Colombiana revela cómo es viajar sola por el mundo y sobrevivir a cada cultura

Historias
hace 10 meses

De niños muchos queríamos recorrer el mundo y a medida que los años iban pasando, ese sueño se hacía cada vez más lejano. Dificultades como el dinero, el miedo a viajar solo —y si eres mujer, más miedo todavía— o el idioma nos hicieron creer que quizá en otra vida sí se podría. Pero hay gente que se convierte en inspiración y que pese a los obstáculos arman su mochila y salen a conquistar el mundo.

Viviana Santos es una joven colombiana de 30 años, que un buen día decidió darle un giro a su vida. Agarró su maleta y, luego de averiguar por internet, se fue como voluntaria a trabajar en un hostal en las playas de Colombia. Salió de su casa en Bogotá, el 29 de noviembre del 2020, con su mochila y viajando en autostop, pues solo llevaba 85 dólares con ella. Aunque en el hostal le aseguraban la comida y el hospedaje, no recibía pago por su trabajo allí.

Dos meses después regresó a casa y fue cuando pensó que podía hacer lo mismo en otros países. Aplicó para un voluntariado en México, en el que le exigían hablar inglés, y aunque ella solo sabía decir: “I don’t speak english” (no hablo inglés), aceptó. Armó su maleta y se fue otros dos meses a México. Al volver, descubrió que el mundo, al fin de cuentas, no era tan grande y quiso ir por más.

Para cualquiera de nosotros, su forma de viajar, podría resultar muy arriesgada, pero precisamente, Viviana cree que la clave es pensar en que no te va a pasar nada malo, le hace caso a su intuición y busca trabajos temporales y voluntariados en cada ciudad a la que llega, trata de minimizar al máximo sus gastos y así ha logrado visitar 19 países y más de 483 ciudades, dejando un centenar de historias que ha compartido con nosotros.

1. México lindo y querido

  • Un amigo me invitó a probar comida típica mexicana, como no soy muy fan del picante, ese día terminé llorando por el chile. Entendí que cuando viajas debes aprender a probar y experimentar otras culturas, al fin y al cabo tú eres el que llega a conocer y debes abrirte a nuevas experiencias.
  • Un día que llegué a una isla y le pedí a un joven que me rentara su bicicleta. Resultó que él era dueño de media isla. Me invitó a recorrer toda la isla en auto, visitamos playas muy lindas, probé algunos platos típicos y me ofreció un viaje en su velero, pero yo, lastimosamente, debía volver a mi voluntariado. Esta vez la responsabilidad pudo más que las ganas de pasear.


2. Francia, un país lleno de amor

  • Un amigo francés, al que conocí en México, se dio cuenta de que estaba en Francia, así que me invitó a su casa en Privas. Él y su esposa me prepararon un banquete: muchos quesos, carnes y scargot, que es un plato famoso y costoso. Cuando lo llevaron a la mesa me asusté mucho, pues le tengo fobia a las babosas, y el plato era de caracoles, que son babosas con caparazón, y además me los tenía que poner en la boca. Ese día también probé un queso negro y picante, solo comí un poco y otra vez terminé llorando.
  • Estaba en Saint-Malo haciendo autostop, de pronto un auto se detuvo, y quien manejaba era un hombre muy guapo, le di el nombre del castillo Monte Saint-Michel y me dijo: “Oui” (sí), fue lo único que entendí. En el camino solamente nos mirábamos porque no podíamos comunicarnos, (nada que señas y el traductor no pudieran arreglar), hasta que me dejó en la puerta del castillo. Seguimos en contacto por las redes, por unos días, y cuando le dije que debía seguir mi viaje, me dijo que quería ir conmigo, pidió permiso en el trabajo, empacó la maleta y nos fuimos hasta Bélgica. La despedida fue muy triste, pero cuatro meses después me dijo que volviera a Francia, que intentáramos construir una relación. Agarré un vuelo a París, me subí al bus para ir a su casa, pero nunca llegué, tuve miedo, y preferí seguir con mi viaje por el mundo.
  • Aprendí que en Francia no les gusta el ruido. Mientras viajaba en autobús, oía unos mensajes en audio y respondía con mensajes de voz, algo muy normal en Colombia. Pero de pronto me di cuenta de que la gente me estaba mirando mal, así que continúe con algo de recelo, hasta que una señora, muy disgustada, me dijo que me callara y que no hablara más.


