20 Viajes en taxi que podrían superar cualquier guion de Netflix

Historias
hace 1 año

Pedir un transporte es sencillo, pero nadie sabe a quién se va a encontrar frente al volante. Ya sea que el conductor sea un héroe sin capa o una persona con el humor de un ogro, hay muchas cosas que hacen que un viaje común se convierta en algo memorable para los pasajeros. Algunos usuarios tienen historias que derriten el corazón, pero otros desearían tener el poder de teletransportarse para no volver a poner un pie en un taxi.

  • Mi casa quedaba por el cementerio, el taxista me estaba llevando por otra ruta, hasta que me preguntó mi nombre y le dije que me llamaba “Mónica”. En mi ciudad existe la leyenda de “Mónica, la condenada”, y yo vestía tal cual, vestido blanco y saco negro, e iba saliendo de una fiesta. Me llevó rápido y no me cobró, esperó a que ingresará a mi casa.
    La leyenda cuenta que hay una joven llamada Mónica que pena buscando a su amor. Durante las noches, sale por el cementerio y, una noche, un taxista recogió a una joven de vestido blanco, a la cual llevo a su casa por el cementerio, le prestó su sudadera y, al recogerla al día siguiente, su madre le dijo que había fallecido hace años. Yo tuve miedo porque el taxista se estaba saliendo de la ruta, me miraba por el espejo y, al preguntarme mi nombre, se me prendió el foco y le dije “Mónica”, él aceleró y me llevó más rápido. © Min Glenny / Facebook
  • Tomé un taxi después de surtir la despensa y comprar dos pollos rostizados, el taxista puso en la cajuela el mandado y yo puse los pollos a un lado del asiento. Me bajé en casa y se me olvidaron los pollos en el carro. Como dos horas después, tocaron la puerta y era el taxista. Me dijo que tocó la puerta de todas las casas de la cuadra preguntando de quién eran los pollos y que esperó a tener una carrera cerca para regresármelos. Le volví a pagar el viaje y le di propina. © Lupita Martinez de Luna / Facebook
  • Mi mamá y yo nos subimos al taxi, y le pregunté si teníamos fresas en casa porque se me había antojado un licuado de fresa. Llegamos a nuestro destino y, como una hora después, tocaron la puerta. Era el taxista con un licuado de fresa en la mano para mí, resulta que había tocado departamento por departamento buscándome para dármelo. Me dijo: “Para que no te quedes con el antojo”. Me dio miedo, pero me lo tomé y le dije agradecí. © Susana Vanessa Romero Diaz / Facebook
  • A mí, una vez, un taxista me quiso cobrar de más por un viaje de la universidad hacia mi casa, pero siempre me cobraban lo mismo. Dijo que, porque vivo en una colonia privada, me alcanzaba para pagar más, y le dije que no porque a mí siempre me cobraban la misma cantidad. Le di el dinero y me bajé. Me empezó a gritar de cosas, se bajó y me siguió hasta la entrada.
    Mi mamá abrió la puerta y lo vio, le dijo de cosas y el señor dijo que le pagara menos de medio dólar que faltaba. Mi madre me dijo que se lo diera al urgido de dinero, el señor agarró el efectivo y me hizo la mala seña. Mamá lo reportó con el vigilante y ya no lo dejaron entrar a la colonia. © Ximena Valdivieso / Facebook
  • El taxista me dejó donde había solicitado el servicio, ya era noche y caminé hacia mi casa. Por el miedo de lo tarde que era, no me percaté de que el conductor iba a unos pasos cerca de mí hasta que volteé para sacar las llaves de mi casa. Él estaba parado a unos metros, me dijo: “Buenas noches, solo quería asegurarme de que llegara con bien; tengo una hija y también trabaja hasta noche”. © Mary Vargas / Facebook
  • Un día, mi hermana y yo abordamos un taxi, esperamos unos momentos porque el taxista platicaba con alguien. Después, nos llevó a nuestro destino. Al intentar pagarle, nos dijo que el servicio ya estaba pagado, que la persona con la que estaba hablando lo había pagado. Hasta el día de hoy, nunca supimos quién fue ni por qué lo hizo. © Tere Cornelio / Facebook
  • Una vez, agarré un taxi casi a la media noche; yo siempre me siento atrás. El taxista me preguntó por qué tan tarde y no le contesté, pero paró y me miró y le pregunté: “¿Qué me ves?”, y él respondió: “Pensé que eras un alma”. Yo era muy flaca y creo que se asustó, y le dije: “Siga, nomás quiero llegar a mi casa”. Durante el camino, él siempre me miraba todo asustado, me dejó frente a donde vivía, me bajé y se fue rápido. © PM Jessika / Facebook
