13 Historias de personas que se enfrentaron a la traición de un ser querido, pero sobrevivieron

El azúcar proporciona al cuerpo energía rápida, dividiéndose en glucosa y fructosa. Nuestro cerebro es la zona que más necesita glucosa: el 20% de toda nuestra energía lo consume este. Se han afirmado muchas cosas sobre los consecuencias perjudiciales del azúcar, pero resultará de tu interés conocer cuáles son las investigaciones científicas que se han llevado a cabo y qué consecuencias, en realidad, supone sustituir el azúcar por edulcorantes artificiales o que conlleva su renuncia completa.
Los edulcorantes, en su sabor, se parecen al azúcar común, pero albergan menos calorías. Por lo tanto, se utilizan activamente en productos dietéticos, y aquellos que simplemente buscan perder peso, añaden edulcorantes artificiales al té, al café y a la comida casera.
Durante los últimos 30 años, los científicos han estudiado activamente el efecto de los sustitutos del azúcar, tanto en el peso corporal como en el apetito y la salud humana en general. Esto es lo que se sabe a ciencia cierta sobre los edulcorantes más populares:
Los edulcorantes ayudan a perder peso al reducir las calorías. Pero existen datos de que este efecto es de corta duración.
Científicos canadienses estudiaron en 2017 los resultados de varios estudios sobre 400 000 personas que recurrían a los edulcorantes. Descubrieron que el consumo de los sustitutos del azúcar llevaba a un aumento en la incidencia de obesidad, hipertensión, síndrome metabólico y enfermedades cardiovasculares.
Este efecto puede sustentarse en la explicación de que los edulcorantes alteran la percepción del gusto: empeora la capacidad de reconocer el dulzor, el contenido de grasa y el contenido calórico de los productos. Si el sentido del gusto se distorsiona, aparece el riesgo de comer más de lo necesario.
En 2018, determinados informes sobre los edulcorantes artificiales revelaron que estos pueden causar diabetes. El mecanismo de su acción es diferente al del azúcar común y los científicos continúan estudiando cómo los sustitutos modifican el metabolismo.
La persona adquiere más peso, pero no por comer dulce, sino por la señal que emite el cerebro para salvarse del hambre. Por ejemplo, excluimos todos los productos que contengan azúcar, reemplazándolo por edulcorantes: no calóricos, cientos de veces más dulces que el azúcar. Todo está dulce, sí, pero no se aporta energía alguna. El cuerpo emite así una señal de alarma.
Por primera vez, este mecanismo fue descubierto en 2016: en nuestro cerebro encontramos una zona que correlaciona la recompensa en forma de dulzura con su valor energético. Y si unos gramos de edulcorante, que el fabricante puso en la tarta, apenas contienen tan solo una caloría, pero sí un dulzor similar a 10 cucharadas de azúcar, sentiremos hambre. Por lo tanto, un trozo de pastel, preparado con azúcar, es incluso mejor.
Por eso, no vale la pena establecer una prohibición estricta de todos los alimentos que contengan azúcar. Este enfoque puede acarrear también otro problema: ortorexia.
La ortorexia es una obsesión por la comida adecuada y sana. Si nos obsesionamos por cada producto que consumimos, la ansiedad puede llevar a un trastorno de conducta alimentaria: comer en exceso, bulimia nerviosa, anorexia y similares.
Síntomas de ortorexia:
Los psicólogos señalan que el interés por una alimentación saludable ya es de por sí insana si la persona se niega a acudir a una reunión con amigos por la comida que se servirá allí, o si experimenta un fuerte sentimiento de culpa cada vez que infringe sus normas dietéticas. Comer un helado en el fin de semana no debe causar una autoflagelación.
La Organización Mundial de la Salud recomienda que los adultos consuman azúcar a razón del 5-10% de sus calorías totales. Si esto lo pasamos a gramos, serán unos 25-50 gramos por día, lo que equivale a 6-12 cucharaditas.
El azúcar añadido es aquel que apareció artificialmente en los productos: durante su procesamiento o cocción. En la composición del producto, aparece como azúcar, dextrosa, glucosa, fructosa, miel, melaza, maltodextrina, jarabe de maíz o concentrado de jugo de fruta.
La fructosa en las naranjas es azúcar natural, pero la fructosa en las galletas ya es azúcar añadido. Por lo tanto, no tiene sentido que compres un producto que el fabricante determina como dietético, si su elaboración cuenta con fructosa. Si el producto se ha procesado, ya se le añadió azúcar, por tanto, debe limitarse su consumo.
El problema con el azúcar radica en que es más fácil obtener calorías extra de él. Como hemos aprendido de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, es seguro consumir un dulce que no contenga más de 25-50 gramos de azúcar; por ejemplo, en un chocolate Twix, con un peso de 95 gramos, encontramos 46 gramos de azúcar. Puedes comerte un chocolate al día, dos ya se desaconsejaría: además de azúcar, contiene 477 kcal, y en dos chocolates ya serían 954 kcal.
Pero lo mismo puede decirse sobre otros productos:
El problema, más bien, radica en que consumimos muchas calorías “invisibles”. El consumo excesivo conduce a un aumento de peso si no tenemos tiempo para gastar toda esta energía. No se trata del azúcar en sí mismo.
Existen estudios científicos cuyos autores encontraron en la melaza de caña y el azúcar moreno la existencia de antioxidantes. Este descubrimiento hace la vida más fácil: puedes reemplazar el azúcar blanco refinado por el moreno.
Y tú, ¿qué opinas del consumo de azúcar y su sustitución por edulcorantes?