3. Egipto, la importancia de cubrirse

  • Estaba en Nuweiba, las personas del lugar son muy amables, pero un día, estando en el hostal, me iba a poner los zapatos y se me vio el tobillo y una parte de la pierna. Un señor, inmediatamente, comenzó a halagar mi belleza y mis piernas, me sentí incómoda y entendí que debía cubrirme toda, como lo hacen las mujeres en su cultura.

4. Turquía, matrimonio a la vista


  • En Estambul decidí vestirme cubierta de pies a cabeza, para ir a ver el amanecer en la Mezquita Santa Sofía. Ya en el lugar, una señora se me acercó y me ofreció pan. Intentaba decirme algo, pero yo no le entendía, así que me senté para hablar con ayuda del traductor del celular. Me decía que yo era muy bonita, y cuando le dije que estaba soltera, ella se ofreció a presentarme a su sobrino para que me casara con él. Salí espantada cuando me habló de matrimonio.
  • En un restaurante probé unos postres de nombre baklava, eran demasiado dulces, así que solo pude comer un poco. Luego saqué de la nevera un yogur, para quitar el sabor del postre, lo abrí y tomé un gran sorbo esperando que fuera dulcecito, como el colombiano, pero no, era salado. Me costó mucho tomármelo. Pues resulta que el ayran es yogur natural con sal y hierbas como la menta.

5. Alemania, ¡qué parques tan extraños!

  • Al llegar a Alemania, como no entendía absolutamente nada, busqué en el mapa algún sitio turístico para visitar y me mostró varias zonas verdes. Fui a uno de los parques y era muy llamativo, con monumentos, árboles y figuras en hechas con flores. Después de estar caminando, empecé a ver que había nombres escritos y cruces por todos lados. Descubrí que estaba en un cementerio, lo más raro es que me encontré con mucha gente que iba a pasar el día en el lugar, sin visitar ninguna tumba. Luego me enteré de que en Alemania los cementerios son sitios turísticos.

6. Israel, como una película antigua


  • En Jerusalén me causó mucha curiosidad ver que, pese al tremendo calor, unos señores vestían de traje negro, camisa blanca y sombrero, todos exactamente igual, yo me sentí en una película antigua, en blanco y negro. Me explicaron que hacían parte de un grupo de personas que tenían como tradición vestirse así y que, además, las mujeres se dedicaban a trabajar y los hombres a estudiar.

7. Emiratos Árabes, todo lo que brilla puede ser oro

  • En Abu Dabhi, el lujo sobresalía por todos lados autos, rascacielos, hoteles bajo el mar, palacios pintados de oro. Pero lo que más me sorprendió fue ver postres, de más de cien dólares, cubiertos de oro.

8. Italia, la confusión del idioma

  • Llegué a un hotel y lo primero que me preguntaron fue por el idioma que hablaba, para poderme dar información turística. Yo contesté que español y me dijeron todo en inglés, esto me pasó en varias ocasiones, así que solo entendía un diez porciento de las instrucciones. Finalmente, fui a un lugar que me recomendaron, el Rifugio Faloria. Cuando llegué el lugar estaba solo. Compré mi tiquete sin saber hacia donde iba. Me indicaron que hiciera una fila, y tiempo después empezaron a llegar otras personas, pero todas con trajes para esquiar, cascos, guantes, etc. Me enteré, tarde, que debía subirme a un teleférico, estaba muy nerviosa porque le temo a las alturas. Pensé en irme en el centro de la cabina para no ver nada. Cuando abrieron las puertas, como yo era la primera, todos empezaron a correrme con sus grandes trajes hasta dejarme estampada contra la ventana. Cerré los ojos para no gritar. Un susto que valió la pena.

9. Malta, ¿qué idioma hablan?

  • Siempre escuché que Malta era un buen destino para estudiar inglés, así que decidí ir para aprender empíricamente, pero al llegar me encontré con que la mayoría de gente me hablaba en español. El primer día conocí a unas 20 personas de Latinoamérica. Finalmente, hablé mucho más español que en todo mi viaje. Luego conocí un hombre italiano, con el que compartimos algunos planes juntos. Me dijo que quería viajar conmigo y aprender un poco más de mi estilo de vida. Yo pensé: “Otra vez, no”, pero sí. Pidió permiso en su trabajo y nos fuimos a Sicilia, y otras provincias italianas. Él volvió a su trabajo y yo seguí mi camino. Continuamos en contacto, y al cabo de un tiempo él renunció a su trabajo, para verme en Tailandia. El encuentro fue superemocionante. Me dije a mí misma: “Acá vamos de nuevo, ya no puedes salir corriendo”. Y acá estamos, encontrando el balance en nuestra forma de explorar el mundo juntos.


