta”. El día de la prueba llegó y me entregó la tarjeta. La abrí y ¡era la número 1! No hace falta decir que respondí las preguntas como si fueran un poema aprendido de memoria. Han pasado 35 años, pero aún recuerdo esas preguntas. El porqué se comportó así sigue siendo un enigma para mí.
  • Leí algo sobre una chica “correcta”. Era igual que las demás estudiantes sobresalientes: la secundaria con calificaciones soñadas, diploma de excelencia. Luego, se quedó huérfana; ya no había nadie que la guiara, pero siguió viviendo la vida “correcta” por inercia. Tenía que levantarse a las 7 de la mañana en días laborables, ¡y en los feriados también! Tenía que lavarse la cabeza una vez cada 10 días con un jabón para lavar la ropa y comer sopa de col. No importaba que su cabello no se viera bien al segundo día y que tuviera acidez después de la sopa. Su prima fue a visitarla durante una semana y entonces, la chica “correcta” de 40 años se sorprendió al saber que podía lavarse el pelo incluso todos los días (además, con champú), y cocinar la sopa de manera diferente. Quedé impactada. ¿Cuánta humanidad tienes que destruir en tu hijo para lograr algo así?
  • Desde la infancia, mi padre me decía que si no me iba bien en la escuela, vendería salchichas en un mercado. Me gradué bien en la secundaria y con honores en la universidad. Mi papá está orgulloso de su hija, que no le pide dinero. Y no sé cómo decirle que llevo tres años trabajando como empleada doméstica. Después de la universidad, me encontré con un problema: no me aceptaban sin experiencia y, si me aceptaban, no era un trabajo, sino una especie de abuso por centavos. Una amiga me consiguió este empleo en la empresa de limpieza de su padre. Me pusieron a cargo de nuestro grupo. Y hay más: ahora estoy saliendo con un buen chico que conocí mientras limpiaba su casa. Y todo está bien, pero ¿cómo se lo digo a mi padre?
  • La madre de mi compañera de clase quería convertir a su hija en una niña prodigio: le iba muy bien en el colegio y tenía un primer puesto en las olimpiadas. Pero la pequeña andaba cansada todo el tiempo, con ojeras bajo los ojos. No tenía vida privada ni entretenimiento, solo estudios. Terminó la escuela con honores. Su madre le echó en cara que no hubiera conseguido el diploma de excelencia. La encerró en la habitación y se puso a celebrar su graduación con sus padres. La chica se fue a la universidad a la capital. Ahora, su madre se queja ante todos de que su ingrata hija no se comunica con ella.
Ten en cuenta: este artículo se actualizó en febrero de 2023 para corregir el material de respaldo y las inexactitudes fácticas.

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