  • Fui a comprar la despensa y tomé un taxi. Veníamos platicando y, cuando llegamos, bajé rápido, abrí la puerta y el taxista me venía siguiendo. Mi hijo lo vio, él estaba con un amigo y corrió a detener al taxista preguntándole que por qué me seguía. Al darme cuenta, le dije: “Hijo, no te preocupes, me dijo que tenía ganas de ir al baño y le di permiso”. Entonces, lo soltó y el taxista entró al baño, asustado pero aliviado a la vez. © Verito Verito Verito / Facebook
  • Iba con mi abuelita a visitar a su amiga, yo era adolescente y no sabía dónde vivía su amiga. Entonces, mi abuela le dio la dirección al taxista escrita en un papel, y él nos paseó por toda la Ciudad de México. Yo le pregunté a mi abuelita cuánto solía pagar y me dijo que menos de 2 USD, pero el taxímetro marcaba más de 8 USD.
    Llegamos al domicilio después de una hora de estarnos paseando, le abrí la puerta a mi abuela y le dije al taxista hasta de lo que se iba a morir. Me dijo: “¡Me tienen que pagar, porque ya di las vueltas!”. Le contesté: “Pues ve a que te pague tu madre”, y me bajé corriendo, aventé a mi abuelita hacia el portón de su amiga, me metí con ella, cerramos la puerta y subimos corriendo. El señor se quedó media hora gritando groserías, luego nos morimos de la risa. © Claudia Navarro / Facebook
  • Mi hija me contó que, un día, un amigo le estaba contando una anécdota sucedida en Guadalajara. A un compañero de curso se le hizo tarde a la salida de la universidad. Eran sus primeros días y recién había llegado a la ciudad. Tomó un camión que, según él, lo llevaría cerca de su casa, pero después de un rato, el conductor le dijo que hasta allí llegaba. El chico, todo asustado, y sin un quinto en la cartera, le preguntó cómo podía llegar hasta su casa, y el operador le dijo que había tomado la ruta en dirección contraria. El chico sintió como si le cayera un balde de agua fría, y no tenía dinero. El operador le dijo que, si tenía paciencia, él podía acercarlo, y él se lo agradeció. El servicio fue hasta la puerta de su casa. El chico estaba sumamente agradecido. © Virginia Cornelio Archundia / Facebook
  • En una ocasión, por una avenida solitaria y lejos de mi casa, se me pasó el último camión de las 12 de la noche. No traía dinero suficiente para un taxi y mi celular se había quedado sin batería. Un taxi se paró frente a mí y me ofreció su servicio, le dije que no. Volvió a pasar media hora después y me dijo que él no podía dejarme allí sola y me preguntó a dónde iba.
    Le dije: “Es lejos y no tengo dinero para pagar el viaje”. Me respondió: “Eso no importa, es una buena obra que voy a hacer”. En el camino iba platicando conmigo de su familia, de su novia y que estaba próximo a casarse. Me dejó en casa y dijo: “No se preocupe por el dinero, yo me voy tranquilo de que ayudé a una persona”. © Carmen Delgado Rodríguez / Facebook
  • Una vez, más o menos hace 15 años, un taxista me contó que su esposa le había sido infiel y yo le conté que mi esposo también me había sido infiel; entonces, cuando estábamos por llegar a mi casa, me dijo: “¿Qué te parece si nos vengamos de ellos?”. Pensé que estaba loco. © SheyGg Neyra / Facebook
  • Saliendo de la universidad, ya de noche, se me hizo tarde para llegar al consultorio de mi tío. Caminé a la calle Reforma y me senté en una banca y lloré. Se paró un taxista y me preguntó qué pasaba. Le expliqué, se ofreció a llevarme a casa, me comentó que tenía dos hijas y no le hubiera gustado que pasaran una situación así, incluso se ofreció a hablar con mi tío y echarse la culpa del retraso y no me cobró nada. © Dalila González León / Facebook
  • Hace tiempo, un taxista se dio cuenta de que siempre me paraba en el mismo lugar a esperar el transporte público. Un día se acercó y me dijo que me llevaba a dónde fuera al mismo precio del camión. Yo le agradecí, me dio desconfianza su oferta y no la acepté. Al siguiente día, lo mismo; insistió tanto que me subí y sí me cobró lo mismo que costaba entonces el pasaje de autobús. Pero confieso que me recriminé por haber hecho algo así y decidí no pararme más en ese lugar, pues lo veía que ahí esperaba. © Patty Proo / Facebook
  • En 1982, comencé con trabajo de parto a las 2:30 a. m. y no había taxi, no teníamos auto y pasó un patrullero que nos llevó a mi marido y a mí hasta donde pasaban los taxis. Cuando abordamos, le contamos al conductor que estaba en trabajo de parto. Cuando le quisimos pagar, no aceptó el dinero, era muy jovencito, de unos 24 o 25 años. Le dijimos que agradecíamos el gesto, pero ese era su trabajo, igual dijo que no y nos deseó suerte. © Raquel Peralta Gonzalez / Facebook

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