17 Desvergonzados que, aunque no se sientan mal por sus actos, dan vergüenza ajena

hace 1 año

Algunas personas tienen como un lema de vida la frase “La insolencia es una bendición”. Muchos de nosotros nos hemos cruzado con este tipo de personajes en más de una ocasión: en el transporte público, en las tiendas e incluso en nuestro propio hogar. Mientras que unos actúan de manera descarada deliberadamente, otros simplemente no se dan cuenta de que están siendo deshonestos.

¿Cuál es el ejemplo más flagrante de insolencia con el que alguna vez te has topado?

  • Un día, en el autobús, una mujer me pidió que intercambiáramos de asientos porque, supuestamente, ella iba a bajar pronto y mi asiento estaba más cerca de la puerta. Lo acepté y ella, de inmediato, se sentó en su nuevo asiento con aire señorial. Enseguida, me di cuenta de la razón: su asiento estaba torcido, era incómodo y, además, entraba una fuerte corriente de aire por la ventana. La mujer bajó solo una hora y media después y todo ese tiempo me sentí como una tonta. © Natalia Litus / Facebook
  • Una vez, una amiga me pidió que hiciera un pastel para que lo llevara a su trabajo. Lo hice. Al pasar un tiempo, me llamó y me dijo: “Recoge tu plato”. Pensé que una persona decente debía devolver el plato por sí sola, sobre todo porque era una bandeja de porcelana. Me acerqué a ella y vi mi bandeja tirada en el rellano. © Lolita Yusupova / Facebook
  • Preparé un precioso ramo de rosas para mi supervisor y lo dejé detrás de una cortina en el alféizar de la ventana para entregárselo cuando todo terminara. Defendí mi tesis de maestría, volví, pero el ramo había desaparecido. Resultó que una tal Laura se lo entregó a su supervisor. Me acerqué a esta Laura y ella comenzó a decirme que yo era muy tacaña por querer dejar a su superior sin flor alguna. Aun así, finalmente, la obligué a devolverme el ramo. © Noorhayat Nefiset N’art / Facebook
  • Mi hijo trajo a su novia a nuestra casa para que nos conociéramos. Por la mañana vi lo siguiente: desorden, un montón de platos sucios y ella, tomando café en el sofá en pijama. Así que les dije a ambos que se fueran de inmediato. Dos días más tarde, ella me llamó diciendo que vendiera de inmediato mi departamento y les diera una parte del dinero. Y mi hijo, en lugar de ponerla en su sitio, dijo que estaba de acuerdo con ella. © Olga Jokhadze / Facebook
  • Alquilamos un departamento. Barrimos el piso del vestíbulo de nuestra planta y cambiamos los focos fundidos. Un mes más tarde, llamaron frenéticamente a nuestra puerta. La abrimos y vimos a la administradora del edificio, que nos dijo: “¿Ustedes cambiaron los focos en esta planta? ¿Por qué no los cambiaron en otras plantas?”. Le preguntamos: “¿Por qué tenemos que hacerlo nosotros?”. Y nos dijo: “Los demás no quieren hacerlo”. No volvimos a abrirle la puerta nunca más. © Anastasia Krutikova / Facebook
  • Mi primer esposo vivía en mi departamento, no trabajaba y no me ayudaba con los quehaceres domésticos. Nos separamos. Al cabo de un tiempo, vino a verme con una lista escrita por su madre exigiendo que le devolviera los regalos de boda. Le dije: “Llévate lo que quieras y que no te vuelva a ver jamás”. Nunca me he arrepentido de haberme divorciado. © Elen Hayhurst / Facebook
  • El esposo de mi amiga la engañó y se fue, dejándola con dos hijos. Ella se mudó a casa de su madre y encontró un buen trabajo. Seis meses después, su esposo la demandó: le exigió pensión alimenticia, porque perdió su trabajo y su amante lo dejó. En fin, debido a que vivieron juntos durante 10 años y él mantuvo a su esposa mientras estaba embarazada, decidió que ahora ella se lo debía. © Elena Platonova / Facebook
  • Vi un asiento vacío en el tranvía al lado de una mujer con un bonito abrigo blanco y le pedí que se desplazara un poco dejando que me sentara. Pero simplemente me ignoró. Al pasar un par de paradas, subió un hombre corpulento con un bocadillo en una mano y una bebida en la otra. Sin pedir nada, el hombre se sentó sobre el abrigo de la mujer, empujándola hacia la ventana. Así iba, masticando su bocadillo y echando migas en su abrigo blanco. Detrás de mí, escuché un comentario, diciendo la mujer mejor hubiera dejado sentarse a la primera persona, es decir, a mí. © Tatiana Yashchenko / Facebook
  • Un día, le pregunté a mi amiga qué regalarle a su hija por su cumpleaños y me pidió un pastel. No soy pastelera, pero me esforcé mucho y lo hice. Les dije a mis hijos que iríamos a la fiesta. Pero el día del cumpleaños, mi amiga me llamó y me dijo: “¿Puedo pasar a recoger el pastel?”. Al final, tomó el pastel, me dio las gracias y se fue. No hubo ninguna invitación para ir a celebrar con ellas. © Anna Digerman / Facebook
  • Un conocido mío llamado Alberto estuvo mucho tiempo pidiéndole a mi amigo Luis que le prestara una costosa batería musical para un trabajo. Al acabar la temporada, Alberto devolvió la batería con los discos rotos, el pedal del bombo estropeado y un platillo agrietado. Al escuchar la justa queja de Luis de que le había prometido devolverlo todo tal como estaba, Alberto soltó: “Pues, no deberías habérmela prestado”. © Artur Markevich / Facebook
  • Hace tiempo, trabajaba como editora en una editorial y una compañera me pidió que hiciera un trabajo urgente en su lugar: editar un periódico. Me puse a editar con mucho gusto, pero al día siguiente, cuando salió el periódico, me sorprendió descubrir que el nombre del editor no era el mío, sino el de esa compañera. Cuando le pregunté por el motivo, me respondió sin remordimientos: “Bueno, al fin y al cabo, el trabajo era mío”. © Tania Peter / Facebook
  • Mientras yo estaba embarazada, una amiga de mi madre insistía en que no nos molestáramos en comprar una carriola: tenía una en buen estado y nos la regalaría con mucho gusto. Mi hijo nació y mi madre fue por la carriola. Volvió y, con una mirada desconcertada, me dijo que su amiga le exigió una cantidad de dinero tan elevada que ni siquiera una carriola nueva lo valía. © Irina N. Muravieva / Facebook
  • Una mujer me pidió que le tejiera un chal y me preguntó cuánto le costaría. Le dije el costo de la lana y, muy contenta, me contestó que le parecía bien. Pero cuando mencioné el precio de mi trabajo, la mujer se indignó: “¿De qué trabajo estamos hablando?”. Pensó que yo simplemente le tejería el chal, se lo enviaría por mi cuenta y ella solo pagaría por la lana. © Evgeniya Rudenko / Facebook
Ten en cuenta: este artículo se actualizó en diciembre de 2022 para corregir el material de respaldo y las inexactitudes fácticas.
Imagen de portada Olga Jokhadze / Facebook

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