10. India, comida con las manos

  • Luego de estar tres semanas en los Emiratos Árabes y ver tanto lujo, que parecía mentira, aterricé en Mumbai. Ese día me sentí feliz de estar de vuelta a la realidad; me sentí, por un momento, en Bogotá, con toda su contaminación, ruido y caos, pero con personas amables y, en vez de perros, vacas caminando por las calles.
  • Recuerdo que un día estaba muy hambrienta y llegué a un restaurante, me sirvieron la comida, pero no pusieron cubiertos, entonces vi que los demás comían con la mano, así que me dispuse a almorzar a dos manos, como comiendo pollo al estilo colombiano. De pronto se me acercó una mujer y me explicó que solo se usa la mano derecha para comer, porque la izquierda es para ir al baño. En resumen, terminé con las dos manos untadas de comida y llorando, porque, de nuevo, la
    comida era muy picante.
  • En Munnar, estaba trabajando como jardinera en mi voluntariado, así que me llevaron una limonada para la sed. Tomé un sorbo enorme, pero casi no lo puedo pasar. No era la limonada dulce que conocía, esta tenía varias especias y, además, en vez de azúcar le ponen sal.
  • Mientras que, para nosotros, que un niño se maquille y se ponga piercings está mal visto, allá vi bebes con los ojos pintados de negro, lo usan como símbolo de protección y, para las niñas, perforarse la nariz equivale a que nosotras nos pongamos aretes en las orejas cuando somos bebés.
  • Yo pensaba, en mi ingenuidad, que la Navidad se celebraba en todas partes del mundo y del mismo modo. Pero el 24 de diciembre del 2022 estaba en la India, y para ellos era la misma rutina: estudiar, orar, comer y de nuevo dormir. Pensé que ese día podría comer, al menos, algo especial, de manera simbólica. Sin embargo, no fue así, de nuevo arroz con curri picante. En Colombia, a miles de kilómetros, estaba mi familia celebrando, mientras yo compartía con niños y ancianos enfermos. El corazón lo sentía henchido de amor y por primera vez entendí lo importante que es el tiempo que compartes con los seres que amas.

11. Tailandia, la comida da miedo

  • En Bangkok, como en todos los países, no sabía como moverme en la ciudad, así que empecé a preguntar a la gente, pero nadie me entendía en inglés y, las pocas personas que me entendieron mis preguntas, al contestarme, yo no les entendía nada.
  • Mi hostal quedaba en una calle que se llama La calle de los mochileros, cuando llegué ahí me encontré con gente de todo el mundo, y mucha comida callejera. Lo primero que me ofrecieron fueron alacranes fritos, luego vi un cocodrilo sin piel y vendían su carne, en uno de los puestos vi tarántulas y gusanos fritos y toda clase de animales. No fui capaz de probar ninguno.
  • En los baños no usan papel higiénico, en vez de eso usan unas mangueras para bañarse el trasero. En cambio, sí encuentras papel higiénico en las mesas de los restaurantes para limpiarte la boca. Quedé confundida con esto y ahora me pregunto para qué fue diseñado el papel higiénico.
  • En Chiang Mai, recuerdo que llegué a un restaurante, pedí el menú y todo estaba en tailandés. Busqué mi traductor para poder leer y quedé asustada cuando vi que decía sopa de cerebro, sangre de cerdo, intestinos. Entonces ordené lo único normal que encontré que eran fideos con pollo. Pensé que eran como los que conocía, pero lo que en realidad llegó a mi mesa fueron los fideos con dos patas de gallina gigante. No pude comérmelos, así que los saqué de mi plato y me comí los fideos solos.
  • Al norte del país, en Pai, visité una comunidad de mujeres de cuello largo. A lo largo de su vida se estiran las vértebras del cuello con anillos metálicos, que nunca se quitan porque corren el riesgo de dislocarse. Me contaron que duermen con un ladrillo debajo de las vértebras cervicales para descansar mejor. También me dijeron que antes ese era un símbolo de belleza, pero ahora se convirtió en su forma de sustento.
  • El 13 de abril estuve en Phuket, Tailandia. Estaban celebrando el año nuevo con un festival que se llama Songkran; ellos están en el año 2566. Fue muy divertido, ya que sales a la calle y todas las personas tienen pistolas de agua y van disparando a todo el mundo, así que no puedes salir con cosas electrónicas porque terminaras empapado.

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